domingo, 21 de mayo de 2017

¿Pueden los cuarenta ladrones hacer un juicio ético y moral a Alí Babá?

                                                         Resultado de imagen para alí babá y los 40 ladrones


Este escrito tiene como origen dos situaciones. La primera, es un diálogo con un amigo, que planteaba la inutilidad de hablar de la ética en el contexto o la cotidianidad de los colombianos. La segunda, es un programa que emitieron hace unos días sobre la violencia y el desconocimiento de la autoridad y por ende la falta de respeto en los colegios colombianos, donde la conclusión fue que esto se debía al exceso de derechos y los pocos deberes para los jóvenes, inscritos en el Código de infancia y adolescencia.
Pues bien, en un país donde lo que se despliega constantemente es: la corrupción, el delito, el crimen, la desigualdad social, la impunidad, la injusticia y, todo cuanto fenómeno contrario a lo ético y lo moral pueda pensarse, es lógico que el pesimismo se apodere de la reflexión o el pensamiento.
Sin embargo, no podemos quedarnos en el pesimismo inactivo, sino pasar a ese pesimismo activo, que permite hacer una crítica profunda a lo que vivimos los colombianos. Parece por lo que vemos que el carácter antiético de nosotros se volvió un éthos, una costumbre -sé que algunos dirán que ellos son éticos, morales y siguiendo a Aristóteles hombres buenos. Empero, no hacen ninguna diferencia-. En este sentido, podemos afirmar que al individuo y al sujeto colombiano se le ha formado desde hace unos treinta años para ser una persona con unos valores que permiten germinar esas prácticas antiéticas que planteamos anteriormente.
Podríamos preguntarnos entonces, por las políticas educativas que se han implementado y se siguen implementando. Estas solo hacen que los niños, niñas y jóvenes tomen todo desde el facilismo, donde nada requiere de esfuerzo, disciplina, rigor, voluntad férrea. La educación se ha encargado de preparar fuerza productiva, es decir, se ha dedicado llevar a los individuos a una sola esfera: la económica. Para nadie es un secreto que en esta esfera lo ético y lo moral no tienen cabida, puesto que lo importante es la productividad y la ganancia que permite a cada uno poseer los bienes materiales que lo llenen de felicidad.
Esto no solo se desarrolla en el colegio, también se despliega en las universidades. El egresado debe recuperar el dinero invertido en su preparación como sea y al costo que sea. Trabajar dieciséis horas, tener poca vida social, no tener tiempo para sus hijos –cuando los tiene-, privarse de divertirse y otras tantas cosas que posterga, bajo el lema: ya habrá tiempo para la diversión y el descanso. Pobres humanos, se dedican a negar la vida como diría Nietzsche. Ya no es la religión la principal fuente de la negación de la vida, ahora tiene una competencia mayor: el trabajo.
Si la población tiene todos los elementos que hasta acá hemos mencionado, cómo puede dedicarse a pensar y juzgar las acciones de los otros y, sobretodo de sus gobernantes. Estos han hecho dos cosas: educarlos en la ignorancia –y nosotros los maestros tenemos responsabilidad en la realización de este fin-, y ocuparlos trabajando para una sociedad consumista, donde eres feliz entre más consumas.
Si el pueblo tiene las mismas prácticas antiéticas de sus gobernantes es lógico que no puedan juzgarlos. Recuerden el pasaje bíblico donde unos “buenos hombres” iban a apedrear a una mujer, y el maestro les dijo: quién esté libre de pecado, lance la primera piedra. Dice la escritura que nadie lo hizo. Acá sucede lo mismo, se escuchan voces de protesta, pero jamás un juicio, nunca un pensamiento que destruya lo establecido.  
En este orden de ideas, el pueblo colombiano no tiene el criterio moral ni ético para juzgar a quienes sabe lo someten, lo degradan, lo venden, lo mancillan. Por lo tanto el llamado a los maestros, profesores, docentes, catedráticos, el nombre que quieran darles, sean de escuelas, colegios o universidades, es formar a los jóvenes que lleguen a nosotros en un gran antivalor: LA DESTRUCCIÓN. Es necesario destruir los valores que tiene la sociedad actual, las instituciones que la mantienen y dar forma a una nueva sociedad.
Es imperativo formar el hombre-artista, que lleve en su éthos la relación sana con los demás, con los otros y lo otro, que acepte que cada uno es una forma de la manifestación mágica-milagrosa de la vida. Que su pensamiento cobije a todos para conocer y comprender las consecuencias de las acciones y propenda por potenciar su vida, la vida de los otros y lo otro. No con sofismas engañosos como los actuales, sino con el ejemplo y la práctica diaria. Si el maestro no es ese hombre-artista, es decir, un creador constante, es muy difícil que forme en los jóvenes ese nuevo espíritu, capaz de juzgar y derrocar a sus gobernantes.

