lunes, 3 de enero de 2011

HACIA LA JUSTIFICACIÓN DE UNA HISTORIA DE LAS IDEAS EN AMÉRICA LATINA


Es clásica la estigmatización de Hegel al asignar a los pueblos latinoamericanos un lugar insignificante histórica y culturalmente, pues los describe como pueblos impotentes a nivel físico y espiritual, incapaces de ser educados. Lo poco digno que se encuentre en América Latina obedece al influjo que el espíritu europeo ha podido legarles, y sólo con relación a ese espíritu pueden tener porvenir; por fuera de él, los pueblos latinoamericanos quedan excluidos de la historia universal, siendo radicalmente ahistóricos. América Latina sólo puede llegar a tener sentido fijándose dentro de lo universal, es decir lo europeo.
Una reflexión más cercana temporalmente, y realizada desde la propia situación latinoamericana, la ofrece Rubén Sierra. Para este filósofo colombiano, el proyecto de un filosofía latinoamericana auténtica y original, está basado en la inseguridad y la desorientación espiritual de los pueblos que no han querido reconocerse como ciudadanos de la cultura occidental. Para que el pensamiento latinoamericano se instaure dentro de esa cultura debe aspirar a la univocidad conceptual y no quedarse en los equivocismos y ambigüedades, propias de las nociones con las que los pensadores latinoamericanos han expuesto su imagen del mundo. Al anclarse en una serie de problemas locales, el pensamiento en América Latina no ha constituido verdaderas escuelas o movimientos filosóficos, con pretensiones de universalidad. Tras la supuesta originalidad que pueda representar una historia de las ideas se esconde una actividad como reflejo y copia de la cultura occidental, sin hacer aportes valiosos a la misma.
Así, la historia de las ideas sería la tarea reservada para los pueblos subdesarrollados, que ante la carencia de sistemas filosóficos, sobrevaloran la producción intelectual de sus pocos pensadores, quienes, por incapacidad, desconocimiento o negligencia, reflexionan únicamente sobre localismos, alejándose cada vez más de la universalidad propia de la filosofía.
Pero si tal como se ha expuesto hasta el momento, la historia de las ideas surge como fruto de las reflexiones inauguradas por un filósofo alemán y se desarrolla posteriormente, y con un gran interés, en España, país con tradición occidental , se evidencia que esta disciplina responde a unas necesidades básicas, con enfoques formales y metodológicos propios, que lejos de excluirse de la dinámica propia de la historia de la filosofía, la complementan y se complementan con ella. Para comprender de este modo la importancia de una historia de las ideas, es propio acceder a una visión diferente de la historia.
Joaquín Zabalza[2] presenta un acercamiento a la comprensión analógica de la historia, reaccionando ante al univocismo eurocéntrico, que se lee en Hegel y de alguna manera en Rubén Sierra, y también frente al equivocismo pluricéntrico, que en varios casos ha sido el punto de partida y justificación del proyecto de pensamiento latinoamericano. Zabalza ve la necesidad de reconocer la existencia de una historia universal, concreta, pero analógica e individualizada en diversas culturas. Esta historia tiene una finalidad y muestra un sentido que se diversifica según la situación concreta de cada hombre y cada pueblo, y se entiende como una lucha por la liberación frente a las situaciones concretas de opresión a las que están sujetos los hombres. Así ,lejos de los extremos, tanto la historia de la filosofía como la historia de las ideas tienen un sentido propio.
Es posible y deseable una Historia de las Ideas en América Latina que haga inteligible el proceso histórico de nuestros pueblos a nivel ideológico, destacando por una parte su conexión con el pensamiento universal; pero por otra, la función opresora o liberadora que dichas ideas han ejercido en la marcha de los sucesos y eventos de nuestra historia. De ella, depende en parte, nuestra propia autocomprensión del presente y nuestra adecuada proyección hacia el futuro. Analógicamente entendidas, creo yo que ni la filosofía de la historia es una filosofía de la ‘histeria’, ni la historia de las ideas es mera ‘arqueología’.
En este texto de Joaquín Zabalza se recogen varios de los aspectos que justifican una historia de las ideas en América Latina y, que de igual manera, hacen comprensible la razón por la cual esta disciplina ha encontrado en el continente el horizonte propio, vital e histórico para una formulación, cada vez más precisa, de sus objetivos, funciones y condiciones epistemológicas.
