lunes, 18 de mayo de 2015

EL PARO, EL REPARO Y LA DEMAGOGIA






Para cumplir con lo prometido en el último escrito, voy a dar mi opinión sobre el paro del magisterio. Esas jornadas de actividades que buscaban generar una conciencia por la defensa de la educación pública en el país, estuvieron llenas de mañanas calurosas, con un sol que castigaba las espaldas de los docentes, tanto como lo han hecho las políticas de los gobiernos que han estado en el poder, desde que estas tierras se hacen denominar república de Colombia.
En tiempos remotos a los maestros les pagaban en especies, en muchos casos en aguardiente. Eran tratados mal, aunque eso sí eran una autoridad dentro de la sociedad. Hoy día siguen siendo maltratados y lo peor han perdido la autoridad porque se vive en una sociedad donde la autoridad es una cuestión cosmética y que solo se les llama así a los policías. Aunque estos sean represivos por naturaleza y que su famosa autoridad esté determinada por un uniforme, las armas, la fuerza y por ende la violencia.  
Pues bien, como maestro decidí de manera autónoma, en pleno uso de mis facultades mentales y físicas hacer parte de la lucha por la reivindicación de los maestros. Reivindicación que tiene implícita devolver a la educación su fin esencial: el conocimiento. Este es uno de los dos pilares que fundan la educación, el otro es el pensar. Y ambos no tienen por naturaleza ser útiles, porque si el pensar y el conocer son propios de los hombres, hacerlos útiles conlleva a la instrumentalización de los hombres, hacerlos medios para un fin. Estoy en contra de lo que busca la educación actual y es esto lo que me llevó a participar.
Como ven, mi interés se centra en repensar la educación, en mirar más allá de las políticas educativas que están encadenadas a unos fenómenos económicos globales, que tienen unas intenciones claras con los hombres y mujeres, que desde la infancia los van construyendo de acuerdo a las necesidades de una sociedad perversa, que los engaña haciéndoles creer que son creadores de su destino cuando se lo están configurando desde el inicio. Les venden una pseudolibertad basada en una subjetividad consumista y empresarial.
Reprocho dos cosas al magisterio: la primera es que no se haya exigido más y abrir un espacio de ruptura que lleve a una educación más humana y menos industrial. Que siendo aproximadamente 340.000 maestros en el país no seamos capaces de fundamentarnos en un poder político decisorio y sigamos tomando migajas. El magisterio puede llegar al poder si se lo propone y cambia esa mentalidad de sirvienta aunque se imagina intelectual. Es esa mentalidad la que llevó a que muchos docentes, en las reuniones para socializar los acuerdos, tomar la palabra para vomitar sus sentimientos, su decepción, su rabia. Y de esta manera la solución era: abajo el traidor. En la política no se puede hablar de certezas, a mí nadie me puede asegurar que quienes piden la cabeza de los dirigentes si llegan a esas instancias de poder no harán lo mismo.
Si tomo las palabras de una persona que fue presidente y que admiro, quien afirma que “el poder no corrompe a nadie, solo hace que aparezca lo que realmente es”, entonces esos maestros que arrebataban el micrófono, que no dejaban que otros hablaran, si son así sin tener el poder, cómo serán si lo tienen. El solo pensarlo me da miedo.
La segunda cosa que les reprocho a los maestros es que al final quedamos ante la opinión pública, que solo nos interesaba el aumento salarial y que estamos en contra de la evaluación. Es cierto que estamos mal pagos, pero esto se cambia si cambiamos de modelo y un modelo no se cambia con marchas o paros, para eso es necesaria una REVOLUCIÓN. Y que pena pero este pueblo, acostumbrado a comer mierda, como dice al final García Márquez jamás hará una revolución porque está acuñada en su conciencia que su destino es ese, por lo tanto, una estirpe como la colombiana no debe tener una segunda oportunidad sobre la tierra, y eso es precisamente una REVOLUCIÓN. Ahora bien, si queremos que eso cambie, entonces, tenemos que formar una nueva conciencia de los salones de clase.
Cómo es posible que siendo tan intelectuales no usemos la razón para discernir y no el estómago, el páncreas o el hígado. Me imagino que si el gobierno se enteró de lo que estaba pasando en los circuitos, se reían de ver como se peleaban. Parecían animales peleando la presa. Y ¿cuál es la presa? El control del sindicato.
Que vergüenza me dio ver ese espectáculo. Sin embargo, debo decir que aprendí mucho en esta experiencia. Aprendí que la muerte es preferible a una vida indigna, eso lo entendí cuando un profesor ya ad portas de la pensión, cuando un agente del ESMAD sin razón alguna arrojó una granada de humo, el profesor le dijo: máteme, si quiere máteme. Aprendí que para la lucha no existen limitaciones físicas, vi docentes caminar con bastones y muletas. Aprendí que unidos podemos caminar, escuchar, conocer, vivir y, así aunque el cansancio de la tarde sea duro, hay una risa y una carcajada que muestra que el demonio aún está de pie. 
Aprendí que el diálogo une, que el otro no es mi enemigo. Que se deben desinstitucionalizar las relaciones humanas y volver a la conversación natural, al encuentro en una banca, debajo de un palo de mango, al frente de la casa, tomando un café, o lo que sea. Y eso se debe llevar a la educación. Aprendí que gobernar es administrar el Estado desde la perspectiva de la economía, por eso se nombran ministros que deben saber y saber hacer desde los conocimientos empresariales e industriales, que hacen de los niños y niñas objetos para la producción económica de la sociedad y la riqueza del país, que son las castas de banqueros, industriales, etc. Eso es lo que realmente es el país.              

No hay comentarios:

Publicar un comentario