miércoles, 19 de enero de 2011

A LA ¡SALUD!



WHISKEY


Todos los ensayos deben empezar con la palabra whiskey, no por una necesidad etimológica sino porque me gusta el whiskey, su fonética habita en ecos silenciosos por mis venas. Para ser honesto no soy alcohólico, sólo me gusta el sabor de la palabra, como ella quema las entrañas y enrojece al más moreno. Si usted es menor de edad continúe la lectura de este texto bajo la vigilancia de un filósofo adulto; no porque sepan de whiskey, sino porque me publican en este espacio. Nadie quiere salir borracho.
Una tarde compartía un trago con los ebrios intelectuales (porque los intelectuales sin alcohol son aburridísimos, conservan los mejores pensamientos para sí) celebrábamos socarronamente las virtudes escriturales del otro, reíamos por la doble aspa que nos cercenaba el cuello, nos poníamos curitas y los precoces daban machetazos a diestra y siniestra. Imagen casi perfecta, pero no había whiskey, así que me retiré; no soy filósofo, soy literato y estoy aquí para incomodar lo más posible a los primeros.
Whiskey. La literatura se diluye en un whiskey. Entre más viejo mejor, no digo que Cervantes sea mejor que Nicanor Parra, sólo que tienen barriles distintos de reposo y maduración. La literatura es una esquirla que rasga las venas, siembra placer sadomasoquista, no es un vino de la serie “Cariñoso” como la filosofía de salón de clases; la literatura tiene ese tono espeso y destilado del whiskey, a contra luz todo lo mueve, en la oscuridad todo lo provoca con su textura, no es un aguardiente filosófico-adulterado que todo lo confunde, que todo lo justifica de un shot-disparo, como si todos fueran el viejito Lonergan.
No odio la filosofía, ni su pensamiento, estaría en un error al tratar de forma peyorativa los demás licores, insisto, a mi me gusta el whiskey, me gusta la literatura.
Durante siglos el ebrio intelectual ha depositado su conocimiento y picardía –porque todos somos pícaros, decía el abuelo- en distintas barricas, es precisamente allí, en el proceso de maduración, que se crea el pensamiento. Los filósofos ya se habrán destapado media botella de aguardiente y dirán que si la literatura es como el aguardiente pues la filosofía es como el vino. No tengo opinión contraría, pero ese licor es de la poesía.
La literatura aromatiza el espacio, se enreda en el aire, no se compara a una vela de motel marca logos, estremece cada corazonada, evita dolores de cabeza inservibles, es un guayabo poético.
Sé que todos los ensayos deben empezar con la palabra whiskey, si tiene opiniones o reclamos de cualquier calibre, le propongo que me invite un whiskey. ¡Salud!

Por Daniel García León.