Somos conscientes que se toma el tema muy someramente, pero lo que buscamos es generar el debate, dar un aguijonazo en el pensamiento dormido y macilento que tenemos. La invitación es hacer un retorno a la filosofía, desarrollando su capacidad heurística o creadora, no repetitiva o innovadora como quiere la academia.  

domingo, 11 de septiembre de 2016

EL ENEMIGO SOY YO




El tiempo hace lo suyo, le escuche decir en días pasado a una vieja amiga, de esas que ya no existen y si existen ya no se acuerdan prácticamente de nada. Habló de todo un poco, las arrugas en su rostro dejaban ver el sol, el miedo y el hambre. No hubo tiempo para risas, entonces comprendí que estaba lejos de las ciudades urbanizadas, asfaltadas y hechas a la medida de las cárceles del progreso y la fortuna que se escapa por los aires violentos de sus calles y avenidas. Entendí que la guerra es un medio, un fin en sí mismo para quienes gustan de contar los muertos en los noticieros y hacer epígrafes rimbombantes en las paredes digitales, en las murallas invisibles de las redes sociales.

Los humanos en Colombia hemos perdido la altura de nuestros actos, nuestras palabras se escuchan huecas, hemos sofocados las angustias en las mentiras ordenadas por capítulos en los libros de historia, hemos pasado de ser actores a ser víctimas de quienes organizan a diario una lista interminable de desfachateces ideológicas; sabemos que la tierra está herida, nuestros corazones están destrozados, el mundo tiene hambre de amor, de honestidad, de Shalom, de alegría, de risas sinceras, de abrazos entre quienes se odian y buscan la forma de acallar a esos demonios que nos impiden escucharnos, por ello pienso que hace falta sentirnos hijos de una misma madre, hermanos de un mismo árbol, remeros de un mismo barco llamado Colombia.

Creo que todos somos capaces de comprender en lo más profundo de nuestra conciencia que el perdón es posible, que amar a nuestros enemigos es la roca donde el cristianismo se forjó como doctrina de la reconciliación. No se trata de un perdón político, tampoco se trata de que tengamos que amar al Otro producto de un significado religioso, se trata de entender a los Otros en la dimensión del saber, de comprender nuestras debilidades y fortalezas, de entender que este mundo puede llegar a ser el reflejo de la música oculta que hay en nuestros espíritus.

No entiendo entonces, me decía un estudiante, si todos dicen creer en Jesús el Cristo, el hombre, el Dios del perdón, no concibo cómo el sábado o el domingo la gente se reúne en sus templos a clamar gozos de “paz”, y alzan sus manos hacia Dios en comunión con todos: católicos, cristianos, testigo de esto o testigos de lo otro, en fin… sería un sinfín renombrar a todas las congregaciones religiosas que creen en cristo y lo buscan. Pero el lunes muy de mañana, esos mismos cristianos, corren a sacar de sus entrañas toda suerte de maldiciones en contra de su prójimo: ¡que locura! 

La guerra o la paz, pregonan unos mientras los otros aguardan en silencio, entretanto en una esquina del mundo vociferaba un joven quiero que haya guerra, quiero que nos matemos todos; sus ojos estaban cargados de maldad, pero era la maldad del ignorante, era la rabia del estúpido, del incapaz de reflexionar, era yo mismo escuchándome en silencio, éramos todos esperando la muerte de una forma cruenta; eran los del Sí y los del No, por ello me decidí a escribir este pequeño texto, con el único propósito de escucharme a mí mismo decir, que si es posible el perdón, el reencuentro, EL ENEMIGO SOY YO del soldado, del guerrillero. 

