martes, 10 de mayo de 2011

RONDANDO LÍMITES


AUTOR: LUIS GERMÁN VARGAS PAREDES

Hay noches como esta en las que me ubico en una especie de línea divisoria, en un limbo que separa el mundo de la desesperanza y el mundo del engaño. Siento, con profunda sensación de debilidad la existencia, más que desfigurada, ajena, terrorífica. Es en ese instante en el que siento con más furia el peso de mi propia vida. Vulnerable ante cualquier acto o sensación, no queda más que soportar el azote de una existencia que se mese entre la pasión y la flaqueza. Impotente y desolado, abandonado hasta de mi propia alma, soy incapaz de dar el paso. El precio de mi indecisión es bastante alto: habitar en medio de dos mundos opuestos entre sí. Habitar por un lado, con la certeza de vivir en un mundo de muertos, en el mundo del deseo, del propósito, en el mundo de la proyección, de la salvación, en el mundo de la esperanza y el porvenir, y habitar, por otro lado, con una sensación inexorable del verdadero propósito de la existencia: aprender a vivir desengañado, en una especie de subsuelo, aprender a vivir en el mundo desprovisto de velo, sin aditivos, sin maquillaje, en el mundo desencantado, carente de conceptos. En suma, mi estadía se ubica en la angustia, bien sea por nostalgia, bien sea por carencia.
Y es allí, en ese preciso lugar, en ese preciso momento y en ese preciso estado en el que el mundo me aplasta sin compasión, cayéndome como un yunque en el pecho, asfixiándome. Advierto aquí que no soy tan fuerte, que mi cuerpo es incapaz de soportar semejante presión. El mundo se torna denso, brumoso, desconocido, extraño, oscuro, tedioso. Difícilmente puedo pensarlo, difícilmente puedo acercármele. Me siento un desgraciado, un desalmado, un demonio desterrado, una masa amorfa sin contenido esencial, medio muerto, indeciso, en todo caso.
Contemplar el mundo desde la clandestinidad que propone la noche, desde el abismo del alma, me ha vuelto un desolado, un sin sol, un vago…recuerdo, un miserable. Soy un sin sombra, sin evidencia ni reflejo, una herida ambulante, una herida sin tratar, putrefacta y olorosa. El dolor que produce es altamente insoportable: me despelleja, me envenena, me carcome, me violenta. Sin cura a la vista, no queda más que verla crecer, que verla como se expande. Proyecto con mi miseria la miseria del mundo. La herida se ha convertido en mis ojos y el resultado, descaradamente tormentoso.
Arrastro mi cuerpo desahuciado mientras siento cómo uno y otro mundo descargan sobre mí sus escombros y desechos. Mis pasos son lentos, raquíticos, pesados. Cada paso se convierte en una tortura, en un insulto a mi cuerpo descarnado. Todo me fatiga. Soy un moribundo cargando el cadáver del mundo.
Hago lo posible por alejarme de allí, de caer de una vez por todas a uno u otro lado de la línea que habito. Pretendo distraerme, mirar a otro lugar. Siento necesidad de cerrar mis ojos, de tapar mis orejas. No ver, ni escuchar, ni sentir, abandonarme, esconderme o soñar que vuelvo a perderme entre las cosas, entre el manto que las recubre. Pretensión inútil, pues la distracción no es más que otra forma de engaño. Estoy cansado de engañarme, sin embargo, niego el paso hacia el subsuelo, a la profunda vacuidad.
Sin más, recurro a mi exorcismo o al menos a tratar de apaciguar mis demonios plasmándolos en un papel, buscando la manera de volverlos palabra. Pero ahora las palabras están tan pesadas y lejanas, tan ausentes de mí que sucumbo al primer intento. Mendigo palabras, al menos una que amaine mi sofoco, que calme mi angustia, que apacigüe mi condena. Pero ya no están, ya no hay, ya no existen para mí, se diluyen, se evaporan. Soy un desposeído de la palabra.
Sin sustento vital, vagabundeo los instantes que se tornan vacíos, inútiles. Ya no hay vida. Todo se degrada, todo se decolora. Instantes sin contenido, palabras impronunciables.
Tal vez este sea el precio de mirar con indecisión el mundo, de mirar, por un lado, a través del ensueño, del encanto y la esperanza, y por el otro, de mirar con una claridad tal que estremece, asusta y paraliza. No lo sé. Y es que cuando advierto que la vida consiste en llenar instante tras instante con contenidos sin propósito, en alimentar esperanzas, mundos fantasmagóricos y mundos por-venir, cuando advierto que la vida no es más que un truco de un mago para enceguecerme con la luz de la ilusión, ya nada queda salvo desear con profunda envidia la telaraña que cubre las pupilas de los ojos de los demás, de aquellos que todavía creen.
Por fortuna, este umbral aparece de vez en cuando, pero cuando lo hace, su presencia es devastadora, cruel y despiadada, como esta noche, de la cual aún no he podido reponerme.

1 comentario:

  1. Buen texto, la línea del tiempo, bueno si es que tal cosa existe, se desdobla de una esquina hacia otra, no existe un centro, no hay mediación, solo existe el silencio, el juego absurdo de la memoria, un tedio inverosímil, un tedio al estilo de Proust, solo hay misticismo y principio de locura. Sin descartar por supuesto el logo-centrismo de Cioran...

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