viernes, 5 de diciembre de 2014

LOS PIES DE VACA






Empezar un escrito demanda “horas” de análisis, pues hay que sopesar las palabras y los vocablos que mejor se aproximen al propósito de un pequeño escrito como este, hoy quiero hablarles de un escritor de la Región Caribe, me refiero a Andrés Camacho García, un amigo que en la soledad y práctica de historiador ha publicado un nuevo libro que por su nombre deja al menos la falaz idea de ser un arquetipo de los sueños de un joven que narra la vida de sus antecesores con un esmero de picapedrero ancestral: Los Pies de Vaca y otros fragmentos biográficos son la génesis de una cosmogonía, nueva, distinta, recién salida de las entrañas de un universo de cosas que hoy día muy pocos se detienen a pensar. La obra por demás narra y vuelve sobre lo narrado como una metáfora enigmática de un hombre que enfrenta al “diablo” con sus propios pies, pies que son aún más poderosos que los mismísimos pies de Hermes Trigemisto el emisario de los Dioses y mercaderes, que según describen los rapsodas Hermes podía volar por los aires, yendo de aquí para allá, en nuestro caso, lo original de Vaca es que usa sus pies para sacar a patadas del patio de su casa y de su vida al “demonio”, “a pata limpia como se dice por acá”.

Andrés Camacho García divide su obra en dos momentos, en un primero momento los jóvenes de un colegio del corregimiento de Sabanagrande Cesar sirven como una excusa para extender el aula de clases más allá de los límites de la frontera invisible que existe entre el mundo real y las aulas de clases, epicentros estas de la disciplina y el enfrascamiento intelectual al cual son sometidos semana, tras semana, todos los estudiantes del mundo. Y de un conversatorio imaginado en uno de sus tantos encuentros con Rolando Zúñiga, surge entonces, la idea de hacer un trabajo de pesquisa a un personaje que por su historia y enigmas bien merecían un encuentro para ver qué historia podía emerger de los “pies de Vaca”; allí se narra de forma secuencial si se quiere a modo de gramófono que suena intermitentemente las aventuras de dicho personaje con las fuerzas del más allá, aunque en el fondo eso sólo sirve como una excusa para ir al traspatio de una región que por su anatomía geográfica esconde mucho más secretos que los mismísimos pies de Vaca.

Y en un segundo momento dentro del mismo libro se encuentra uno con la historia que nuestros jóvenes, niños, niñas, ancianos, hombres y mujeres necesitan saber, reconocer, esculcar, nadar, sopesar, dimensionar, escuchar de nuevo, es la historia de nuestros orígenes, de quiénes somos, es la vuelta de tuerca de quien busca afanosamente el último puente colgante de una realidad que se despedaza con el tiempo, con las horas, con el ir y venir de los avances desarrollista de la cultura caribe. Allí, al igual que en la genealogía de los hebreos todos tenemos un principio, una rama que nos sostiene y nos indica el camino que tuvimos que recorrer para estar hoy de pie frente a nuestro presente distante. Es casi una necesidad, un imperativo que este tipo de obras se institucionalicen como argamasa para que los que dictan “ciencias sociales” vean allí el principio del fin de nuestra cultura, y el comienzo de una simbiosis de espectros históricos donde estamos más desorientados que nunca.

Cuando uno revisa la historia de las civilizaciones, por ejemplo, la de Roma, la de Grecia, la Mesopotámica, la aramea, la egipcia, la de China pasando por todas sus dinastías, por Genghis Khan, o por la estela de muerte que dejo la Fiebre amarilla en más de medio siglo (XIII); encuentra en ellas el mismo patrón universal: los ríos como fuente y horizonte de la vida comercial. Los puertos, son los epicentros de los primeros que se atrevieron a crear economías de la nada, los Chinos se abrieron al mundo gracias a la ruta de la seda, los de Mesopotamia gracias al rio Tigris y Éufrates, así las cosas, las regiones bajas del Centro del departamento del Cesar (Región Caribe, Colombia) también se fundaron y desarrollaron gracias a los ríos Magdalena, Cesar y Animito, a la Ciénega de la Zapatosa, a los playones, al puerto de Saloa, al Banco Magdalena, al comercio del ganado, desde allí es donde el maestro de sociales tiene que darle al estudiante el contexto como dice Rodolfo Ginas, y dejar el contenido a los recetarios bíblicos de la historia global que hoy día a los muchachos pocos les interesa.

Se necesita mirar la historia con ojos de un narrador de cuentos, de poseía, de canciones que embriaguen el alma de quien ya no quiere ir más allá de los iconos de los Smart Phone, de los Wasap, de las interminables secuencias infinitas de imágenes que brotan como verdaderas “Flores del Mal” de los muros de Facebook; hay mucho que contar de nuestros pasado próximo y lejano, tenemos que confesarnos todos nuestros secretos cósmicos e históricos, y como “docentes” nos estamos dejando triturar por el aliento pestilente de la modorra académica, de la pereza estudiantil, del matoneo, del bulín, de los malos salarios, de la internet, de la pesadez histórica, de la cerveza como decía Nietzsche, de la  flojera como decía mi abuela. De allí que los invito a mirar la historia con los ojos de quien busca tesoros donde los corsarios de la economía actual sólo ven ruinas, y creo que para todo el mundo bien le viene tener “Los pies de Vaca” para patear todo el mal que hemos desarrollado desde la “conquista” o las "invasiones bárbaras” en américa.

