Piezas claves de los procesos hegemónicos
SEGUNDA PARTE
Para la primera parte de las consideraciones acerca del Porvenir de Nuestras Instituciones Educativas intente relacionar el fundamento de las instituciones académicas con el ejercicio de la política y el carácter del joven en relación con el espacio de la vida escolar en Colombia, y la construcción del pensamiento actual con el pasado distante de la colonia europea, mientras busqué delimitar el sentimiento del hombre Moderno con la sensibilidad del hombre masa, como patrimonios propios del estudiante frente a su entorno, y por qué existe ese abismo diletante por obedecer códigos y normas que finalmente lo conducen a ser parte de las fichas clásicas de la identidad del sujeto “sub-desarrollado” vs Sociedad desarrollada; a sabiendas del fracaso de la educación impartida a nivel nacional donde la Ley del Menor refuerza el organismo estructural de la violencia armada y psicológica, al servicio de unos dispositivo de poder que se lucran y se instituyen como aparatos de dominio, al interés de un grupo económico especializado en esta forma de hegemonía ideológica: que consiste en des-educar lo que nunca ha sido educado. Mi interés para este segundo temario consistirá en ubicar el escenario del estudiante, el profesor y el Estado. Ambos como marco referencial a la segunda conferencia del maestro Nietzsche, para el tema que nos hemos trazado en relación con sus cinco conferencias.
Partamos entonces de la iniciativa que surge a partir de la constitución de 1991, donde el itinerario de la vida del ciudadano cambia al convertirse en artífice y desarrollador de un Estado Social de Derecho. Desde este punto quiero iniciar, es decir, con la constitución del 1991, desde allí la educación en Colombia traza un nuevo horizonte donde el profesor deja de ser un simple normalista y se convierte en un profesional de la educación. ¿Qué significa –entonces- ese profesionalizar la educación? ¿Qué nos trajo este nuevo impulso de renovación en materia escolar y académica?, ¿Hacía dónde se enfilan los esfuerzos, los cuales le quitan la autoridad que tenía antes el “Educador”, para pasar a ser un simple espectador del acontecer diario de la vida escolar?, o ¿cuál es el modelo que nos impusieron, sin haber preparado antes a nuestros jóvenes para tamaña empresa de la educación: “oscilante y defectuosa”?, son preguntas a las cuales intentaré dar respuesta en el presente texto. Sin desconocer desde el luego el escenario de la realidad nacional como principal amasijo en la construcción del ciudadano común.
Estudiante y profesor están en igualdad de condiciones, el uno es victima del otro, mientras el estudiante se esfuerza por saltar por encima de la normatividad existente el otro se esfuerza por hacer parte del sistema educativo que cada vez más lo aleja de cualquier principio, entre lo real y lo artificial del mundo académico, me refiero al trabajo cotidiano y sus tareas como educador desconectándose de la cotidianidad; así mismo el maestro se aleja de la vida política del Estado como sujeto razonante dentro del mismo. Ni profesor, ni estudiante están en la capacidad de “colegir” su posición en el mundo, menos aún, su condicionabilidad dentro de la esfera oscilante entre las estructuras que articulan el aparato estatal. No lo están, quizás, porque ambos sufren del mismo malestar cognitivo, falta de autocrítica, esta razón simple acaso, se configura al enfocar el “sentido común” como un ejercicio narcótico de la moral religiosa, en dejar todo en manos de voluntades extraterrenas, vaciando al espíritu educativo de la potencia reformadora de la voluntad general o ideológica: “Cada uno de ellos sabe lo que ha debido soportar por la situación cultural de la escuela, y cada uno de ellos quisiera liberar por lo menos a su descendencia de semejante opresión, aun a costa de sacrificarse personalmente”, pero en nuestro caso el auto-sacrificio consiste en poblar día tras día el recinto escolar, como si ambos (estudiante y profesor) fuesen a sus propios desfiladeros a sacrificarse automáticamente, y retornar a casa como si nada.
