Mientras
caminaba por las calles de la capital del país, donde vivo hace ya 16 años,
veía a la gente caminar con los rostros vacíos de sonrisas, con los pies
pisando autómatas el concreto de las calles, los ojos mirando las vitrinas
repletas de las necesidades que el esfuerzo diario no alcanza a satisfacer, y
una cosa muy extraña no habían niños en las calles. Entonces me pregunté ¿los
niños están presos, han perdido la libertad en estas mega ciudades de anónimos,
extraños y desconfiados? Y recordé mi infancia corriendo por las calles de mi
pueblo Curumaní, sintiendo el sol en mi cuerpo, pisando las calles polvorientas
con los pies descalzos, jugando y riendo como un demonio en el paraíso. Y hace
pocos años cuando vino mi sobrino Julián a visitarme con mi hermana y lo llevé
a la biblioteca Virgilio Barco, un sábado para la hora del cuento y luego que
la joven que les leía a los niños hiciera la pregunta: ¿cuál es el lugar que
más les gusta? Él con la arrogancia de un niño de tres años, le respondió
Curumaní. Y ella le dijo ¿por qué? A lo que respondió: porque no hay tanto carro.
Pues
bien, este escrito quiero hacerlo pensando en hacer una reflexión sobre la
escuela de manera breve, cosa que no sé si pueda lograr, quienes me conocen
saben que la brevedad no es mi característica.
Empiezo
con lo siguiente: ¿cuál es el sentido de la escuela hoy? En teoría la respuesta
es que los niños, niñas y jóvenes entren en el mundo del conocimiento, del
saber. En la práctica es preparar a los antes mencionados para el mundo laboral,
es decir para ser productivos dentro de la sociedad. Si tomamos la primera
respuesta, la escuela es un lugar para el juego, la diversión, el amor por el
saber, por el conocimiento. La segunda, hace de la escuela un lugar de
padecimiento donde los y las estudiantes empiezan a disciplinar su cuerpo para
las actividades de la vida económica y productiva. Veamos cómo sucede eso: un
niño o una niña en preescolar permanece en la escuela 4 horas y media, en primaria
permanece 5 y en secundaria 6. Por ley un empleado debe trabajar 8 horas, puede
verse como se va disciplinando el cuerpo para la producción.
En
estos momentos tenemos que pensarnos el sentido de la escuela antes de hablar
de la pedagogía y la didáctica, de esta reflexión no debe escapar la
universidad porque hasta ella ha pervertido su sentido. Para nadie que trabaje
en el sector educativo enseñando no administrando, no es sorpresa ver que los
que llegan a estudiar no tienen interés por el conocimiento, son muy pocos los
que llegan al salón de clase deseosos de entrar en la aventura del saber. Esto no
lo digo desde un escritorio, no señores, lo digo desde la experiencia que llevo
en los salones de clases como estudiante y como maestro (me considero maestro).
De
allí, que sienta un gran pesimismo de la escuela porque esta se volvió una guardería
y una cárcel para los estudiantes. Y las universidades se volvieron empresas
que hacen del conocimiento un objeto que produce una utilidad, por lo tanto los
maestros, profesores, docentes como quieran llamarnos, somos carceleros o
niñeras en el caso de la escuela o mercachifles en el caso de las
universidades. Hay pocas excepciones por cierto donde los maestros aún
consideran que el conocimiento es lo esencial de la educación, sin importar si
es productivo o no, porque el conocimiento es un fin en sí mismo y no un mero
medio para ideales “nobles” que ponen en peligro la libertad de todos.
Vemos
con angustia, sufrimiento, dolor desgarrado, ojos hinchados de lágrimas,
grandes hombres y mujeres que se desgarran las vestiduras ante un niño desnutrido
en el África, ante una madre que llora la muerte de su hijo a manos de las
fuerzas del Estado o de la insurgencia, ante las víctimas de un desastre
natural cuyos responsables somos nosotros, por la forma despiadada como
colonizamos la naturaleza. Ante esto decimos: hay que hacer algo. Pero esa
expresión es pura estupidez porque somos estúpidos, idiotas e imbéciles. Siempre
somos víctimas nunca victimarios y tenemos una conciencia de víctimas, y no
hacemos nada. Nuestras acciones son estúpidas, idiotas e imbéciles.
Hay
que hacer que la escuela ponga fin a esta subjetividad que existe desde la mal
llamada democratización de la educación. Los abogados o filósofos del derecho,
me gustaría que me respondieran estas dos preguntas: ¿cómo es que un derecho es
para el sujeto de ese derecho obligante? Y ¿cómo es que un derecho es superior
a otro si lo que se busca con ellos es la igualdad. Entonces el derecho a la
vida de un niño es superior al derecho a la vida de un anciano? Considero respondiendo
a la segunda pregunta que si esto es así, es decir, que el derecho a la vida
del niño está por encima del derecho a la vida del anciano, se debe a que el anciano
es un ser que ya no tiene la capacidad productiva, mientras que el niño es
potencialmente una fuerza productiva que genera riqueza. ¡Vaya ideales
liberales, aplaudíos! Has creado la esfera económica y allí has fundamentado
los derechos, engañando con esos sofismas. Los liberales siguieron a los
religiosos, estos le inventaron a los hombres la vida ultraterrena donde todo
es paz y amor, aquellos inventaron los derechos para que haya igualdad. ¡Que
mentira!
Si
nos acogemos a lo que he venido diciendo, entonces, es necesario desenmascarar
los ideales que se esconden en las paredes y las columnas de los claustros
educativos. Hay que desenmascarar a esos profesores y a esos que obedeciendo
las políticas educativas del país les quitan la libertad, los sueños y la
alegría a los niños. Hay que desenmascarar a quienes dicen que piensan en ellos
y los están guiando a la oscuridad porque le niegan la antorcha del saber, engañándolos
a diario. A todos ellos que niegan la vida, la vitalidad de los niños y niñas
por hacerlos útil a una sociedad perversa hay que desenmascararlos.
Quienes
dirigen la educación la ven como una forma de productividad y la escuela es una
fábrica, una empresa. Por eso los rectores son administradores, ejecutivos de
la educación; los coordinadores son los capataces que se encargan que la
producción se lleve a cabo y los maestros los operarios, esa es la escala que
se despliega o desarrolla en la escuela. Esto hay que acabarlo, y será el
inicio de una verdadera revolución en la escuela.
Teniendo
en cuenta lo que he dicho aquí, muy pronto haré una reflexión tan breve como
esta sobre el paro del magisterio, en el cual participé. Por lo tanto, para
leer el siguiente es necesario que hayáis leído este. Una amiga profesora me
envió al correo una reflexión que hizo y le dije que sería bueno hacerle unas correcciones,
ella me respondió que un profesor en el pregrado le dijo que un escrito debía
ser como una orinada. Cerré los ojos y volví a una noche en mi pueblo cuando
después de haber tomado unas cuantas cervezas, al llegar a la casa y mientras esperé a
que mi padre me abriera la puerta, oriné tan serenamente en la calle que desde
allí descubrí en la práctica lo que se siente ser libre.
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