A todos aquellos que ven en la historia una posibilidad siempre de contar cosas, es bueno que nos dejemos sorprender por la cantidad de árboles nativos, de especies, de animales, de ríos y quebradas que ya nunca volverá a parir la tierra del buen Dios, en esta región milagrosa, y darnos cuenta como el Cambio Climático no es un chiste contado por los señores de las Naciones Unidas, o los inofensivos creyentes de Green Peace; los instigo a hacerse con el Libro de Andrés Camacho García, como un acto simbólico de fe, en nuestras propias costumbres y maneras de comunicarnos aquello que siempre está oculto en la memoria de quienes hicieron posible caseríos como: El Mamey, Hojancho, Chinela, Barrio Acosta, Saloa, o de  Champan con su historia milenaria que de un modo u otro han hecho posible el Museo Arqueológico de Curumaní: MACU.

viernes, 16 de mayo de 2014

LAS VOCES DEL REVERENDO HIDALGO

El Totumo es un árbol tosco que crece en tierras secas y calurosas, sus hojas verdes no son demasiadas frondosas como para dar una sombra que refresque el calor. A unos diez metros de donde estamos se encuentra uno de estos árboles cargados de totumos ovalados con los cuales se hacen cucharitas para tomar sopa y el delicioso sancocho de pescado. Según me cuentan tiene más de cincuenta años de estar ahí, ha visto crecer a más de cinco generaciones de la familia siendo un testigo mudo de sus tristezas y celebraciones.
Son las once de la mañana, la brisa ha huido y el sopor del medio día se acerca lentamente como un anciano que no tiene afán por llegar al destino marcado en sus pasos. Hace unos minutos he llegado a la vieja casa, la altura de su techo se asemeja a la de una iglesia, todo es amplio, la sala, las alcobas, la cocina, el corredor. Parece que fue hecha por gigantes para gigantes, pero una voz que suena como si estuviera escuchando mis pensamientos resonó en un lugar: ¡que va, la construyeron para evitar que hiciera tanto calor y fuera un poco más fresca! Saludo la voz, es una mujer con una de esas batonas wayuu coloridas y una cara de buen humor, que va apareciendo como una flor que se abre al calor del sol.
Me encuentro sentado en una vieja silla mecedora de mimbre rojo, al lado del Reverendo Hidalgo. Él es un tipo delgado con un rostro escuálido, de tez morena, cabello liso y una mirada sonriente que no aparta de la profundidad del patio. Se nota la antigüedad de sus manos, la plata de sus cabellos y los siglos de su voz. Habla con lentitud y una sonoridad parsimoniosa, tiene el encanto de los narradores, conecta historias de una manera que me hace recordar a Sherazade, la de la mil y una noche.
Yo soy Benko Biojó y he venido a visitarlo porque quiero escuchar el ruido del Magdalena, la brisa de las sabanas del Bolívar, del Cesar y de los hombres que a lomo de caballos y burros hicieron su historia. Llevamos más de tres horas y los relatos son sencillos y fantásticos, mientras nos comíamos el almuerzo, un pescado frito con arroz y bollo de yuca no paró de hablar. Por eso ahora quiero saber de su vida.
Benko Biojó: Reverendo Hidalgo, cuénteme cómo fue su niñez, cómo era el pueblo cuando usted corría por estas calles. 
Reverendo Hidalgo: Mi niñez fue demasiado simple, natural, sin demasiados lujos, pero con lo más esencial que puede tener un niño: la libertad. Las calles de este pueblo eran polvorientas, en las noches como no había luz artificial nos alumbraba la luna, una luna soñadora en un cielo colado por estrellas, y si no había luna, entonces unos mechones llenos de petróleo iluminaban las casas y algunos vecinos los sacaban a la calle para que los andariegos no fueran a tropezar y caer.
B. B: Usted dice que la libertad es lo esencial de un niño, cómo puede saber un niño que es libre.
R. H: En ese momento no sabía que lo era. Pero la vida era un juego, magia, invención, creación, era estar con mis amiguitos y disfrutar las cosas más sencillas, desde jugar con tierra, hasta revolcarnos en una grama verde que luego nos producía una rasquiña feroz. Después de muchos años la libertad se configuró desde esa base y tiene un fundamento tan fuerte que a pesar del tiempo no se ha venido al suelo.   
B. B: Y su juventud cómo transcurrió.
R. H: Jugando en una cancha polvorienta, estudiando y haciendo una que otra maldad por ahí. Te cuento que en esos momentos llegó la interconexión eléctrica y salíamos con mis hermanos a donde la vecina que tenía un televisor a blanco y negro a ver las películas que pasaban por los únicos dos canales que cogía. Veíamos: Bonanza, El hombre increíble, T J Hooker, Patrulla motorizada, y otras películas que luego nos convertíamos en esos personajes y jugábamos a los buenos y los malos. Debo confesarte que eso acabó con las reuniones nocturnas donde mi padre nos contaba cuentos, y cuando nos quedábamos dormidos los dos que nos habíamos dispuestos cerca a sus piernas, nos decía: bueno ya estos dos cayeron, nos levantaba nos daba la bendición y nos íbamos a acostar en las hamacas.
Eso también lleno de luz las calles, y éstas perdieron el encanto y la magia que tenían en la oscuridad, no volvimos a jugar a las escondidas, a cuatro, ocho doce, a Emiliano y una serie de juegos y rondas, precisamente porque todo había cambiado y nosotros íbamos a cambiar. Los viejos que contaban historias se sentaban al frente del televisor y nosotros a su lado. Dejamos que un aparato fuese el nuevo narrador.
B. B: Cuál es el recuerdo más antiguo que tiene.
R. H: imagínate ese recuerdo data de cuando tenía cuatro años. Mi mamá estaba haciendo una sopa de pata de vaca en un fogón de piedra al fondo del patio de la casa, eran más o menos las 7:30 de la noche, era un diciembre y, en el patio de la casa vecina, sonaba una cumbia y una señora bailaba con un mechón encendido en la cabeza, se movía como una palmera agitada por la brisa de enero, tenía tanta cadencia que me acerqué a la cerca que dividía los patios, estaba atónito era un acto de brujería, magia y artilugio, ese es el recuerdo más antiguo que tengo, vuelvo al fogón y ahí está mi mamá revolviendo la sopa con una cuchara inmensa de madera, saca un poquito, lo prueba y me da a probar, me mira con una mirada que dice: cierto que está bueno, y yo con esa cara de cuatro años dibujo una sonrisa afirmativa.    
Los niños pasan de un lado a otro del patio, juegan con cuanto chechere encuentran, se detienen y nos miran queriendo saber qué hacemos ahí dos viejos vestidos de tiempo, y el silencio nos arropa por unos segundos una brisa calurosa lame nuestra piel centenaria.
B. B: Tú crees que después de todo hay algo para narrar
R. H: Es posible que hayamos narrado lo suficiente o no hayamos narrado nada. Ahora recuerdo a Heidy Yalile León, la niña que estudió conmigo en noveno y a la que le escribí un poema para un lunar que tenía en la nariz, eso lo narré cuando tenía catorce años, ella era hermosa es posible que los años hayan agotado su hermosura. Entonces su belleza permanece en el poema, pero el poema ya no existe.