Decíamos que con la constitución de 1991, el formato del profesor pasa a ser de escala profesional, y este a su vez cambia su horizonte mediante el ejercicio de la práctica académica o escolar. Este nuevo rumbo se enmarca en el cavilar del profesor a un simple aparataje social, es decir, se deja a un lado el prototipo de profesor asociado a ideas revolucionarias, políticas o de partidos, donde el profesor dejaba denotar su esfuerzo por contrarrestar las políticas centralistas de los gobiernos de turno, en materia sociológica, por un lado; y por otra parte este maestro de escuela suponía un ideario de lucha a favor de las clases menos favorecidas; ahora, a este mismo profesor se le enmarca en la arena socio-laboral, ahuyentándose cada vez más del escenario político, del sindicalismo activista y reformador, convirtiéndose finalmente en un servidor público, dispuesto a serviciarse a una casta de gobiernos quienes ejercen el dominio con un claro presupuesto de utilitarismo sesgado a unas clases dominantes, dueña de los emporios económicos. El profesor deja su papel de guía y se instituye en artífice del nuevo articulado constitucional o de las leyes en materia educativa. La clave consiste en tener al profesor como un prestador de servicios educativos, y no como a un formador de ideales.
Por un momento el educador ha perdido todo el valor y representación que compone su tarea quijotesca de formador, para convertirse en basamento constitucional de una ley supremamente amoldada a la necesidad básica de muchos “derechos “y de pocos “deberes” en el sentido lato de ambos conceptos. Esta primacía del profesor alejado cada vez más del estudiante, la vida pública, y la profesionalización del mismo, no es otra cosa que la instrumentalización de la educación, donde el estudiante pasó a ser un simple elemento de decoración de las aulas, los cuales responden por medios agresivos y violentos, el estudiante además de revelarse en contra del encarcelamiento-correccional al cual es sometido, él también busca librar una batalla campal entre los agentes del Estado (el profesor) y los sistemas hegemonizantes como la familia y las autoridades delictivas, es decir, el estudiante se desplaza de la vida tediosa de las aulas de clase al crimen organizado. Este punto capital, me permite evidenciar la concordancia entre el agente del Estado y la ineficiencia del sistema jurídico en Colombia. En países así, estamos educando para el crimen, de este modo, ¡que lejos! nos encontramos de la tarea de formar ciudadanos menos atroces y vengativos.
Por tanto el trabajo del profesor ha desenvuelto en artífice de una especie de elementos sumamente peligrosos para su propia especie, y las políticas de Estado. Hace no menos de ciento treinta años Nietzsche criticaba a su natal Alemania, su incapacidad de reflexionarse a si misma en materia educativa, y del papel del educador, hoy nosotros estamos cada vez más cerca del desplome total cuando ni siquiera somos capaces de entablar un dialogo entre las distintas facciones de la institucionalidad y el trabajo que hace el Estado en materia de economía educativa. Me involucro porque de un modo u otro hago parte de este estructuramiento de la educación en Colombia.
El juego ideológico al que es expuesto el profesor, desborda por su propio impulso avasallador, por todas las vías el camino conduce al mismo incierto laberinto del descontrol, si un estudiante que acaba de iniciar estudios universitarios, es incapaz de leer y escribir un párrafo fluidamente y sin errores, qué clase de “intelectuales” vamos a tener dentro de poco: “La triste causa de que, a pesar de todo, no consiga manifestarse por ningún lado una honradez completa es la pobreza espiritual de los profesores de nuestra época: precisamente en ese campo faltan los talentos realmente inventivos, faltan los hombres verdaderamente prácticos, o sea, los que tienen ideas buenas y nuevas, y saben que la auténtica genialidad y la auténtica praxis deben encontrarse necesariamente en el mismo individuo”.
Me referí hace un momento sobre el peligro que representa jugar un juego ideológico donde el estudiante ha dejado de ser un extensión del profesor en términos humanístico; expreso que se trata de un juego,- esforzándome por que me entiendan-, pues, los terribles despropósitos a que somos sometidos en materia de las reglas del juego de la categoría “sub-desarrollo” no sólo en Colombia sino en toda América latina; nos deben mover a pensar cuál es el lugar qué ocupamos dentro de la escala global de la geopolítica armamentística y policiva; y mientras existan políticas educativas donde el estudiante cada vez menos se esfuerza por “aprehender”, a ser humanamente humano, el panorama en Colombia se torna oscuro; de ahí que estamos condenados a jugar de fichas de un rompecabezas llamado capitalismo: utilitarismos de valor y cuantía de nuestras debilidades.