Estamos en medio de una obra de teatro donde todos dicen lo que quieren decir, pero solitario, en una esquina el niño de la parábola sabe la verdad de todas las cosas, luego entonces, debemos seguir al niño que existe en nuestro interior, seguirlo a todas partes hasta que por fin él sepa que estamos dispuestos a perdonarnos, e irnos con el viento a donde fondean los barcos que traen consigo a los poetas de la liberad…

lunes, 18 de mayo de 2015

EL PARO, EL REPARO Y LA DEMAGOGIA






Para cumplir con lo prometido en el último escrito, voy a dar mi opinión sobre el paro del magisterio. Esas jornadas de actividades que buscaban generar una conciencia por la defensa de la educación pública en el país, estuvieron llenas de mañanas calurosas, con un sol que castigaba las espaldas de los docentes, tanto como lo han hecho las políticas de los gobiernos que han estado en el poder, desde que estas tierras se hacen denominar república de Colombia.
En tiempos remotos a los maestros les pagaban en especies, en muchos casos en aguardiente. Eran tratados mal, aunque eso sí eran una autoridad dentro de la sociedad. Hoy día siguen siendo maltratados y lo peor han perdido la autoridad porque se vive en una sociedad donde la autoridad es una cuestión cosmética y que solo se les llama así a los policías. Aunque estos sean represivos por naturaleza y que su famosa autoridad esté determinada por un uniforme, las armas, la fuerza y por ende la violencia.  
Pues bien, como maestro decidí de manera autónoma, en pleno uso de mis facultades mentales y físicas hacer parte de la lucha por la reivindicación de los maestros. Reivindicación que tiene implícita devolver a la educación su fin esencial: el conocimiento. Este es uno de los dos pilares que fundan la educación, el otro es el pensar. Y ambos no tienen por naturaleza ser útiles, porque si el pensar y el conocer son propios de los hombres, hacerlos útiles conlleva a la instrumentalización de los hombres, hacerlos medios para un fin. Estoy en contra de lo que busca la educación actual y es esto lo que me llevó a participar.
Como ven, mi interés se centra en repensar la educación, en mirar más allá de las políticas educativas que están encadenadas a unos fenómenos económicos globales, que tienen unas intenciones claras con los hombres y mujeres, que desde la infancia los van construyendo de acuerdo a las necesidades de una sociedad perversa, que los engaña haciéndoles creer que son creadores de su destino cuando se lo están configurando desde el inicio. Les venden una pseudolibertad basada en una subjetividad consumista y empresarial.
Reprocho dos cosas al magisterio: la primera es que no se haya exigido más y abrir un espacio de ruptura que lleve a una educación más humana y menos industrial. Que siendo aproximadamente 340.000 maestros en el país no seamos capaces de fundamentarnos en un poder político decisorio y sigamos tomando migajas. El magisterio puede llegar al poder si se lo propone y cambia esa mentalidad de sirvienta aunque se imagina intelectual. Es esa mentalidad la que llevó a que muchos docentes, en las reuniones para socializar los acuerdos, tomar la palabra para vomitar sus sentimientos, su decepción, su rabia. Y de esta manera la solución era: abajo el traidor. En la política no se puede hablar de certezas, a mí nadie me puede asegurar que quienes piden la cabeza de los dirigentes si llegan a esas instancias de poder no harán lo mismo.
Si tomo las palabras de una persona que fue presidente y que admiro, quien afirma que “el poder no corrompe a nadie, solo hace que aparezca lo que realmente es”, entonces esos maestros que arrebataban el micrófono, que no dejaban que otros hablaran, si son así sin tener el poder, cómo serán si lo tienen. El solo pensarlo me da miedo.
La segunda cosa que les reprocho a los maestros es que al final quedamos ante la opinión pública, que solo nos interesaba el aumento salarial y que estamos en contra de la evaluación. Es cierto que estamos mal pagos, pero esto se cambia si cambiamos de modelo y un modelo no se cambia con marchas o paros, para eso es necesaria una REVOLUCIÓN. Y que pena pero este pueblo, acostumbrado a comer mierda, como dice al final García Márquez jamás hará una revolución porque está acuñada en su conciencia que su destino es ese, por lo tanto, una estirpe como la colombiana no debe tener una segunda oportunidad sobre la tierra, y eso es precisamente una REVOLUCIÓN. Ahora bien, si queremos que eso cambie, entonces, tenemos que formar una nueva conciencia de los salones de clase.
Cómo es posible que siendo tan intelectuales no usemos la razón para discernir y no el estómago, el páncreas o el hígado. Me imagino que si el gobierno se enteró de lo que estaba pasando en los circuitos, se reían de ver como se peleaban. Parecían animales peleando la presa. Y ¿cuál es la presa? El control del sindicato.
Que vergüenza me dio ver ese espectáculo. Sin embargo, debo decir que aprendí mucho en esta experiencia. Aprendí que la muerte es preferible a una vida indigna, eso lo entendí cuando un profesor ya ad portas de la pensión, cuando un agente del ESMAD sin razón alguna arrojó una granada de humo, el profesor le dijo: máteme, si quiere máteme. Aprendí que para la lucha no existen limitaciones físicas, vi docentes caminar con bastones y muletas. Aprendí que unidos podemos caminar, escuchar, conocer, vivir y, así aunque el cansancio de la tarde sea duro, hay una risa y una carcajada que muestra que el demonio aún está de pie. 
Aprendí que el diálogo une, que el otro no es mi enemigo. Que se deben desinstitucionalizar las relaciones humanas y volver a la conversación natural, al encuentro en una banca, debajo de un palo de mango, al frente de la casa, tomando un café, o lo que sea. Y eso se debe llevar a la educación. Aprendí que gobernar es administrar el Estado desde la perspectiva de la economía, por eso se nombran ministros que deben saber y saber hacer desde los conocimientos empresariales e industriales, que hacen de los niños y niñas objetos para la producción económica de la sociedad y la riqueza del país, que son las castas de banqueros, industriales, etc. Eso es lo que realmente es el país.              