lunes, 3 de enero de 2011

HACIA LA JUSTIFICACIÓN DE UNA HISTORIA DE LAS IDEAS EN AMÉRICA LATINA


Es clásica la estigmatización de Hegel al asignar a los pueblos latinoamericanos un lugar insignificante histórica y culturalmente, pues los describe como pueblos impotentes a nivel físico y espiritual, incapaces de ser educados. Lo poco digno que se encuentre en América Latina obedece al influjo que el espíritu europeo ha podido legarles, y sólo con relación a ese espíritu pueden tener porvenir; por fuera de él, los pueblos latinoamericanos quedan excluidos de la historia universal, siendo radicalmente ahistóricos. América Latina sólo puede llegar a tener sentido fijándose dentro de lo universal, es decir lo europeo.
Una reflexión más cercana temporalmente, y realizada desde la propia situación latinoamericana, la ofrece Rubén Sierra. Para este filósofo colombiano, el proyecto de un filosofía latinoamericana auténtica y original, está basado en la inseguridad y la desorientación espiritual de los pueblos que no han querido reconocerse como ciudadanos de la cultura occidental. Para que el pensamiento latinoamericano se instaure dentro de esa cultura debe aspirar a la univocidad conceptual y no quedarse en los equivocismos y ambigüedades, propias de las nociones con las que los pensadores latinoamericanos han expuesto su imagen del mundo. Al anclarse en una serie de problemas locales, el pensamiento en América Latina no ha constituido verdaderas escuelas o movimientos filosóficos, con pretensiones de universalidad. Tras la supuesta originalidad que pueda representar una historia de las ideas se esconde una actividad como reflejo y copia de la cultura occidental, sin hacer aportes valiosos a la misma.
Así, la historia de las ideas sería la tarea reservada para los pueblos subdesarrollados, que ante la carencia de sistemas filosóficos, sobrevaloran la producción intelectual de sus pocos pensadores, quienes, por incapacidad, desconocimiento o negligencia, reflexionan únicamente sobre localismos, alejándose cada vez más de la universalidad propia de la filosofía.
Pero si tal como se ha expuesto hasta el momento, la historia de las ideas surge como fruto de las reflexiones inauguradas por un filósofo alemán y se desarrolla posteriormente, y con un gran interés, en España, país con tradición occidental , se evidencia que esta disciplina responde a unas necesidades básicas, con enfoques formales y metodológicos propios, que lejos de excluirse de la dinámica propia de la historia de la filosofía, la complementan y se complementan con ella. Para comprender de este modo la importancia de una historia de las ideas, es propio acceder a una visión diferente de la historia.
Joaquín Zabalza[2] presenta un acercamiento a la comprensión analógica de la historia, reaccionando ante al univocismo eurocéntrico, que se lee en Hegel y de alguna manera en Rubén Sierra, y también frente al equivocismo pluricéntrico, que en varios casos ha sido el punto de partida y justificación del proyecto de pensamiento latinoamericano. Zabalza ve la necesidad de reconocer la existencia de una historia universal, concreta, pero analógica e individualizada en diversas culturas. Esta historia tiene una finalidad y muestra un sentido que se diversifica según la situación concreta de cada hombre y cada pueblo, y se entiende como una lucha por la liberación frente a las situaciones concretas de opresión a las que están sujetos los hombres. Así ,lejos de los extremos, tanto la historia de la filosofía como la historia de las ideas tienen un sentido propio.
Es posible y deseable una Historia de las Ideas en América Latina que haga inteligible el proceso histórico de nuestros pueblos a nivel ideológico, destacando por una parte su conexión con el pensamiento universal; pero por otra, la función opresora o liberadora que dichas ideas han ejercido en la marcha de los sucesos y eventos de nuestra historia. De ella, depende en parte, nuestra propia autocomprensión del presente y nuestra adecuada proyección hacia el futuro. Analógicamente entendidas, creo yo que ni la filosofía de la historia es una filosofía de la ‘histeria’, ni la historia de las ideas es mera ‘arqueología’.