Con estudiantes sin compromiso y con profesores cada vez más actos para el servicio instrumental, o menos animosos para el cambio, el bio-espacio donde habitamos, será herencia de los países desarrollados con pleno reconocimiento de su posición en el mundo, donde cada vez somos englobados por los servicios y los desarrollos tecnológicos o la conservación de los recursos naturales como el agua y el oxigeno. Pues existe reiteradamente y cada vez más una marcada tendencia a relacionar “cultura” con la preservación del medio ambiente y las políticas ambientales, precisamente, estas posturas, vienen de los países que menos compromiso tienen en materia ambiental.
¿Por qué me he extendido hasta una vertiente como lo es el bio-espacio?, porque quiero demostrar que todo obedece a un mismo mecanismo de cierre donde las compresas del Estado funcionan hacia afuera y se cierran al espacio vital de los estudiantes y los profesores como guías y salvaguardas de la cultura milenaria de nuestros ancestros, expeditos revolucionarios que se enfrentan al igual que los estudiantes en pueblos y ciudades a un agenciamiento pronunciado y peligrosamente permisivo por los instrumentos de la educación memo-ficha con fines obreristas, materia de consumo de las grades estructuras económicas del Estado y las trasnacionales: “ Basta con entrar en contacto con la literatura pedagógica de nuestra época: hay que estar muy corrompido para no asustarse -cuando se estudia ese tema- ante la suprema pobreza espiritual, ante ese desdichado juego infantil del corro. En nuestro caso, la filosofía debe partir, no ya de la maravilla, sino del horror. A quien no esté en condiciones de provocar horror hay que rogarle que deje en paz las cuestiones pedagógicas”.
Si un estudiante es ajeno a su entorno político y más aún a su lugar dentro dela nueva escala de valores de los desarrollos mercantilistas, cabría preguntarse entonces ¿cuál es el papel de dicho profesor, y cuál su tarea de formador?, cuando ante sus ojos la rebeldía se sustrae a una masa peligrosamente armada de ineptitud frente a lo factico, y por ventura, peor aún, convertido en un lugarteniente de las vías del desarrollo económico sin importar caer al traste bajo la consigna de bienestar educativo (restaurantes y cafeterías), con ausencia total de bibliotecas para el análisis, las cuales están completamente equipadas con enciclopedias didácticas, donde Simón Bolívar y Santander son ahora caricaturas de la historia patria: “Así, pues, le ruego, maestro, que me instruya en relación con el instituto de bachillerato: ¿qué decadencia podemos esperar de él, y qué renacimiento?”, de tal forma que los impulsos de rebeldía de nuestros estudiantes se han convertido, gracias a la fragilidad del sistema jurídico, en agentes al servicio del crimen organizado que los utiliza como a siervos sin tierra, para que terminen de carcomerse las entrañas en un silenciamiento que ha traspasado de mal en peor de la familia a los organismo del Estado como el Ministerio de Educación y el de Salud. Pues este último los tiene que atender una vez se destrozan la vida.
La complejidad de los hechos asustan por si solos, cualquier defensa en materia de educar y recibir información tiene poca relevancia, es decir, para el estudiante no precisa ninguna responsabilidad de respeto por el otro; tal diferencia se compendia bajo la mascara de la desesperanza, por esta vía no seremos capaces de levantar nuestro rostro al sol y verlo plenamente centelleando, pues con seguridad nuestras pupilas se llenaran de manchas; espejismos que desfigura el rostro del mundo, de este modo el estudiante cae presa de la transfiguración que el profesor utiliza para educarlo, es decir, cada término o concepto se convierte en espejismo de la realidad concreta del mundo en que habita, por tanto el estudiante pasa a ser agente pasivo de los mecanismos de control del Estado, el cual lo anima a defender su aparataje con uñas y pies, antes que a la vida misma como principio rector de nuestras voluntades: “Una escuela mejor no podrá tener otro objetivo a ese respecto que el de llevar al camino recto, con autoridad y rigor digno, a los jóvenes lingüísticamente corrompidos, y exhortarles así: ¡Tomad en serio vuestra lengua! Quien no consiga sentir un deber sagrado en ese sentido no posee ni siquiera el germen del que pueda surgir una cultura superior”, por consiguiente la escuela es nuestro bien mayor, si antes no la hemos convertido ya en espacio y cueva para el tráfico de delincuensillos; vientre mayor para el crimen organizado, o fábrica que justifica la política de seguridad que tanto daño nos ha hecho.