Como terminar de escribir todo lo que hemos hablado, tendré que hacerlo por parte. Él asiente con su rostro moreno y sus ojos mirando hacia el fogón de leña de la abuela, sé que en esos momentos está en su memoria alguna historia que en la próxima parte la contaré. Mientras tanto yo lo seguiré escuchando para que sus palabras ebrias descansen en estas páginas vírgenes, violadas por las manos de un negro que busca la forma de encontrar su tierra consumida por el hambre.        

viernes, 25 de abril de 2014

MEMORIA DE MIS PUTOS Y TRISTES LIBROS


Hace unos años después de abandonar mi pueblo en el caribe colombiano y sentado en una cama de un solo puesto, vi caminar con su paso lento de 80 años a mi abuelo entre las páginas de Cien años de soledad, bajo el nombre de José Arcadio Buendía. Eran las doce del mediodía y un sol solo conocible en los trópicos golpeaba sin piedad el cuerpo de quienes transitaban las calles sin pavimentar y con almendros al frente de las casas, de ese pueblo que años antes bajo una noche lluviosa, de vientos huracanados y truenos y centellas de octubre, escuchó mi primer llanto. ¡Vaya acontecimiento! había nacido yo.

Ese mediodía llevaba sobre mi cabeza un asiento de madera convertido en pupitre de color verde manzana pintado con brocha por mi madre. Tenía que caminar más de un kilómetro para llegar al colegio Nacional Camilo Torres Restrepo, donde cursé mis estudios secundarios y entré a ver el mundo desde la fantasía de los libros y me convertí como un monje para recorrer el claustro de sus historias y narraciones.

Estaba cursando séptimo o como se decía en esos años, segundo de bachillerato, cuando la profesora Luz Marina quien nos daba español nos dijo que teníamos que leer un libro de Gabriel García Márquez. Gracias al amor despertado por la profesora Anita Arévalo de la lectura de poesía, llegué a la casa de mi abuela y busqué en la biblioteca de mi tío, el único de la familia que tenía biblioteca y que por esos años estaba estudiando derecho y, encontré La hojarasca, empecé a hojearla y decidí que ese era el libro que leería para hacer el análisis literario que nos pedía la profesora. Lo leí y mi tía Layne que desde que mi mente recuerda trabaja en el juzgado municipal, sacó una máquina de escribir y unas hojas de block tamaño oficio y empezó a teclear con una rapidez que para mi edad era sorprendente, que supuse que ella bien pudo dedicarse a tocar el acordeón y sacar melodías en vez de ese sordo tic tac de las teclas.

El tiempo transcurrió y ya en la fría Bogotá empiezo a leer Cien años de soledad, antes había leído otros libros de Gabo, como dije antes en una cama de un solo cuerpo con un colchón de algodón duro. Entonces la lectura fue un acto de reminiscencia: sentí el olor de los limones del patio de la casa, los mangos en el suelo que la brisa de la noche había hecho caer, me vi barriendo las florecitas con una escoba de iraca, vi a mi mamá espantando las gallinas y a mí padre contarnos historias que habíamos canjeado por canas. Vi a Quintina Moreno, mi abuela aplicarse los ungüentos de Úrsula, ella era Úrsula aunque a sus 92 años no terminó de diversión de los nietos sino como un oráculo que aconsejaba con sus dichos entre sentencias y chistes.