domingo, 10 de mayo de 2015

REFLEXIÓN SOBRE LA ESCUELA EN ESTOS DÍAS DE SOL Y SENTIMIENTOS





Mientras caminaba por las calles de la capital del país, donde vivo hace ya 16 años, veía a la gente caminar con los rostros vacíos de sonrisas, con los pies pisando autómatas el concreto de las calles, los ojos mirando las vitrinas repletas de las necesidades que el esfuerzo diario no alcanza a satisfacer, y una cosa muy extraña no habían niños en las calles. Entonces me pregunté ¿los niños están presos, han perdido la libertad en estas mega ciudades de anónimos, extraños y desconfiados? Y recordé mi infancia corriendo por las calles de mi pueblo Curumaní, sintiendo el sol en mi cuerpo, pisando las calles polvorientas con los pies descalzos, jugando y riendo como un demonio en el paraíso. Y hace pocos años cuando vino mi sobrino Julián a visitarme con mi hermana y lo llevé a la biblioteca Virgilio Barco, un sábado para la hora del cuento y luego que la joven que les leía a los niños hiciera la pregunta: ¿cuál es el lugar que más les gusta? Él con la arrogancia de un niño de tres años, le respondió Curumaní. Y ella le dijo ¿por qué? A lo que respondió: porque no hay tanto carro.
Pues bien, este escrito quiero hacerlo pensando en hacer una reflexión sobre la escuela de manera breve, cosa que no sé si pueda lograr, quienes me conocen saben que la brevedad no es mi característica.
Empiezo con lo siguiente: ¿cuál es el sentido de la escuela hoy? En teoría la respuesta es que los niños, niñas y jóvenes entren en el mundo del conocimiento, del saber. En la práctica es preparar a los antes mencionados para el mundo laboral, es decir para ser productivos dentro de la sociedad. Si tomamos la primera respuesta, la escuela es un lugar para el juego, la diversión, el amor por el saber, por el conocimiento. La segunda, hace de la escuela un lugar de padecimiento donde los y las estudiantes empiezan a disciplinar su cuerpo para las actividades de la vida económica y productiva. Veamos cómo sucede eso: un niño o una niña en preescolar permanece en la escuela 4 horas y media, en primaria permanece 5 y en secundaria 6. Por ley un empleado debe trabajar 8 horas, puede verse como se va disciplinando el cuerpo para la producción.
En estos momentos tenemos que pensarnos el sentido de la escuela antes de hablar de la pedagogía y la didáctica, de esta reflexión no debe escapar la universidad porque hasta ella ha pervertido su sentido. Para nadie que trabaje en el sector educativo enseñando no administrando, no es sorpresa ver que los que llegan a estudiar no tienen interés por el conocimiento, son muy pocos los que llegan al salón de clase deseosos de entrar en la aventura del saber. Esto no lo digo desde un escritorio, no señores, lo digo desde la experiencia que llevo en los salones de clases como estudiante y como maestro (me considero maestro).