Dentro de nuestra perspectiva de búsqueda de hallar una sola razón, o al menos algún atisbo que haga posible lanzar una hipótesis sobre el Porvenir de Nuestras Instituciones Educativas, vale remarcar los períodos de actualización del sistema educativo en Colombia, desde 1993 hasta nuestra fecha, revisando un poco la cuestión, las transformaciones del espíritu educativo en Colombia dejan entrever que no hemos avanzado mucho en materia de reconocimiento de nuestra capacidad de reabsorción de las identidades culturales y determinar con claridad el por qué de nuestra visión de la violencia y el control por parte de las capas hegemónicas en el país. Eso significa que los controladores institucionales tratan de crear una cultura de concreto artificial, vaciando de sentido el mundo cosmogónico de nuestras raíces y sus influencias en el carácter de nuestras generaciones:
“La designación “cultura formal” forma parte de esa burda fraseología no filosófica, de la que hay que liberarse cuanto sea posible: en realidad, no existe en absoluto una “cultura material”. Y quien establece como fin del bachillerato la “cultura para la ciencia” desecha con ello la “cultura clásica” y la llamada “cultura formal”, o sea, que abandona en general cualquier clase de fin cultural del bachillerato. En efecto, el hombre científico y el hombre de cultura pertenecen a dos esferas diferentes, que de vez en cuando entran en contacto en un individuo aislado, pero no coincidirán nunca entre sí”.
Lo anterior nos permite concebir que el fundamento de la “cultura” en Colombia se ancla en el criterio desmedido de los agentes del Estado, o sea, en la conformación de un individuo imitador de modelos extranjeros, cada vez nos norte-amerizamos más, al dársele mayor base de cobertura, e incluso de inspiración a una lengua distante como la inglesa, de este modo caemos en el abismo de la necedad fantasmagórica de las ideologías. De esta manera la reorganización del Estado tiende a fundamentar la inmigración, convirtiendo el sentido de lo trashumante como elemento constitutivo de lo nacional. Por tanto nos vemos abocados entre dos continentes, y, a nuestra insuficiencia reflexiva, de Europa heredamos una tendencia hacía lo ilustrativo, y de Estados Unidos el tecnicismo de las carreras educativas. Para concluir nos queda en la cabeza la tarea de indagar más a fondo y de forma crítica el papel del filósofo en las tendencias educacionales, y su olvido por el fundamento de nuestras costumbres, razón y practica, ambos criterios tendrán que ser analizados antes que sucumbamos en un parasitismo global, donde el estudiante en mayor o menor medida se está “disciplinado” para el trabajo de la gran industria colonial.
Partamos entonces de la iniciativa que surge a partir de la constitución de 1991, donde el itinerario de la vida del ciudadano cambia al convertirse en artífice y desarrollador de un Estado Social de Derecho. Desde este punto quiero iniciar, es decir, con la constitución del 1991, desde allí la educación en Colombia traza un nuevo horizonte donde el profesor deja de ser un simple normalista y se convierte en un profesional de la educación. ¿Qué significa –entonces- ese profesionalizar la educación? ¿Qué nos trajo este nuevo impulso de renovación en materia escolar y académica?, ¿Hacía dónde se enfilan los esfuerzos, los cuales le quitan la autoridad que tenía antes el “Educador”, para pasar a ser un simple espectador del acontecer diario de la vida escolar?, o ¿cuál es el modelo que nos impusieron, sin haber preparado antes a nuestros jóvenes para tamaña empresa de la educación: “oscilante y defectuosa”?, son preguntas a las cuales intentaré dar respuesta en el presente texto. Sin desconocer desde el luego el escenario de la realidad nacional como principal amasijo en la construcción del ciudadano común.