En este país donde todo puede pasar, años después una imagen televisiva me hizo recordar a Rebeca cuando llegó de Manaure trayendo en un costal los huesos de sus padres. Eran los familiares de las víctimas de la violencia paramilitar que pasaban a recoger las urnas donde estaban los huesos de sus hijos, sus padres, sus esposos o esposas, que la Fiscalía les entregaba. Todos ellos con el dolor en sus rostros pasaban en una fila como la línea de la historia. Ese ambiente estaba enmarcado por un tipo de insomnio creado no por la peste de Visitación y Cataure los indígenas guajiros del relato de macondo, sino por los medios y las instituciones del Estado que llevan o conducen al olvido. Esos familiares son Rebeca y muchos de ellos afanados porque la peste del insomnio no se apodere del pueblo colombiano, al igual que José Arcadio Buendía, marcan con los retratos y los nombres de sus familiares muertos o desaparecidos, la realidad de nuestro mundo macondiano.



Es posible que la realidad supere lo mágico, aunque lo que hizo García Márquez no fue otra cosa que encontrar las palabras y las imágenes precisas para describir nuestra realidad, porque aquí en esta tierra de eufemistas felices, nos gusta darle nombres rimbombantes a las cosas, para ocultar la momia pestilente de nuestra historia. Vivimos de libritos de superación personal y escondemos la cabeza como el avestruz para que todo pase y decir que no nos dimos cuenta y preguntarnos ¿Cómo pudo suceder? Mi pueblo vivió más de una década de violencia que los vientos recuerdan y donde el miedo bailaba cumbia con la soledad. Si seguimos así, jamás esta estirpe tendrá una segunda oportunidad sobre la tierra y las mariposas amarillas morirán de hambre. 

sábado, 19 de abril de 2014

LOS DESIGNIOS DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUE


Corría el año 1987 cuando llegó a mis manos gracias a Luis Eduardo Ferreira la novela de García Márquez “El Amor en los Tiempos del Cólera”, eran los tiempos de las marchas campesinas, de los secuestros de la guerrilla, de los burros cargados de leña, de las noticias a blanco y negro porque el único televisor que había en la cuadra donde vivía era un International de 14”, y allí íbamos a parar todos los que no teníamos el aparato ese de los mil demonios como decía mi abuela. En mi pueblo abundaban por aquel entonces personajes del realismo mágico como si hubiesen sido paridos por una realidad hecha de jirones literarios o mejor aún hechos de una historia de augurios y designios imaginarios, como si todos los hombres del caribe nuestro fueran la raíz de un mismo árbol arquetípico y misterioso. Por mis manos habían pasado ya la Hojarasca, el Coronel no tiene quien le escriba, el Otoño del patriarca, y me aprestaba a leer Cien años soledad, cuando el viejo Julián Cárcamo hijo de estas tierras y quien sin saberlo me suministraba sus libros de su pequeña biblioteca, gracias a las peripecias de Luis Ferreira, me dijo en tono altisonante después de escucharme hablar de los pormenores del "Amor en los tiempos del cólera": “Mira muchacho, no sigas leyendo a ese farsante, a ese que se largó de su tierra, y lo único que nos ha dejado a parte de sus libros, son sus ideas revolucionarias”, desde entonces tuvo que pasar casi doce años para que llegara a mis manos Cien años de soledad, ya vivía por aquel entonces en Bogotá.

Como hombre caribe sólo puedo expresar un profundo respeto por García Márquez, un mítico hombre, de crianza solariega y compleja, las horas eternas de su infancia demuestran hasta donde el influjo de sus abuelos sembró en él la nostalgia por el pasado y las quimeras por el futuro. Vine a dimensionar quién era Gabo cuando lejos de mi tierra alterné la historia, la filosofía y la literatura, desde entonces un fuego costeño invade mi alma y mis principios humanísticos, la brasa de la historia de los desterrados quema mi conciencia y también mi espíritu, pues Colombia es el país perfecto, donde existe la dictadura más larga de toda la historia reciente del mundo amerindio, por ello en la obra de García Márquez se esconde todos los arquetipos de los sistemas de poder que han dominado el espacio Latinoamericano en los últimos doscientos años de nuestra historia próxima y pasada. Y como alguna vez nos decía un viejo profesor de griego y latín, "García Márquez es un pésimo lector en voz alta, pero un genio que hizo literatura de la nada". Y cómo genio se tiene que reconocer a quien en la distancia forjó un premio nobel de literatura, el cual pasaran los siglos de los siglos para que algo como eso vuelva a ocurrir, y quizás para entonces ya no habrá mundo y si lo hay no existirán las bibliotecas que nos recuerden que era eso de tener un premio nobel en la familia costeña.