De allí, que sienta un gran pesimismo de la escuela porque esta se volvió una guardería y una cárcel para los estudiantes. Y las universidades se volvieron empresas que hacen del conocimiento un objeto que produce una utilidad, por lo tanto los maestros, profesores, docentes como quieran llamarnos, somos carceleros o niñeras en el caso de la escuela o mercachifles en el caso de las universidades. Hay pocas excepciones por cierto donde los maestros aún consideran que el conocimiento es lo esencial de la educación, sin importar si es productivo o no, porque el conocimiento es un fin en sí mismo y no un mero medio para ideales “nobles” que ponen en peligro la libertad de todos.  
Vemos con angustia, sufrimiento, dolor desgarrado, ojos hinchados de lágrimas, grandes hombres y mujeres que se desgarran las vestiduras ante un niño desnutrido en el África, ante una madre que llora la muerte de su hijo a manos de las fuerzas del Estado o de la insurgencia, ante las víctimas de un desastre natural cuyos responsables somos nosotros, por la forma despiadada como colonizamos la naturaleza. Ante esto decimos: hay que hacer algo. Pero esa expresión es pura estupidez porque somos estúpidos, idiotas e imbéciles. Siempre somos víctimas nunca victimarios y tenemos una conciencia de víctimas, y no hacemos nada. Nuestras acciones son estúpidas, idiotas e imbéciles.
Hay que hacer que la escuela ponga fin a esta subjetividad que existe desde la mal llamada democratización de la educación. Los abogados o filósofos del derecho, me gustaría que me respondieran estas dos preguntas: ¿cómo es que un derecho es para el sujeto de ese derecho obligante? Y ¿cómo es que un derecho es superior a otro si lo que se busca con ellos es la igualdad. Entonces el derecho a la vida de un niño es superior al derecho a la vida de un anciano? Considero respondiendo a la segunda pregunta que si esto es así, es decir, que el derecho a la vida del niño está por encima del derecho a la vida del anciano, se debe a que el anciano es un ser que ya no tiene la capacidad productiva, mientras que el niño es potencialmente una fuerza productiva que genera riqueza. ¡Vaya ideales liberales, aplaudíos! Has creado la esfera económica y allí has fundamentado los derechos, engañando con esos sofismas. Los liberales siguieron a los religiosos, estos le inventaron a los hombres la vida ultraterrena donde todo es paz y amor, aquellos inventaron los derechos para que haya igualdad. ¡Que mentira!
Si nos acogemos a lo que he venido diciendo, entonces, es necesario desenmascarar los ideales que se esconden en las paredes y las columnas de los claustros educativos. Hay que desenmascarar a esos profesores y a esos que obedeciendo las políticas educativas del país les quitan la libertad, los sueños y la alegría a los niños. Hay que desenmascarar a quienes dicen que piensan en ellos y los están guiando a la oscuridad porque le niegan la antorcha del saber, engañándolos a diario. A todos ellos que niegan la vida, la vitalidad de los niños y niñas por hacerlos útil a una sociedad perversa hay que desenmascararlos.
Quienes dirigen la educación la ven como una forma de productividad y la escuela es una fábrica, una empresa. Por eso los rectores son administradores, ejecutivos de la educación; los coordinadores son los capataces que se encargan que la producción se lleve a cabo y los maestros los operarios, esa es la escala que se despliega o desarrolla en la escuela. Esto hay que acabarlo, y será el inicio de una verdadera revolución en la escuela.