En este texto de Joaquín Zabalza se recogen varios de los aspectos que justifican una historia de las ideas en América Latina y, que de igual manera, hacen comprensible la razón por la cual esta disciplina ha encontrado en el continente el horizonte propio, vital e histórico para una formulación, cada vez más precisa, de sus objetivos, funciones y condiciones epistemológicas.
La intelectualidad latinoamericana, apropiándose de la tradición intelectual occidental, ha pensado los problemas inherentes al continente, descubriendo en ese proceso la necesidad de desarrollar una filosofía en la que “no sólo interesa el conocimiento, sino también el sujeto que conoce, el filósofo en particular, en su realidad humana e histórica”, un sujeto que no es individual, es un nosotros circunstancialmente ubicado en lo nuestro. De allí que la identidad del hombre latinoamericano, su historia y cultura, sean elementos fundantes de un pensar auténtico y original.
La autoafirmación del sujeto latinoamericano parte de una actitud de verdadera comprensión del pasado que le pertenece y constituye sus raíces; comprensión de las formas en que se ha pensado a sí mismo y la manera como las ideas producidas han actuado efectivamente en su modo de estar en la realidad. Una autocomprensión crítica que permita los procesos de recuperación histórica e ideológica.
Esto no se logra mediante una ruptura con lo occidental. Una mentalidad aldeana propia de un continente de puertas cerradas, lleva a los individuos a su propio desconocimiento, en la medida en que se desconoce el otro. La historia de las ideas no se presenta como una exaltación de lo específico y a su vez un desprecio por lo universal, sino como la posibilidad de integrar las propias circunstancias a valores superiores, dentro de la comprensión de la relatividad de lo universal y la universalidad de lo concreto.
La función liberadora de una historia de las ideas no es un contenido programático que se impone limitando los campos de intelección, erigiéndose como un nuevo absoluto que se impone frente a la historicidad y la pluralidad. Es necesario superar ciertos modelos dialécticos impuestos para el pensar latinoamericano, que limitaban su intelección a la relación opresor-oprimido. La función liberadora no le pertenece exclusivamente a un pensar latinoamericano, la libertad es una tarea de la humanidad frente a las situaciones concretas que la nieguen en cada época y espacio determinado.
En este sentido las razones éticas que inspiraron el pensamiento del filosofo británico Isaiah Berlin y, que a su vez, lo hicieron optar por la historia de las ideas tienen eco para la tarea latinoamericana.“ La defensa de los derechos humanos y la libertad personales frente a todo tipo de determinismo o relativismo amoralistas, el respecto activo por la variedad de concepciones filosóficas, políticas y estéticas desplegada por los diferentes individuos y culturas y la conciencia del compromiso de los intelectuales de orientar a sus congéneres sin inmolarlos en el altar de utopías milenaristas”[5].
La comprensión de la razón histórica de los pueblos latinoamericanos, como máxima conciencia intelectual que de si mismos pueden adquirir, permitirá conocer la significación de la realidad en la que se vive y a la que se pertenece, configurando su proyecto de inserción en la comunidad humana. La historia de las ideas no es un simple recuerdo que sirve de estimulo espiritual, sino una apropiación comprensiva de la tradición en la que el pasado estudiado críticamente es hondamente liberador y permite volver al presente, proyectando un crecimiento para enfrentar el futuro con coherencia y sentido creador.
Así se justifica una historia de las ideas desde sus rasgos más generales, hasta su especificidad concreta en América Latina. Sigue teniendo un sentido urgente e importante determinar la identidad de este continente, pues a pesar de los esfuerzos de reconstrucción historia, pesa en ocasiones el olvido y por esto no acabamos de saber quienes somos.
Muchos de ellos [los nativos americanos] murieron sin saber de dónde habían venido los invasores. Muchos de éstos murieron sin saber en dónde estaban. Cinco siglos después, los descendientes de ambos no acabamos de saber quiénes somos.
[...] cada uno de nosotros piensa que sólo depende de sí mismo. Razones de sobra para seguir preguntándonos quiénes somos y cuál es la cara con que queremos ser reconocidos en el tercer milenio.