Todos los hombres buscan tener un punto de apoyo para crearse un laberinto de recuerdos y de sucesos que los blinden del olvido, García Márquez logró crear un mundo de fantasmagorías plenas, de artificios que nutren el alma de una sociedad decadente y olvidadiza, él llenó de maravillas un sistema de cosas que modelan el inconsciente colectivo, profetizó sobre el imaginario de una raza que fue mezclándose hasta convertirse en vendedores de sus propias infamias, el hombre caribe en su naturaleza busca escapar de todos esos maleficios que le trajo el desarrollo de las multinacionales, sin embargo el nuevo hombre hecho a imagen y semejanza de las telenovelas, los seriados, el cine gringo y los realitys va decayendo en su fuerza espiritual, vive de la minería y los espasmos de la agricultura, sin embargo sobrevive la imaginación y la narrativa como propio de su naturaleza africana y musical. Los hijos de Gabo, son todos a quienes él influyó con su realismo mágico, empero en el horizonte de la región caribe se sigue viviendo de un realismo que desborda todas las industrias culturales que existen en los museos del mundo occidental, la hipérbole es nuestra por antonomasia, y de hipérboles están hechas las historias narradas por Gabo, y de hipérbaton están hechas las infamias que han proliferados desde las familias que gobiernan este país.

Para terminar cabe decir, que Gabriel José de la Concordia García Márquez, fue el resultado de la mezcla típica de un arroz con coco, pescado y yuca frita, o sea, una mezcla de Faulkner, Sófocles y Kafka, hoy de nuevo tenemos que volcar los ojos y los oídos a releer la obra de Márquez para desaforarnos más en este diluvio de necedades existenciales que nos nutren en la desdicha, el robo y la avaricia de quienes nos dirigen y administran, esos que desterraron a Gabo en el gobierno de Julio Cesar Turbay Ayala nos matan y nos confinan a la miseria de no saber nada de nada, hoy nuestros jóvenes saben más de Lady Gaga, Justin Bieber o Madonna que de García Márquez, porque nuestras consciencias viajan en un mar de estupideces materiales, en un océano de mediocridad nacional que vemos en los colores de una bandera que nos representa en un nacionalismo a ultranza de la guerra y la violencia que nos cobija. Basta de remiendos históricos y descompongamos al menos nuestras conciencias y dejemos volar las mariposas de la vida y de la muerte, volvamos a nuestros viejos pasos de hombres de fuego, arena y aire, volvamos a ser colombianos por primera vez, no esperemos la muerte de los patriarcas para entender que mal estamos moral y políticamente. 

miércoles, 16 de abril de 2014

LOS EGRESADOS Y LA ADMINISTRACIÓN DEL ESTADO COLOMBIANO


En las gavetas de mi mesa esta mañana encontré unas copias llenas de polvo que me hicieron creer que eran muy viejas, pero resulta que no, incluso eran de un tema antiguo pero actual. Lo que me llevó a considerar que tenía que hacer aseo general porque estaba viviendo en medio del polvo.
Sin embargo, antes de ponerme en esa ardua tarea, decidí hojearlas por un momento y me encontré con la investigación hecha por Peyaye (2002), donde realiza un trabajo sobre los personajes que han administrado el Estado colombiano, dando prelación a sus niveles académicos y su vida estudiantil. En más de 250 páginas devela al lector esos prohombres dignos de emular por los impúberes ciudadanos de este país. Concluye que la mayoría de ellos han salido de grandes universidades, que fueron brillantes en su vida estudiantil, aplicados, grandes lectores, excelentísimos oradores, brillantes estadistas, etc.
Profesionales del derecho, la economía, la administración pública, la ingeniería industrial, etc., que dedicaron y han dedicado su vida al servicio del Estado como: gobernantes, legisladores, ministros, asesores y como en una carrera en círculo empiezan con el devenir de la práctica política, es decir, de presidentes pasan a ser legisladores, de alcaldes a gobernadores, de legisladores a alcaldes y así en esa ruleta política viven y construyen su historia de vida en el servicio de los demás.
Y dije que era actual, porque hace unos meses por una emisora escuché que los miembros del gabinete de un gobierno de cuyo nombre no quiero acordarme, pero que en la actualidad existe, está conformado si mal no recuerdo en un 60% por egresados de los ANDES, otro tanto de la Javeriana, otro poquito de la Nacional y un minúsculo porcentaje de otras universidades. Les recuerdo: todos excelentísimos estudiantes, con estudios de postgrado en el exterior, eso sí en las hojas de vida pública no especifican el tipo de postgrado (especialización, maestría, doctorado, PhD), pero que los medios los muestran como el conocimiento revelado, la sabiduría sagrada encarnada en estos hombres que llevarán al país a gran puerto.
Ahora bien, estos excelentes hombres por donde se les mire según la investigación realizada por Peyaye son los que han dirigido el destino del país, desde que se logró la independencia de la madre, puta pero madre: España. Eso quiere decir, que han sido y son ellos quienes crean: las políticas económicas, las políticas educativas, las políticas de salud, las reformas, las leyes, etc. Son ellos los que han venido dando tumbos en el intento por constituir el Estado. Y que es lo que tenemos: corrupción, delincuencia y criminalidad, esto por donde se le mire.
Llevamos según los historiadores –alcahuetas de estos ilustres hombres- algo más de cinco décadas de violencia, cosa que es una farsa, llevamos más de dos siglos de violencia. Lo cual demuestra la ineptitud, la incapacidad y la mediocridad de nuestros gobernantes y dirigentes para el diálogo y llevar al Estado a que cumpla con el derecho constitucional desde 1991: de la paz.
Durante todo este tiempo han resultado malos negociantes, el Estado vive de empréstitos y de inversión extranjera que se roba lo que tiene el país, lo han vendido y lo siguen vendiendo utilizando sofismas para engatusar, engañar y estafar a un pueblo que ha sido moldeado para que lo estafen. Estos señores, son los culpables de la debacle del Estado colombiano. Si es que a esto se le puede dar esa denominación. Hace unos días escuchaba a uno de esos teóricos de la política nacional decir que Colombia debía ser un Estado Moderno, es decir, estamos por allá en el siglo XIII o XIV no solo en lo político, también en todos los aspectos.
A los grandes hombres, excelentes estudiantes, genios alados de la humanidad les debemos lo que tenemos. A ellos hay que culpar y responsabilizar políticamente. No quiero ser apocalíptico pero en unos cincuenta años Colombia no será más que un gran hueco, un país pobre que vivirá de las limosnas que los organismos internacionales les envíen a los gobiernos de turno. Un país como el más pobre de África en la actualidad.
Por último quiero aclarar que aquí hablo de los egresados de las universidades que llegan a las esferas del poder, porque hay muchos que al no tener apellidos de familia, tienen que dedicarse a laborar como cualquier otro eso sí con más facilidad para acceder a los puestos por el nombre de la universidad de la cual es egresado. Coloco la referencia bibliográfica por si alguien quiere consultar, aclarando que no es fácil de encontrar el documento.
REFERENCIA.
Peyaye, L. (2002). La estupidez de las profesiones en los dirigentes colombianos. Curumaní. Ediciones Totuma.    
         





