La Rebelión de las Ratas
La Rebelión de las Ratas, (La Novela), más que una sinopsis del imaginario colectivo de la sociedad agraria y rupestre de la Colombia de la década de los 60`s, se podría instituir más bien como el escenario social donde convergen las miserias, la apología política y la mendicidad de una sociedad fragmentada por el intervencionismo extranjero de los grupos económicos, y cómo estos últimos se convierten en laboratorio para la explotación obrera, económica y minera de las regiones actas para este tipo de maniobras. Degenerando casi siempre en la conformación de grupos armados, los cuales trabajan de la mano con los ejes de poder que el Estado posee, policía o ejercito, recordemos las masacres de las bananeras expuestas también por Gabriel García Marques en Cien Años de Soledad, y denunciadas magistralmente por Jorge Eliecer Gaitán, la cual no fue del agrado de la derecha radical y acérrima del señor Laureano Gómez, a Jorgito lo mandaron a matar, y para ello se valieron de un miserable que babeaba la bilis religiosa de la inquisición en Colombia, y casi toda Latinoamérica, cerdos poseídos por el demonio de la fe y la unidad nacional.
Las masacres de las bananeras -las de antaño y las de hoy- representa el fusilamiento colectivo de trabajadores que exigían mejoras en las condiciones laborales, quienes fueron asesinados por el mismo ejército colombiano, los cuales estaban al servicio de la Fruit Company. Y al voltear el rostro sobre la minería en Colombia, el sentimiento es casi el mismo: idiotez colectiva, idiotez fundamentada en la el estomago y la depravación del Estado, cuota de extranjeros, políticos, empresarios, terratenientes y familias de brocados y vinos dulces, que se pasean con sus fauces por los pasillos del Palacio Central, mal llamado “Casa de Nariño”, esto se repite cada cuatro años o cuando los invitan a repartirse allí mismo el marrano social que se comen con esencias traídas por la banca mundial o los fondos monetarios que viene a ser lo mismo. El Estado colombiano como decía el poeta Paul Valery, no es otra cosa que un: traficante, contrabandista y un asesino.
En esta novela Fernando Soto Aparicio (La Rebelión de las Ratas) describe y expone las prácticas, o los mecanismos de poder que la minería ha desatado en Colombia. La industria minera, en este caso, la relacionada con la extracción del carbón, sigue hoy siendo operada con los mismos sistemas rudimentarios de excavación de hace más de cien años, es decir, la extracción se hace con pico y pala, con obsoletos sistemas de recolección de carretas y vagones arrastrados por bestias humanas que se descomponen y se convierten en despojos que arañan a la tierra el mineral que los mata casi siempre como ratas sudorosas, y hambrientas. Todo se hace bajo un mismo imaginario, imaginario del hambre y el techo. Los porqués, son demasiados, el por qué es la razón que mueve a los miserables que se adentran al vientre de la tierra en busca de una solución a sus problemas sociales, con el convencimiento de lograr un mejor futuro. Pero sobre todo porque el Estado en su fragilidad crea los mecanismo para que este tipo de explotación se siga dando, explotación obrera y explotación de la pobreza mental de una sociedad carente de memoria política.
El desarrollo de la sociedad colombiana tiene como eje el copiar modelos que buscan beneficiar a quienes por más de cinco siglos han perpetrado estrategias que combinadas con políticas de protección a la inversión extrajera aseguran la dominación de los países desarrollados, la miseria, el hambre, la fe en los trasmundos religiosos, es la propaganda que nos venden: todos somos embaucados con formulas evangélicas, o católicas, que nutren las arcas de propios y extraños, (vale recordar que esto ya lo han dicho y predicho todos los que si son ilustres hijos de la patria, y han sido fulminados caso Jaimito Garzón).
Hoy tiempo después Colombia continúa con la misma miseria alrededor de la explotación minera. Sin políticas claras, sin leyes fuertes para este tipo de trabajo y de explotación, historias como las de Rudecindo Cristancho, son el imaginario de millones de personas que saliendo de sus veredas y municipios en busca del sueño de la prosperidad democrática son víctimas de toda clase de vejámenes. Lo cual no quiere decir, que la explotación de las minas en el Departamento del Cesar y la Guajira, o sea, -las que se hacen a cielo abierto-, tengan como resultado que los trabajadores y pobladores gocen de un factor de riqueza económica o flujo de capital domestico, lo que sí es cierto es que esto ayuda a que niños blancos holandeses o ingleses jueguen a la Naranja Mecánica mamándose la leche que a los indígenas de la guajira se inhalan en forma de carbón en polvo la cual en vez de nutrirlos les pudre los pulmones, lo que existe es un asesinato silencioso de miles de personas, pues, por un camino u otro son víctimas de la contaminación, la explotación, y lo que ello desencadena en suma también: prostitución infantil de niñas y niños. Los cuales circulan alrededor de los depravados sexuales, casi siempre norte-americanos, ingenieros, camioneros o estafetas del poder local.