Teniendo en cuenta lo que he dicho aquí, muy pronto haré una reflexión tan breve como esta sobre el paro del magisterio, en el cual participé. Por lo tanto, para leer el siguiente es necesario que hayáis leído este. Una amiga profesora me envió al correo una reflexión que hizo y le dije que sería bueno hacerle unas correcciones, ella me respondió que un profesor en el pregrado le dijo que un escrito debía ser como una orinada. Cerré los ojos y volví a una noche en mi pueblo cuando después de haber tomado unas cuantas cervezas, al llegar a la casa y mientras esperé a que mi padre me abriera la puerta, oriné tan serenamente en la calle que desde allí descubrí en la práctica lo que se siente ser libre.   

viernes, 5 de diciembre de 2014

LOS PIES DE VACA






Empezar un escrito demanda “horas” de análisis, pues hay que sopesar las palabras y los vocablos que mejor se aproximen al propósito de un pequeño escrito como este, hoy quiero hablarles de un escritor de la Región Caribe, me refiero a Andrés Camacho García, un amigo que en la soledad y práctica de historiador ha publicado un nuevo libro que por su nombre deja al menos la falaz idea de ser un arquetipo de los sueños de un joven que narra la vida de sus antecesores con un esmero de picapedrero ancestral: Los Pies de Vaca y otros fragmentos biográficos son la génesis de una cosmogonía, nueva, distinta, recién salida de las entrañas de un universo de cosas que hoy día muy pocos se detienen a pensar. La obra por demás narra y vuelve sobre lo narrado como una metáfora enigmática de un hombre que enfrenta al “diablo” con sus propios pies, pies que son aún más poderosos que los mismísimos pies de Hermes Trigemisto el emisario de los Dioses y mercaderes, que según describen los rapsodas Hermes podía volar por los aires, yendo de aquí para allá, en nuestro caso, lo original de Vaca es que usa sus pies para sacar a patadas del patio de su casa y de su vida al “demonio”, “a pata limpia como se dice por acá”.

Andrés Camacho García divide su obra en dos momentos, en un primero momento los jóvenes de un colegio del corregimiento de Sabanagrande Cesar sirven como una excusa para extender el aula de clases más allá de los límites de la frontera invisible que existe entre el mundo real y las aulas de clases, epicentros estas de la disciplina y el enfrascamiento intelectual al cual son sometidos semana, tras semana, todos los estudiantes del mundo. Y de un conversatorio imaginado en uno de sus tantos encuentros con Rolando Zúñiga, surge entonces, la idea de hacer un trabajo de pesquisa a un personaje que por su historia y enigmas bien merecían un encuentro para ver qué historia podía emerger de los “pies de Vaca”; allí se narra de forma secuencial si se quiere a modo de gramófono que suena intermitentemente las aventuras de dicho personaje con las fuerzas del más allá, aunque en el fondo eso sólo sirve como una excusa para ir al traspatio de una región que por su anatomía geográfica esconde mucho más secretos que los mismísimos pies de Vaca.

Y en un segundo momento dentro del mismo libro se encuentra uno con la historia que nuestros jóvenes, niños, niñas, ancianos, hombres y mujeres necesitan saber, reconocer, esculcar, nadar, sopesar, dimensionar, escuchar de nuevo, es la historia de nuestros orígenes, de quiénes somos, es la vuelta de tuerca de quien busca afanosamente el último puente colgante de una realidad que se despedaza con el tiempo, con las horas, con el ir y venir de los avances desarrollista de la cultura caribe. Allí, al igual que en la genealogía de los hebreos todos tenemos un principio, una rama que nos sostiene y nos indica el camino que tuvimos que recorrer para estar hoy de pie frente a nuestro presente distante. Es casi una necesidad, un imperativo que este tipo de obras se institucionalicen como argamasa para que los que dictan “ciencias sociales” vean allí el principio del fin de nuestra cultura, y el comienzo de una simbiosis de espectros históricos donde estamos más desorientados que nunca.