domingo, 9 de febrero de 2014

PROVOCACIONES



Desde hace un tiempo he venido pensando y reflexionando la política. Debo decir, que ese ejercicio me ha llevado a una dosis bastante alta de escepticismo y pesimismo, teniendo en cuenta la praxis de la política no solo en mi país, sino también en el mundo. Se supone, según los eruditos de la teoría política, o los grandes apologistas del Estado, llaméseles politólogos, que éste, surge para poner fin a las relaciones conflictivas entre los hombres, y solucionar esos conflictos por vías racionales y no violentas. Un gran sofisma, es decir, una patraña que lleva a un gran engaño, argumentado por otro sofisma: la Democracia. Y no solo bajo esta forma de gobierno, también bajo las formas que han aparecido a través de la historia: Comunismo, Socialismo, etc. y las que aparezcan en un futuro. Todas ellas fracasan, fracasaron y fracasarán, por una sencilla razón: eliminan a los hombres y sus formas de relacionarse, bajo los sofismas abstractos de humanidad, progreso, desarrollo, civilización y felicidad.
Todas estas argucias teóricas han dado vida a una manera institucionalizada de las relaciones humanas, lo que no es otra cosa, que la instrumentalización de la relacionalidad propia que tienen los hombres al habitar con otros hombres el mundo. Les pongo un ejemplo que todos conocemos: los diálogos de paz del gobierno colombiano con las FARC. Ellos no ven el diálogo desde lo que llamaría la preseminencia de la palabra en los hombres, sino como el acuerdo entre dos instituciones: Estado y FARC. Sí ya sé que la segunda es ilegal, pero es una institución. Aquí lo que podemos observar, es una búsqueda de oportunidad para llegar a las esferas del poder. Sin embargo, quedan por fuera asuntos que la ley no está facultada para dirimir. Esos asuntos tienen que ver con La Venganza. Supongamos que se llega a firmar los acuerdos y las FARC ingresan a la vida pública y política. ¿Qué pasará con el odio que durante décadas han cultivado en el pueblo los buitres del poder? ¿Cómo van a volver a confiar los vecinos en aquellos que fueron sus víctimas y victimarios?
Tengo clara una cosa, y es que tanto los líderes políticos como los cabecillas de las FARC, no tendrán ese problema, incluso, propondrán políticas de reconciliación, de reparación como si los hombres fueran aparatos. Recuerden que desde la modernidad el hombre es visto como una máquina y en esa medida el Estado ve en los ciudadanos solo máquinas para la producción, eso sí, utilizando eufemismos. No he leído y en esa medida no sé si exista, un estudio donde se analice el problema de la venganza en el post conflicto, si alguien conoce un trabajo sobre ese tema y su relación con la política, le agradezco me lo diga.
Como pueden ver, mi preocupación es por la institucionalización de las relaciones de los hombres. Hombres concretos de carne y hueso, que viajan en buses repletos como animales, que para bajarse en la estación de la 63 entre las 5:30 pm y las 8:00 de la noche, hay que estar dispuesto a sentirse como ganado cuando lo llevan del corral al cargadero donde se encuentra el camión. Me preocupa no el futuro de los hombres sumergidos en El Estado, sino sus posibilidades de vida dentro de él. Es que la violencia interna y externa es el pan de cada día. Si existen tantos problemas, si hemos vivido dos guerras mundiales y un centenar de conflictos internos y externos, no es hora de preguntarnos por el fracaso del Estado.
Hablo como uno de los millones de hombres que habitan el mundo, que arrastra el pesado pasado de los que me antecedieron y que observo cómo la espada de Damocles penetra en el lomo de los hombres como antes penetró el de los bueyes, para hacer surcos productivos. Hablo por el hombre que se fuma un cigarrillo, por la mujer que vende arepas al frente de su casa, por el conductor que atiborra de rostros una buseta que no le pertenece. Hablo por los pocos hombres honestos que existen, por las pocas buenas madres que hay en el mundo. Hablo por la palabra que no quiere ser institución, y que no exige el derecho de opinión, porque solo se exige algo cuando se supone que donde lo voy a expresar no me pertenece, y que pena pero el mundo es de todos.