[1] SIERRA, Rubén. Apreciación de la filosofía analítica. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 1987. p. 121-129.
[2] ZABALZA, Joaquín. Filosofía de la historia e historia de las ideas. En : MARQUÍNEZ, Germán et al. La filosofía en América Latina: historia de las ideas. Bogotá: El búho, 1996. p. 20-22.
ROIG, Arturo. Teoría y crítica del pensamiento latinoamericano. México: Fondo de cultura económica, 1981. p . 9.
TOVAR, Leonardo. Historia de las ideas y pluralismo en América Latina. En: Cuadernos de Filosofía latinoamericana. Bogotá: No. 82-83/84-85 (2001); p.81-82.
GARCIA MARQUEZ, Gabriel. No acabamos de saber quiénes somos. En: Cambio: 10 años, edición especial de aniversario. Bogotá . No. 530; (ago-sep.2003). p.40-44.


domingo, 2 de enero de 2011

EL «SER» LATINOAMÉRICANO


Qué o quienes somos, qué nos hace ser lo que somos. Interrogantes bien confusos al momento de darle respuestas. Pensadores latinoamericanos como Leopoldo Zea y Enrique Dussel han intentado dar con la solución de este enigma.
La pregunta por nuestra esencia latinoamericana se replantea a partir de nuevas postura como lo fueron la teología de la liberación quienes a partir de un análisis crítico de la historia intentaban realizar una contextualización de las enseñanzas de Cristo en Latinoamérica. Las investigaciones de la situación social en nuestros países dan como resultado el surgimiento de la teoría de la dependencia la cual hace gran énfasis en los conceptos de centro y periferia.
Empero, teorías y posturas que no tuvieron la resonancia que se esperaba y pasaron a ser un mero registro histórico.
Entonces cómo percibirnos, cómo indígenas sin serlo realmente, ni españoles o negros? A nuestra generación es la que nos corresponde pensarlo, construir un imaginario que nos incorpore a todos, crear, como lo diría Hegel un espíritu objetivo capaz de abarcar e incorporarse a todos los estamentos individuales y colectivos, para de esa manera tener un punto de partida común.
Para los europeos, esta pregunta ya no es ni siquiera necesaria, ni mucho menos para lo Norteamericanos quienes se conciben desde sus inicios como la tierra prometida dada las persecuciones que vivieron por parte de Enrique VIII en sus inicios como pueblo.
Una de las naciones que tiene muy clara esta situación, me atrevería a decirlo, es la alemana, quienes se perciben bajo la expresión deutsch (alemán). deutsch alude meramente a lo que resulta familiar a todos aquellos que se expresan en un idioma común. La raíz de deutsch reaparece en el verbo deuten (apuntar, indicar o explicar): de ahí que deutsch venga a querer decir lo que es claro (deutlich), lo familiar, lo acostumbrado, lo heredado, lo propio de nuestro suelo.
La nación Alemana a pesar de haber sufrido grandes descalabros en su reiterativa intención de apoderarse de territorios continúa percibiéndose de igual manera. Sin embargo históricamente se puede ver que fueron estas derrotas las que lo ayudaron a darle forma a esta visión. Y tal vez uno de los descalabros que más son recordados en Alemania es la de Alsacia, como lo afirma el mismo Richard Wagner: Con el derrumbe de nuestro poder político en el exterior, es decir, con la pérdida de significación de la autoridad imperial, que hoy lloramos como principio de la ruina de la gloria alemana, comienza en realidad el desarrollo auténtico de la esencia (Wesen) alemana genuina.
Incluso, el espíritu alemán se encuentra forjado por ideas foráneas que las tomaron e incorporaron a su diario vivir. Caso ese el del desarrollo mercantilista incorporado y adaptado a partir de las guerra napoleónicas y hasta cierto nivel por algunas comunidades judías que llegaron a estos territorios a mediados del siglo XVII. Para el alemán no es importante quién los gobierna, siempre y cuando respete sus tradiciones y su cultura.
Son muchos los elementos que se fusionaron para formar este imaginario alemán, pero lo que si es claro fue que se concibieron como un pueblo.
Entonces, qué sucede en nuestras naciones que no podemos articular la mescla de tres culturas, que aunque distintas, susceptibles al cambio como todas las demás?
Cuáles son los elementos comunes que debemos tener en cuenta para desarrollar una identidad propia que surge como respuesta a nuestro tiempo.
Para los europeos, el factor económico fue importante al momento de realizar dicha empresa, la idea de progreso tecnocrática se manifestaba como aplicable y se ajustaba a los intereses de la mayoría.
Será que tenemos que pensar seriamente en la elaboración de una idea de progreso distinta a la europea, con las implicaciones que eso trae. La idea de progreso tecnocrático ya no soporta más, se manifiesta como incapaz de solucionar los grandes problemas ecológicos a los que conlleva.
Dentro de la idea de progreso tecnocrático, el ser latinoamericano y más concretamente el ser colombiano se encuentra en un mundo que se le fue impuesto, no lo parió de sus entrañas como sí sucedió con las naciones europeas con todas sus implicaciones. En nuestro territorio las guerras libertadora eran guiada por un grupo reducido de «criollos» de las clases altas que lo único que les interesaba eran emular las guerras europeas y de esa manera tener un territorio a su servicio con las ideas de libertad, igualdad y fraternidad como estandarte.
Entonces para terminar este breve momento de reflexión, la pregunta queda sobre la mesa, ¿nos corresponde repensar el ser latinoamericano desde la reconstrucción de la idea de progreso, teniendo como punto de partida la idea de identidad?