Cuando uno revisa la historia de las civilizaciones, por ejemplo, la de Roma, la de Grecia, la Mesopotámica, la aramea, la egipcia, la de China pasando por todas sus dinastías, por Genghis Khan, o por la estela de muerte que dejo la Fiebre amarilla en más de medio siglo (XIII); encuentra en ellas el mismo patrón universal: los ríos como fuente y horizonte de la vida comercial. Los puertos, son los epicentros de los primeros que se atrevieron a crear economías de la nada, los Chinos se abrieron al mundo gracias a la ruta de la seda, los de Mesopotamia gracias al rio Tigris y Éufrates, así las cosas, las regiones bajas del Centro del departamento del Cesar (Región Caribe, Colombia) también se fundaron y desarrollaron gracias a los ríos Magdalena, Cesar y Animito, a la Ciénega de la Zapatosa, a los playones, al puerto de Saloa, al Banco Magdalena, al comercio del ganado, desde allí es donde el maestro de sociales tiene que darle al estudiante el contexto como dice Rodolfo Ginas, y dejar el contenido a los recetarios bíblicos de la historia global que hoy día a los muchachos pocos les interesa.

Se necesita mirar la historia con ojos de un narrador de cuentos, de poseía, de canciones que embriaguen el alma de quien ya no quiere ir más allá de los iconos de los Smart Phone, de los Wasap, de las interminables secuencias infinitas de imágenes que brotan como verdaderas “Flores del Mal” de los muros de Facebook; hay mucho que contar de nuestros pasado próximo y lejano, tenemos que confesarnos todos nuestros secretos cósmicos e históricos, y como “docentes” nos estamos dejando triturar por el aliento pestilente de la modorra académica, de la pereza estudiantil, del matoneo, del bulín, de los malos salarios, de la internet, de la pesadez histórica, de la cerveza como decía Nietzsche, de la  flojera como decía mi abuela. De allí que los invito a mirar la historia con los ojos de quien busca tesoros donde los corsarios de la economía actual sólo ven ruinas, y creo que para todo el mundo bien le viene tener “Los pies de Vaca” para patear todo el mal que hemos desarrollado desde la “conquista” o las "invasiones bárbaras” en américa.

A todos aquellos que ven en la historia una posibilidad siempre de contar cosas, es bueno que nos dejemos sorprender por la cantidad de árboles nativos, de especies, de animales, de ríos y quebradas que ya nunca volverá a parir la tierra del buen Dios, en esta región milagrosa, y darnos cuenta como el Cambio Climático no es un chiste contado por los señores de las Naciones Unidas, o los inofensivos creyentes de Green Peace; los instigo a hacerse con el Libro de Andrés Camacho García, como un acto simbólico de fe, en nuestras propias costumbres y maneras de comunicarnos aquello que siempre está oculto en la memoria de quienes hicieron posible caseríos como: El Mamey, Hojancho, Chinela, Barrio Acosta, Saloa, o de  Champan con su historia milenaria que de un modo u otro han hecho posible el Museo Arqueológico de Curumaní: MACU.