martes, 21 de enero de 2014

MI ABUELA Y EL CORSARIO NEGRO

Mucho tiempo después hubo de regresar Ariel Parra, a la tarde aquella en que su abuela María Dolores Gales Posada, lo llevó de la mano de sus recuerdos al muelle de El Banco Magdalena, lugar donde ella jugaba a pie descalzo mientras las gaviotas picoteaban las aguas marrones del Río Magdalena en busca de ángeles plateados que se confundían como peces mientras eran atrapados. Hoy disfruté de ese viaje inesperado gracias a la fuerzas del azar o de la casualidad al “viejo Banco puerto” en compañía de mi amigo Gelver Andres Ortega, quien para su gusto y desparpajo no sabía el valor que tiene para mí toda esa región, pues, era mi abuela la que inundaba de historias imposibles mi mente cuando era un niño sobre aquella mágica región, cuando aún los hombres eran talismanes que brillaban por su peso natural, hoy sólo quedan las gaviotas que se resisten al olvido y a la contaminación del Río oscuro que los alimenta en silencio mientras los viejos se desgastan en horas interminables en juegos de cartas mientras la luna inmensa se cuelga del cielo una vez más esperando el juicio final y a los enamorados que un día le escribieron versos y le contaron sobre mitos lejanos. 


Al recorrer esas tierras veo entre sus sabanas el deambular de hombres y mujeres hechos de terrones de sufrimientos y destierros, veo sus corazones oxidados por la fuerza de la violencia asesina de los paramilitares en su tiempo, y hoy veo otra forma de la violencia, la violencia de la agro-industria que tiñe de verde todas esas tierras con los cultivos de palma quien seguramente los esclavizarán hasta que la tierra deje de parir el aceite que llenará los bolsillos de unos pocos, mientras el resto de la humanidad comarcana rema en silencio hasta el precipicio de la muerte sin un recuerdo bueno que los libere de las cadenas del olvido en que los tiene el Estado Colombiano y sin embargo aún entre las aguas cenagosas y plateadas los pescadores hunden sus pensamientos que luego se agitan como peces y llenan sus canoas de sueños al rayar el día o al finalizar la tarde.


Sobre el pequeño muelle se agrupan como manatíes las pequeñas embarcaciones que llevan a lo largo de la región momposina a propios y extraños, mientras en los muros del pueblo los avisos publicitarios de las campañas a Cámara y Senado, dejan corren los nombres de quienes en su momento fueron sus mayores verdugos con el paramilitarismo y la violencia armada de las tres últimas décadas, caciques e hijos de gamonales tienen al borde de la ruina al pueblo como tal; embarcaciones como el “Corsario Negro”, nos impulsan a volar la imaginación de una región que sirvió como paso obligado al centro del país, y las luchas armadas del general Bolívar hoy sólo son cosas del pasado que ya nadie entiende, o no recuerdan al menos, o que ni si quiera nos sirve como un remedio para nuestros males de memoria colectiva.


Del maestro Barro y su música sólo se escuchan sus ecos en los rincones de las casas viejas que se resisten a la ruina y al olvido. De la alegría de sus mujeres las pude palpar de algún modo en la sonrisa de Katherin Rodriguez. Y de la fuerza viva de mi abuela en las calles del Banco Magdalena sólo puedo decir que muy poco queda ya de las horas interminables cuando jugaba a las escondidas mientras mi bisabuela María Candelaria la llamaba para que le echara el maíz a los pollos al compás de las viejas que pilaban el maíz en los patios sin cercas ni portillos. Volver al pasado de ella es volver al principio de los tiempos que se nutren con este pequeño escrito que trata de remendar las telarañas de un pasado fugaz que ya no existe en las arenas y muros del viejo Banco puerto que sólo ve pasar la piragua de la desolación y la barbarie humana entre sus aguas eternas y pasajeras.

jueves, 16 de enero de 2014

ESA ¡TAL EDUCACIÓN! EN COLOMBIA NO EXISTE


Finalizando el año anterior uno de los temas más comentados fue el del pobre desempeño de los estudiantes de Colombia en las pruebas Pisa. De muchos sectores saltaron expertos mediáticos que con sus dedos inquisidores señalaban a los culpables. Cuestionaron a la ministra de educación y ella se lavó las manos cual Pilatos diciendo que el problema era la mediocridad del personal docente que había en el país. Siempre la cuerda reventándose por lo más delgado, y cómo los profesores ya no tienen quién los represente, porque contar con Fecode como diría la canción “es estar solo dos veces”.
Que los maestros son unos vagos, que están mal preparados, que se la pasan peleando, que tienen demasiadas vacaciones al año, eso es lo que siempre se dice, mas no cuentan que la política de calidad educativa en Colombia es un espejismo, ¡la tal calidad no existe! —como diría el presidente—, porque la educación se volvió un negocio, un negocio muy lucrativo que se basa en cifras y no en calidad. —Entonces lo de la calidad dejémoslo de lado—.



