En el día del trabajo de qué podríamos hablar, sino de sindicatos, de marchas, de obreros, de largas manchas humanas que van al centro de las plazas, por ahí, por las calles se descuelgan las momias de las luchas sociales, por todo el mundo, al menos la globalización nos acerca en las miserias humanas de Occidente con las de Oriente: españoles, griegos, franceses, italianos, chinos, tailandeses, coreanos, malayos, cubanos, chilenos, venezolanos o argentinos salen de sus pocilgas a beberse los últimos sorbos de una economía podrida y mal oliente.
Todos se juntan para recordarse que aún son materia monetaria, masa y tejidos adiposos que nutren el sistema financiero. Exigen, exigen, exigen, pero honestamente qué piden, acaso más dinero, menos horas de trabajo, un poco menos de esclavitud, la verdad -creo- y pienso en los que alguna vez lo hemos hecho, de ir como autómatas a nuestras propias ferias equinas, no sabemos exactamente qué nos mueve a hacerlo; sin embargo para nuestros pedazos de estómagos y de corazones, lo importante es que lo hacemos, ciegos y distantes lo hacemos “religiosamente”, a pesar de la circunstancias globales, el hombre confía en el sistema que los oprime, espera en que les lleven el pan a la mesa, en que les conviertan a sus hijos en embutidos renovados, en excrementos llenos de innovación y competitividad que no les cause malestar existencial.
El juego de las mascaras, el deseo hecho pensamientos, así funciona la morada del arquitecto global, el dinero. Todos lo queremos, todos quieren su babas ácidas, sin importar su forma, lo deseamos, en piedras, en billetes imaginados, en barras de plomo o de oro, en pedazos de tela que nos hacen el mejor o los peores vestidos, lo queremos y lo deseamos en invenciones como las tecnologías, o tal vez, queremos al escurridizo dinero en forma de vacas o de lotes valorizados, sin importar la edad o el estrato, sabemos que nuestras desfallecidas carnes son el medio para tal fin, y para gozo de los avaros el Trabajo o la fuerza humana, es quien posee el secreto de las manzanas que el Rey Midas esconde bajo las sotanas o el abrigo de piel.
El trabajo es conseguir la dignidad suficiente para que dejemos de desear a quien nos arranca las entrañas, dignidad para no firmar el trato con quien nos roba el alma y las ganas de vivir, no pactar, por así decir, con el diablo nuestra propia decadencia moral y política. Deberíamos todos vivir como Emil Cioran, es decir, vivir nuestra única existencia humana sin ser devorados por el maquinismo global, sin mover un musculo que represente ganancia para alguien, volver al seno de nuestro más puro salvajismo y que sean nuestras entrañas las que nos devoren nuestra ultima gota de vida, de aliento, sin estremecimientos, sin espectáculos televisivos, sin hombres o mujeres valientes que nos ofrezcan sus miserias mesiánicas de la salvación o la redención.
Obreros, marxista, maoístas, izquierdistas, progresistas, socialistas, en fin toda esa especie de correlato dantesco del hombre masa, deberían quedarse en silencio sin volver a las plazas, a las fabricas, a los centros comerciales, a las calles, una semana es suficiente para que el sistema se rompa, y cuando todos los avaros se hayan suicidado volver a la tierra a dejar que ella nos devore, a que nos consuma de un modo distinto, vital, de un modo al menos decente, según sus propias circunstancias. Volver a la naturaleza sin cavilaciones desarrollista o progresistas, dejar de imaginar reinos y potestades, sistemas o principios: volver a lo que nunca hemos sido capaz de volver a ser: hombres o mujeres, espejos de la vida o de la muerte, principio y fin de un vida llena de vida o de unos brazos hechos para el Amor y no para la guerra.