Estudiante y profesor están en igualdad de condiciones, el uno es victima del otro, mientras el estudiante se esfuerza por saltar por encima de la normatividad existente el otro se esfuerza por hacer parte del sistema educativo que cada vez más lo aleja de cualquier principio, entre lo real y lo artificial del mundo académico, me refiero al trabajo cotidiano y sus tareas como educador desconectándose de la cotidianidad; así mismo el maestro se aleja de la vida política del Estado como sujeto razonante dentro del mismo. Ni profesor, ni estudiante están en la capacidad de “colegir” su posición en el mundo, menos aún, su condicionabilidad dentro de la esfera oscilante entre las estructuras que articulan el aparato estatal. No lo están, quizás, porque ambos sufren del mismo malestar cognitivo, falta de autocrítica, esta razón simple acaso, se configura al enfocar el “sentido común” como un ejercicio narcótico de la moral religiosa, en dejar todo en manos de voluntades extraterrenas, vaciando al espíritu educativo de la potencia reformadora de la voluntad general o ideológica: “Cada uno de ellos sabe lo que ha debido soportar por la situación cultural de la escuela, y cada uno de ellos quisiera liberar por lo menos a su descendencia de semejante opresión, aun a costa de sacrificarse personalmente”, pero en nuestro caso el auto-sacrificio consiste en poblar día tras día el recinto escolar, como si ambos (estudiante y profesor) fuesen a sus propios desfiladeros a sacrificarse automáticamente, y retornar a casa como si nada.
Decíamos que con la constitución de 1991, el formato del profesor pasa a ser de escala profesional, y este a su vez cambia su horizonte mediante el ejercicio de la práctica académica o escolar. Este nuevo rumbo se enmarca en el cavilar del profesor a un simple aparataje social, es decir, se deja a un lado el prototipo de profesor asociado a ideas revolucionarias, políticas o de partidos, donde el profesor dejaba denotar su esfuerzo por contrarrestar las políticas centralistas de los gobiernos de turno, en materia sociológica, por un lado; y por otra parte este maestro de escuela suponía un ideario de lucha a favor de las clases menos favorecidas; ahora, a este mismo profesor se le enmarca en la arena socio-laboral, ahuyentándose cada vez más del escenario político, del sindicalismo activista y reformador, convirtiéndose finalmente en un servidor público, dispuesto a serviciarse a una casta de gobiernos quienes ejercen el dominio con un claro presupuesto de utilitarismo sesgado a unas clases dominantes, dueña de los emporios económicos. El profesor deja su papel de guía y se instituye en artífice del nuevo articulado constitucional o de las leyes en materia educativa. La clave consiste en tener al profesor como un prestador de servicios educativos, y no como a un formador de ideales.
Por un momento el educador ha perdido todo el valor y representación que compone su tarea quijotesca de formador, para convertirse en basamento constitucional de una ley supremamente amoldada a la necesidad básica de muchos “derechos “y de pocos “deberes” en el sentido lato de ambos conceptos. Esta primacía del profesor alejado cada vez más del estudiante, la vida pública, y la profesionalización del mismo, no es otra cosa que la instrumentalización de la educación, donde el estudiante pasó a ser un simple elemento de decoración de las aulas, los cuales responden por medios agresivos y violentos, el estudiante además de revelarse en contra del encarcelamiento-correccional al cual es sometido, él también busca librar una batalla campal entre los agentes del Estado (el profesor) y los sistemas hegemonizantes como la familia y las autoridades delictivas, es decir, el estudiante se desplaza de la vida tediosa de las aulas de clase al crimen organizado. Este punto capital, me permite evidenciar la concordancia entre el agente del Estado y la ineficiencia del sistema jurídico en Colombia. En países así, estamos educando para el crimen, de este modo, ¡que lejos! nos encontramos de la tarea de formar ciudadanos menos atroces y vengativos.
Por tanto el trabajo del profesor ha desenvuelto en artífice de una especie de elementos sumamente peligrosos para su propia especie, y las políticas de Estado. Hace no menos de ciento treinta años Nietzsche criticaba a su natal Alemania, su incapacidad de reflexionarse a si misma en materia educativa, y del papel del educador, hoy nosotros estamos cada vez más cerca del desplome total cuando ni siquiera somos capaces de entablar un dialogo entre las distintas facciones de la institucionalidad y el trabajo que hace el Estado en materia de economía educativa. Me involucro porque de un modo u otro hago parte de este estructuramiento de la educación en Colombia.