Si por cuestiones del destino seudo-político, la democracia y los defensores de ella, poseen algo de razón, cosa más bien atribuible a espantapájaros de las familias que viven del poder central, de las iglesias cuales quiera que sean, o peor aún de las universidades que lidian con todo tipo de sujetos ansiosos de trabajar como bestias por salarios mínimos que no alcanzan para pagar los chiqueros donde viven, es cosa que el destino de la democracia más antigua del mundo posee, es decir, ratas que han perdido el olfato y sus patas se entierran cada vez más en el cieno de la miseria sicológica y política.
El calificativo de ratas, me refiero a series como: El Cartel, Sin Tetas no hay Paraíso, Las Muñecas de la Mafia, Pandillas Guerra y Paz, o las más recientes a Puño Limpio, o la Pola, donde nos recuerdan el tipo de ratas en que nos convirtieron los españoles; lo deberíamos aprender rápidamente, puesto que, los canales de televisión RCN y Caracol, elaboran a cada momento de sus series de televisión este nuevo tipo de hámster, no sé si sacados de las cocinas de McDonald’s o de los subterráneos de la Casa Blanca, más que orgullo lo que debemos sentir es repulsión o asco, al escuchar declaraciones sobre sus prácticas corruptas, según dice el “filósofo” Nule: “la corrupción es inherente al hombre”, oír a narcotraficantes, paramilitares, funcionarios “públicos”, militares, comisionados de paz, estos últimos parecen más bien un aborto de la criminalidad colombiana, diciendo lo que dicen vaguedades, y sus señalamientos y acusaciones se quedan en el foso de una Ley que los encubre, puesto que fueron hechas por ratas y para ratas; dejando claro que las nuevas ratas de la empresa laboral y colectiva en Colombia no traspasan la frontera de sus propios agujeros mentales y religiosos.
Crimen organizado desde los escenarios de la televisión cuando nos muestran como reales desmovilizaciones que le cuestan al Estado, o mejor, al estomago de millones de miserables, educación, vivienda, agua potable, salud, en fin. Veneno para ratas venden en el centro de Bogotá, como en el centro de París, o los suburbios de Nueva York, es lo que debería servícieles en platos hondos a falta de de darles las mismas dosis de violencia que ellos le aplican a los Siervos sin Tierra, es lo que merecen todos estos agentes de la criminalidad organizada llamada poder político y militar, no sólo en Colombia sino también para aquellas ratas blancas que construyen desde los salones perfumados de Suiza hasta las cloacas que los ingleses han construido en África, dando rienda suelta a sus políticas globales para que sus rosados cuerpos supuren nauseabundas esencias que envilecen a su Dios mercantilista y avaro, habría que darles también veneno depurativo a los desmedros sociales de los Chinos o los republicanos asesinos de los Estados Unidos, en este mundo de ratas hay para todos desde la Madre Teresa de Calcuta hasta Negros protestantes como Luther King, los cuales se ahogaron en las miserias sociales del evangelio sobre la igualdad y el reconocimiento por el Otro defendiendo finalmente, con sus mascarillas de la buena fe el status quo, de ricos y poderosos.
En Colombia ciertas ratas se han revelado, promoviendo el tráfico de armas, de drogas, de prostitución infantil, así como el crimen organizado para poner y deponer fulanos que gobiernan como si esto fuese un potrero o un nido de serpientes, es decir, a punta de garrote y plomo. La discusión no es con los sistemas de pensamiento, puesto que el pensar es solo de los ángeles o los dioses, y en Colombia sólo existe la voluntad colectiva cuando de elegir a sus representantes se trata, y casi siempre se escogen a lo mejorcitos en el uso de las tácticas y prácticas perversas como la creación de las guerrillas en un principio y luego a paramilitares: los mismos de siempre Liberales y Conservadores. A Rudecindo Cristancho en su momento se lo consumió la miseria, a nosotros en la actualidad nos consume la materia descompuesta de nuestros espíritus de Nacis solapados.
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