La intelectualidad latinoamericana, apropiándose de la tradición intelectual occidental, ha pensado los problemas inherentes al continente, descubriendo en ese proceso la necesidad de desarrollar una filosofía en la que “no sólo interesa el conocimiento, sino también el sujeto que conoce, el filósofo en particular, en su realidad humana e histórica”, un sujeto que no es individual, es un nosotros circunstancialmente ubicado en lo nuestro. De allí que la identidad del hombre latinoamericano, su historia y cultura, sean elementos fundantes de un pensar auténtico y original.
La autoafirmación del sujeto latinoamericano parte de una actitud de verdadera comprensión del pasado que le pertenece y constituye sus raíces; comprensión de las formas en que se ha pensado a sí mismo y la manera como las ideas producidas han actuado efectivamente en su modo de estar en la realidad. Una autocomprensión crítica que permita los procesos de recuperación histórica e ideológica.
Esto no se logra mediante una ruptura con lo occidental. Una mentalidad aldeana propia de un continente de puertas cerradas, lleva a los individuos a su propio desconocimiento, en la medida en que se desconoce el otro. La historia de las ideas no se presenta como una exaltación de lo específico y a su vez un desprecio por lo universal, sino como la posibilidad de integrar las propias circunstancias a valores superiores, dentro de la comprensión de la relatividad de lo universal y la universalidad de lo concreto.
La función liberadora de una historia de las ideas no es un contenido programático que se impone limitando los campos de intelección, erigiéndose como un nuevo absoluto que se impone frente a la historicidad y la pluralidad. Es necesario superar ciertos modelos dialécticos impuestos para el pensar latinoamericano, que limitaban su intelección a la relación opresor-oprimido. La función liberadora no le pertenece exclusivamente a un pensar latinoamericano, la libertad es una tarea de la humanidad frente a las situaciones concretas que la nieguen en cada época y espacio determinado.
En este sentido las razones éticas que inspiraron el pensamiento del filosofo británico Isaiah Berlin y, que a su vez, lo hicieron optar por la historia de las ideas tienen eco para la tarea latinoamericana.“ La defensa de los derechos humanos y la libertad personales frente a todo tipo de determinismo o relativismo amoralistas, el respecto activo por la variedad de concepciones filosóficas, políticas y estéticas desplegada por los diferentes individuos y culturas y la conciencia del compromiso de los intelectuales de orientar a sus congéneres sin inmolarlos en el altar de utopías milenaristas”[5].
La comprensión de la razón histórica de los pueblos latinoamericanos, como máxima conciencia intelectual que de si mismos pueden adquirir, permitirá conocer la significación de la realidad en la que se vive y a la que se pertenece, configurando su proyecto de inserción en la comunidad humana. La historia de las ideas no es un simple recuerdo que sirve de estimulo espiritual, sino una apropiación comprensiva de la tradición en la que el pasado estudiado críticamente es hondamente liberador y permite volver al presente, proyectando un crecimiento para enfrentar el futuro con coherencia y sentido creador.
Así se justifica una historia de las ideas desde sus rasgos más generales, hasta su especificidad concreta en América Latina. Sigue teniendo un sentido urgente e importante determinar la identidad de este continente, pues a pesar de los esfuerzos de reconstrucción historia, pesa en ocasiones el olvido y por esto no acabamos de saber quienes somos.
Muchos de ellos [los nativos americanos] murieron sin saber de dónde habían venido los invasores. Muchos de éstos murieron sin saber en dónde estaban. Cinco siglos después, los descendientes de ambos no acabamos de saber quiénes somos.
[...] cada uno de nosotros piensa que sólo depende de sí mismo. Razones de sobra para seguir preguntándonos quiénes somos y cuál es la cara con que queremos ser reconocidos en el tercer milenio.

[1] SIERRA, Rubén. Apreciación de la filosofía analítica. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 1987. p. 121-129.
[2] ZABALZA, Joaquín. Filosofía de la historia e historia de las ideas. En : MARQUÍNEZ, Germán et al. La filosofía en América Latina: historia de las ideas. Bogotá: El búho, 1996. p. 20-22.
ROIG, Arturo. Teoría y crítica del pensamiento latinoamericano. México: Fondo de cultura económica, 1981. p . 9.
TOVAR, Leonardo. Historia de las ideas y pluralismo en América Latina. En: Cuadernos de Filosofía latinoamericana. Bogotá: No. 82-83/84-85 (2001); p.81-82.
GARCIA MARQUEZ, Gabriel. No acabamos de saber quiénes somos. En: Cambio: 10 años, edición especial de aniversario. Bogotá . No. 530; (ago-sep.2003). p.40-44.


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