El juego ideológico al que es expuesto el profesor, desborda por su propio impulso avasallador, por todas las vías el camino conduce al mismo incierto laberinto del descontrol, si un estudiante que acaba de iniciar estudios universitarios, es incapaz de leer y escribir un párrafo fluidamente y sin errores, qué clase de “intelectuales” vamos a tener dentro de poco: “La triste causa de que, a pesar de todo, no consiga manifestarse por ningún lado una honradez completa es la pobreza espiritual de los profesores de nuestra época: precisamente en ese campo faltan los talentos realmente inventivos, faltan los hombres verdaderamente prácticos, o sea, los que tienen ideas buenas y nuevas, y saben que la auténtica genialidad y la auténtica praxis deben encontrarse necesariamente en el mismo individuo”.
Me referí hace un momento sobre el peligro que representa jugar un juego ideológico donde el estudiante ha dejado de ser un extensión del profesor en términos humanístico; expreso que se trata de un juego,- esforzándome por que me entiendan-, pues, los terribles despropósitos a que somos sometidos en materia de las reglas del juego de la categoría “sub-desarrollo” no sólo en Colombia sino en toda América latina; nos deben mover a pensar cuál es el lugar qué ocupamos dentro de la escala global de la geopolítica armamentística y policiva; y mientras existan políticas educativas donde el estudiante cada vez menos se esfuerza por “aprehender”, a ser humanamente humano, el panorama en Colombia se torna oscuro; de ahí que estamos condenados a jugar de fichas de un rompecabezas llamado capitalismo: utilitarismos de valor y cuantía de nuestras debilidades.
Con estudiantes sin compromiso y con profesores cada vez más actos para el servicio instrumental, o menos animosos para el cambio, el bio-espacio donde habitamos, será herencia de los países desarrollados con pleno reconocimiento de su posición en el mundo, donde cada vez somos englobados por los servicios y los desarrollos tecnológicos o la conservación de los recursos naturales como el agua y el oxigeno. Pues existe reiteradamente y cada vez más una marcada tendencia a relacionar “cultura” con la preservación del medio ambiente y las políticas ambientales, precisamente, estas posturas, vienen de los países que menos compromiso tienen en materia ambiental.
¿Por qué me he extendido hasta una vertiente como lo es el bio-espacio?, porque quiero demostrar que todo obedece a un mismo mecanismo de cierre donde las compresas del Estado funcionan hacia afuera y se cierran al espacio vital de los estudiantes y los profesores como guías y salvaguardas de la cultura milenaria de nuestros ancestros, expeditos revolucionarios que se enfrentan al igual que los estudiantes en pueblos y ciudades a un agenciamiento pronunciado y peligrosamente permisivo por los instrumentos de la educación memo-ficha con fines obreristas, materia de consumo de las grades estructuras económicas del Estado y las trasnacionales: “ Basta con entrar en contacto con la literatura pedagógica de nuestra época: hay que estar muy corrompido para no asustarse -cuando se estudia ese tema- ante la suprema pobreza espiritual, ante ese desdichado juego infantil del corro. En nuestro caso, la filosofía debe partir, no ya de la maravilla, sino del horror. A quien no esté en condiciones de provocar horror hay que rogarle que deje en paz las cuestiones pedagógicas”.
Si un estudiante es ajeno a su entorno político y más aún a su lugar dentro dela nueva escala de valores de los desarrollos mercantilistas, cabría preguntarse entonces ¿cuál es el papel de dicho profesor, y cuál su tarea de formador?, cuando ante sus ojos la rebeldía se sustrae a una masa peligrosamente armada de ineptitud frente a lo factico, y por ventura, peor aún, convertido en un lugarteniente de las vías del desarrollo económico sin importar caer al traste bajo la consigna de bienestar educativo (restaurantes y cafeterías), con ausencia total de bibliotecas para el análisis, las cuales están completamente equipadas con enciclopedias didácticas, donde Simón Bolívar y Santander son ahora caricaturas de la historia patria: “Así, pues, le ruego, maestro, que me instruya en relación con el instituto de bachillerato: ¿qué decadencia podemos esperar de él, y qué renacimiento?”, de tal forma que los impulsos de rebeldía de nuestros estudiantes se han convertido, gracias a la fragilidad del sistema jurídico, en agentes al servicio del crimen organizado que los utiliza como a siervos sin tierra, para que terminen de carcomerse las entrañas en un silenciamiento que ha traspasado de mal en peor de la familia a los organismo del Estado como el Ministerio de Educación y el de Salud. Pues este último los tiene que atender una vez se destrozan la vida.