Todos se juntan para recordarse que aún son materia monetaria, masa y tejidos adiposos que nutren el sistema financiero. Exigen, exigen, exigen, pero honestamente qué piden, acaso más dinero, menos horas de trabajo, un poco menos de esclavitud, la verdad -creo- y pienso en los que alguna vez lo hemos hecho, de ir como autómatas a nuestras propias ferias equinas, no sabemos exactamente qué nos mueve a hacerlo; sin embargo para nuestros pedazos de estómagos y de corazones, lo importante es que lo hacemos, ciegos y distantes lo hacemos “religiosamente”, a pesar de la circunstancias globales, el hombre confía en el sistema que los oprime, espera en que les lleven el pan a la mesa, en que les conviertan a sus hijos en embutidos renovados, en excrementos llenos de innovación y competitividad que no les cause malestar existencial.
El juego de las mascaras, el deseo hecho pensamientos, así funciona la morada del arquitecto global, el dinero. Todos lo queremos, todos quieren su babas ácidas, sin importar su forma, lo deseamos, en piedras, en billetes imaginados, en barras de plomo o de oro, en pedazos de tela que nos hacen el mejor o los peores vestidos, lo queremos y lo deseamos en invenciones como las tecnologías, o tal vez, queremos al escurridizo dinero en forma de vacas o de lotes valorizados, sin importar la edad o el estrato, sabemos que nuestras desfallecidas carnes son el medio para tal fin, y para gozo de los avaros el Trabajo o la fuerza humana, es quien posee el secreto de las manzanas que el Rey Midas esconde bajo las sotanas o el abrigo de piel.
El trabajo es conseguir la dignidad suficiente para que dejemos de desear a quien nos arranca las entrañas, dignidad para no firmar el trato con quien nos roba el alma y las ganas de vivir, no pactar, por así decir, con el diablo nuestra propia decadencia moral y política. Deberíamos todos vivir como Emil Cioran, es decir, vivir nuestra única existencia humana sin ser devorados por el maquinismo global, sin mover un musculo que represente ganancia para alguien, volver al seno de nuestro más puro salvajismo y que sean nuestras entrañas las que nos devoren nuestra ultima gota de vida, de aliento, sin estremecimientos, sin espectáculos televisivos, sin hombres o mujeres valientes que nos ofrezcan sus miserias mesiánicas de la salvación o la redención.
Obreros, marxista, maoístas, izquierdistas, progresistas, socialistas, en fin toda esa especie de correlato dantesco del hombre masa, deberían quedarse en silencio sin volver a las plazas, a las fabricas, a los centros comerciales, a las calles, una semana es suficiente para que el sistema se rompa, y cuando todos los avaros se hayan suicidado volver a la tierra a dejar que ella nos devore, a que nos consuma de un modo distinto, vital, de un modo al menos decente, según sus propias circunstancias. Volver a la naturaleza sin cavilaciones desarrollista o progresistas, dejar de imaginar reinos y potestades, sistemas o principios: volver a lo que nunca hemos sido capaz de volver a ser: hombres o mujeres, espejos de la vida o de la muerte, principio y fin de un vida llena de vida o de unos brazos hechos para el Amor y no para la guerra.
Ustedes son apocalípticos habla mierda, lo único que hacen es meter miedo, siendo cómplices de los que nos ponen a comer mierda a los obreros del mundo. Señor Parra metásesu olla culo arriba. Con razón son filósofos,un arte burguez que sirve seguir explotando a partir de enajenar ideas y copiar modelos que repiten sin césar que es la verdad. Filósofos viles cucarachas burguesas que merecerian ser aplastados por la clase obrera del mundo que es la verdadera luz del orbe y no la esclavizante dizque razón ilustrada.
ResponderEliminarUstedes son unos apocalípticos habla mierda, lo único que hacen es meter miedo, siendo cómplices de los que nos ponen a comer mierda a los obreros del mundo. Señor Parra metáse su olla culo arriba. Con razón son filósofos,un arte burguez que sirve para seguir explotando a partir de enajenar ideas y copiar modelos que repiten sin césar que es la verdad. Filósofos viles cucarachas burguesas que merecerian ser aplastados por la clase obrera del mundo que es la verdadera luz del orbe y no la esclavizante dizque razón ilustrada.
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