La mayor parte del tiempo, estos expertos mediáticos se la pasan criticando desde fuera, no ven las realidades de un aula de clase, y sobre todo de un aula del sector público. Terminan tratando a los maestros como unos ignorantes que no innovan, algunos periodistas nos hablan de sistemas educativos que en su vida se han dedicado a profundizar. Como provienen de los medios, estos ¿expertos? solo critican, no profundizan, no ven más allá de la realidad de los colegios de sus hijos, casi todos instituciones educativas de estratos altos en donde los salones no están atiborrados de alumnos y existen otro tipo de realidades afectivas y socioeconómicas. Ven la vaca desde el microscopio, o sea; no ven la totalidad, con hablar bonito y con criticar piensan que se va a salvar la educación.


La mediocridad de la que hablan, casi siempre es impulsada por las políticas públicas que pululan en nuestro país y de las cuales poco se detienen a analizar, en dónde el colegio se volvió para el estudiante la ley del menor esfuerzo; pues los estudiantes saben los estándares que rigen el negocio de la educación en el país, saben que de un grupo de cuarenta solo puede perder el año uno, o a veces ninguno, dependiendo de las directrices que les den a los rectores y coordinadores, quienes someten a los docentes a pasar a los menos peores —lo que importa es que pasen, no que aprendan—.
Todas esas políticas socavaron la autoridad del docente en las aulas, los desmotivaron hasta el punto que ya muchos no dan clase, la sacan, se dedican a llenar tablero, porque para qué se prepara una clase que en la mayoría de las ocasiones el estudiante no va a valorar ni a prestarle atención. No es problema de metodología pedagógica, pues el alumno sabe que al final va a pasar, aprenda o no. Y, no es que el docente discipline a punta de amenaza, pero si es muy difícil enseñar en un aula en donde toca rogarle al estudiante para que presente un trabajo o haga una tarea, en donde toca dar plazos y plazos,  el grueso de estudiantes ya parecen contratistas, pues no entregan nada a tiempo y cuando lo entregan lo hacen mal o es un vulgar corte y pegue. Son muy pocos los estudiantes que se educan a conciencia. La mayoría van detrás de un cartón que es el requisito mínimo para ser un obrero, con eso se contentan, no van a aprender, van detrás de un diploma. 

Es más, la secretaria de educación distrital el año pasado envió un correo a las instituciones, donde decía que el último período académico fuera de recuperación, de modo que tocó parar para que los estudiantes se pusieran al día con sus logros no alcanzados, al final muchos alcanzaron el logro, pero no aprendieron, y todo se hizo por cumplir con la política pública distrital de educación, que nos muestra unas cifras dizque muy alentadoras.
Ahora la evaluación en los colegios no se basa en lo aprendido, sino en posiciones subjetivas tales como: “¿me dejo dar clase o no?”, “¿me cae bien o mal?”, “ese finalmente no es tan malo”, “ a ese pobre toca ayudarlo”, etcétera. Porque si nos ponemos a medirlos por los estándares de lo aprendido muy pocos aprobarían. Es más, que lo digan las universidades que han tenido que replantear sus syllabus para que los estudiantes no se queden en los primeros semestres; hay universidades como la Minuto de Dios que hacen actividades de nivelación para que no se quemen en primer semestre.
Todos esos expertos mediáticos que dicen que la educación no arranca por culpa de los docentes, son los que se benefician de la mediocridad de la educación, para seguir vendiendo en distintos medios sus propuestas milagrosas y revolucionarias, y como todo debe ser norma de gestión de calidad, las propuestas innovadoras se basan en llenar y llenar formatos, como si la educación fuera un negocio cualquiera, una maquila de hombres y mujeres. Muy poco de ese trabajo innovador se hace en el aula, y los pocos dizque innovadores que van al aula, se dedican a decirle a los estudiantes que eso que enseñan los profesores no sirve para nada. Finalmente ellos esperan, al igual que muchos políticos, que la educación pública siga fracasando, para tener la excusa un día de acabarla y dársela a sus amiguetes de la empresa privada que financian sus campañas políticas y pautan en los grandes medios.
El problema no es la inversión, es la falta de una política pública clara que diga qué es lo que se quiere de la educación en Colombia, las políticas hoy hablan de educación más en términos mercantiles y económicos, que en términos pedagógicos que de verdad busquen sacar lo mejor del individuo, prepararlo para los nuevos retos del siglo XXI y donde se acorten las brechas sociales. La educación en Colombia está lejos de mejorar, está cayendo en manos de mediocres, que ven en las frías cifras un logro aparente de su gestión. ampliando la desigualdad y multiplicando su mediocridad, porque de qué sirve una educación gratuita si es de mala calidad. No solo es la preparación de los maestros, que tanto en el sector oficial como en el privado, los hay unos muy malos, como hay otros que son excelentes, que se desmotivan por la misma dinámica de la política pública que finalmente resuelve como ya lo mencione anteriormente, —que el estudiante debe pasar, no aprender—. Hay que respaldar a los profesores, hay que devolverles su dignidad.


Porque eso son las cifras, solo números, nada de fondo que explique la triste realidad que vive la educación en el país. Pero eso no importa porque cuando salgan los próximos resultados de las pruebas Pisa, esos expertos mediáticos venderán prensa, harán programas de opinión en radio y televisión, se rasgaran las vestiduras, aumentarán los formatos para controlar a los maestros que de nuevo serán los únicos culpables y seguirán dando el eterno diagnostico que finalmente no dice, ni cambia nada, porque ahora todo es producción en masa, no se puede perder dinero y más si eso que ellos llaman educación es gratis. Es por ello que esa ¡Tal educación! en Colombia no existe, por lo menos no para los más pobres.