La complejidad de los hechos asustan por si solos, cualquier defensa en materia de educar y recibir información tiene poca relevancia, es decir, para el estudiante no precisa ninguna responsabilidad de respeto por el otro; tal diferencia se compendia bajo la mascara de la desesperanza, por esta vía no seremos capaces de levantar nuestro rostro al sol y verlo plenamente centelleando, pues con seguridad nuestras pupilas se llenaran de manchas; espejismos que desfigura el rostro del mundo, de este modo el estudiante cae presa de la transfiguración que el profesor utiliza para educarlo, es decir, cada término o concepto se convierte en espejismo de la realidad concreta del mundo en que habita, por tanto el estudiante pasa a ser agente pasivo de los mecanismos de control del Estado, el cual lo anima a defender su aparataje con uñas y pies, antes que a la vida misma como principio rector de nuestras voluntades: “Una escuela mejor no podrá tener otro objetivo a ese respecto que el de llevar al camino recto, con autoridad y rigor digno, a los jóvenes lingüísticamente corrompidos, y exhortarles así: ¡Tomad en serio vuestra lengua! Quien no consiga sentir un deber sagrado en ese sentido no posee ni siquiera el germen del que pueda surgir una cultura superior”, por consiguiente la escuela es nuestro bien mayor, si antes no la hemos convertido ya en espacio y cueva para el tráfico de delincuensillos; vientre mayor para el crimen organizado, o fábrica que justifica la política de seguridad que tanto daño nos ha hecho.
Dentro de nuestra perspectiva de búsqueda de hallar una sola razón, o al menos algún atisbo que haga posible lanzar una hipótesis sobre el Porvenir de Nuestras Instituciones Educativas, vale remarcar los períodos de actualización del sistema educativo en Colombia, desde 1993 hasta nuestra fecha, revisando un poco la cuestión, las transformaciones del espíritu educativo en Colombia dejan entrever que no hemos avanzado mucho en materia de reconocimiento de nuestra capacidad de reabsorción de las identidades culturales y determinar con claridad el por qué de nuestra visión de la violencia y el control por parte de las capas hegemónicas en el país. Eso significa que los controladores institucionales tratan de crear una cultura de concreto artificial, vaciando de sentido el mundo cosmogónico de nuestras raíces y sus influencias en el carácter de nuestras generaciones:
“La designación “cultura formal” forma parte de esa burda fraseología no filosófica, de la que hay que liberarse cuanto sea posible: en realidad, no existe en absoluto una “cultura material”. Y quien establece como fin del bachillerato la “cultura para la ciencia” desecha con ello la “cultura clásica” y la llamada “cultura formal”, o sea, que abandona en general cualquier clase de fin cultural del bachillerato. En efecto, el hombre científico y el hombre de cultura pertenecen a dos esferas diferentes, que de vez en cuando entran en contacto en un individuo aislado, pero no coincidirán nunca entre sí”.
Lo anterior nos permite concebir que el fundamento de la “cultura” en Colombia se ancla en el criterio desmedido de los agentes del Estado, o sea, en la conformación de un individuo imitador de modelos extranjeros, cada vez nos norte-amerizamos más, al dársele mayor base de cobertura, e incluso de inspiración a una lengua distante como la inglesa, de este modo caemos en el abismo de la necedad fantasmagórica de las ideologías. De esta manera la reorganización del Estado tiende a fundamentar la inmigración, convirtiendo el sentido de lo trashumante como elemento constitutivo de lo nacional. Por tanto nos vemos abocados entre dos continentes, y, a nuestra insuficiencia reflexiva, de Europa heredamos una tendencia hacía lo ilustrativo, y de Estados Unidos el tecnicismo de las carreras educativas. Para concluir nos queda en la cabeza la tarea de indagar más a fondo y de forma crítica el papel del filósofo en las tendencias educacionales, y su olvido por el fundamento de nuestras costumbres, razón y practica, ambos criterios tendrán que ser analizados antes que sucumbamos en un parasitismo global, donde el estudiante en mayor o menor medida se está “disciplinado” para el trabajo de la gran industria colonial.
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