WHISKEY
Todos los ensayos deben empezar con la palabra whiskey, no por una necesidad etimológica sino porque me gusta el whiskey, su fonética habita en ecos silenciosos por mis venas. Para ser honesto no soy alcohólico, sólo me gusta el sabor de la palabra, como ella quema las entrañas y enrojece al más moreno. Si usted es menor de edad continúe la lectura de este texto bajo la vigilancia de un filósofo adulto; no porque sepan de whiskey, sino porque me publican en este espacio. Nadie quiere salir borracho.
Una tarde compartía un trago con los ebrios intelectuales (porque los intelectuales sin alcohol son aburridísimos, conservan los mejores pensamientos para sí) celebrábamos socarronamente las virtudes escriturales del otro, reíamos por la doble aspa que nos cercenaba el cuello, nos poníamos curitas y los precoces daban machetazos a diestra y siniestra. Imagen casi perfecta, pero no había whiskey, así que me retiré; no soy filósofo, soy literato y estoy aquí para incomodar lo más posible a los primeros.
Whiskey. La literatura se diluye en un whiskey. Entre más viejo mejor, no digo que Cervantes sea mejor que Nicanor Parra, sólo que tienen barriles distintos de reposo y maduración. La literatura es una esquirla que rasga las venas, siembra placer sadomasoquista, no es un vino de la serie “Cariñoso” como la filosofía de salón de clases; la literatura tiene ese tono espeso y destilado del whiskey, a contra luz todo lo mueve, en la oscuridad todo lo provoca con su textura, no es un aguardiente filosófico-adulterado que todo lo confunde, que todo lo justifica de un shot-disparo, como si todos fueran el viejito Lonergan.
No odio la filosofía, ni su pensamiento, estaría en un error al tratar de forma peyorativa los demás licores, insisto, a mi me gusta el whiskey, me gusta la literatura.
Durante siglos el ebrio intelectual ha depositado su conocimiento y picardía –porque todos somos pícaros, decía el abuelo- en distintas barricas, es precisamente allí, en el proceso de maduración, que se crea el pensamiento. Los filósofos ya se habrán destapado media botella de aguardiente y dirán que si la literatura es como el aguardiente pues la filosofía es como el vino. No tengo opinión contraría, pero ese licor es de la poesía.
La literatura aromatiza el espacio, se enreda en el aire, no se compara a una vela de motel marca logos, estremece cada corazonada, evita dolores de cabeza inservibles, es un guayabo poético.
Sé que todos los ensayos deben empezar con la palabra whiskey, si tiene opiniones o reclamos de cualquier calibre, le propongo que me invite un whiskey. ¡Salud!
Una tarde compartía un trago con los ebrios intelectuales (porque los intelectuales sin alcohol son aburridísimos, conservan los mejores pensamientos para sí) celebrábamos socarronamente las virtudes escriturales del otro, reíamos por la doble aspa que nos cercenaba el cuello, nos poníamos curitas y los precoces daban machetazos a diestra y siniestra. Imagen casi perfecta, pero no había whiskey, así que me retiré; no soy filósofo, soy literato y estoy aquí para incomodar lo más posible a los primeros.
Whiskey. La literatura se diluye en un whiskey. Entre más viejo mejor, no digo que Cervantes sea mejor que Nicanor Parra, sólo que tienen barriles distintos de reposo y maduración. La literatura es una esquirla que rasga las venas, siembra placer sadomasoquista, no es un vino de la serie “Cariñoso” como la filosofía de salón de clases; la literatura tiene ese tono espeso y destilado del whiskey, a contra luz todo lo mueve, en la oscuridad todo lo provoca con su textura, no es un aguardiente filosófico-adulterado que todo lo confunde, que todo lo justifica de un shot-disparo, como si todos fueran el viejito Lonergan.
No odio la filosofía, ni su pensamiento, estaría en un error al tratar de forma peyorativa los demás licores, insisto, a mi me gusta el whiskey, me gusta la literatura.
Durante siglos el ebrio intelectual ha depositado su conocimiento y picardía –porque todos somos pícaros, decía el abuelo- en distintas barricas, es precisamente allí, en el proceso de maduración, que se crea el pensamiento. Los filósofos ya se habrán destapado media botella de aguardiente y dirán que si la literatura es como el aguardiente pues la filosofía es como el vino. No tengo opinión contraría, pero ese licor es de la poesía.
La literatura aromatiza el espacio, se enreda en el aire, no se compara a una vela de motel marca logos, estremece cada corazonada, evita dolores de cabeza inservibles, es un guayabo poético.
Sé que todos los ensayos deben empezar con la palabra whiskey, si tiene opiniones o reclamos de cualquier calibre, le propongo que me invite un whiskey. ¡Salud!
Por Daniel García León.
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