viernes, 16 de mayo de 2014

LAS VOCES DEL REVERENDO HIDALGO

El Totumo es un árbol tosco que crece en tierras secas y calurosas, sus hojas verdes no son demasiadas frondosas como para dar una sombra que refresque el calor. A unos diez metros de donde estamos se encuentra uno de estos árboles cargados de totumos ovalados con los cuales se hacen cucharitas para tomar sopa y el delicioso sancocho de pescado. Según me cuentan tiene más de cincuenta años de estar ahí, ha visto crecer a más de cinco generaciones de la familia siendo un testigo mudo de sus tristezas y celebraciones.
Son las once de la mañana, la brisa ha huido y el sopor del medio día se acerca lentamente como un anciano que no tiene afán por llegar al destino marcado en sus pasos. Hace unos minutos he llegado a la vieja casa, la altura de su techo se asemeja a la de una iglesia, todo es amplio, la sala, las alcobas, la cocina, el corredor. Parece que fue hecha por gigantes para gigantes, pero una voz que suena como si estuviera escuchando mis pensamientos resonó en un lugar: ¡que va, la construyeron para evitar que hiciera tanto calor y fuera un poco más fresca! Saludo la voz, es una mujer con una de esas batonas wayuu coloridas y una cara de buen humor, que va apareciendo como una flor que se abre al calor del sol.
Me encuentro sentado en una vieja silla mecedora de mimbre rojo, al lado del Reverendo Hidalgo. Él es un tipo delgado con un rostro escuálido, de tez morena, cabello liso y una mirada sonriente que no aparta de la profundidad del patio. Se nota la antigüedad de sus manos, la plata de sus cabellos y los siglos de su voz. Habla con lentitud y una sonoridad parsimoniosa, tiene el encanto de los narradores, conecta historias de una manera que me hace recordar a Sherazade, la de la mil y una noche.
Yo soy Benko Biojó y he venido a visitarlo porque quiero escuchar el ruido del Magdalena, la brisa de las sabanas del Bolívar, del Cesar y de los hombres que a lomo de caballos y burros hicieron su historia. Llevamos más de tres horas y los relatos son sencillos y fantásticos, mientras nos comíamos el almuerzo, un pescado frito con arroz y bollo de yuca no paró de hablar. Por eso ahora quiero saber de su vida.
Benko Biojó: Reverendo Hidalgo, cuénteme cómo fue su niñez, cómo era el pueblo cuando usted corría por estas calles. 
Reverendo Hidalgo: Mi niñez fue demasiado simple, natural, sin demasiados lujos, pero con lo más esencial que puede tener un niño: la libertad. Las calles de este pueblo eran polvorientas, en las noches como no había luz artificial nos alumbraba la luna, una luna soñadora en un cielo colado por estrellas, y si no había luna, entonces unos mechones llenos de petróleo iluminaban las casas y algunos vecinos los sacaban a la calle para que los andariegos no fueran a tropezar y caer.
B. B: Usted dice que la libertad es lo esencial de un niño, cómo puede saber un niño que es libre.
R. H: En ese momento no sabía que lo era. Pero la vida era un juego, magia, invención, creación, era estar con mis amiguitos y disfrutar las cosas más sencillas, desde jugar con tierra, hasta revolcarnos en una grama verde que luego nos producía una rasquiña feroz. Después de muchos años la libertad se configuró desde esa base y tiene un fundamento tan fuerte que a pesar del tiempo no se ha venido al suelo.   
B. B: Y su juventud cómo transcurrió.
R. H: Jugando en una cancha polvorienta, estudiando y haciendo una que otra maldad por ahí. Te cuento que en esos momentos llegó la interconexión eléctrica y salíamos con mis hermanos a donde la vecina que tenía un televisor a blanco y negro a ver las películas que pasaban por los únicos dos canales que cogía. Veíamos: Bonanza, El hombre increíble, T J Hooker, Patrulla motorizada, y otras películas que luego nos convertíamos en esos personajes y jugábamos a los buenos y los malos. Debo confesarte que eso acabó con las reuniones nocturnas donde mi padre nos contaba cuentos, y cuando nos quedábamos dormidos los dos que nos habíamos dispuestos cerca a sus piernas, nos decía: bueno ya estos dos cayeron, nos levantaba nos daba la bendición y nos íbamos a acostar en las hamacas.
Eso también lleno de luz las calles, y éstas perdieron el encanto y la magia que tenían en la oscuridad, no volvimos a jugar a las escondidas, a cuatro, ocho doce, a Emiliano y una serie de juegos y rondas, precisamente porque todo había cambiado y nosotros íbamos a cambiar. Los viejos que contaban historias se sentaban al frente del televisor y nosotros a su lado. Dejamos que un aparato fuese el nuevo narrador.
B. B: Cuál es el recuerdo más antiguo que tiene.
R. H: imagínate ese recuerdo data de cuando tenía cuatro años. Mi mamá estaba haciendo una sopa de pata de vaca en un fogón de piedra al fondo del patio de la casa, eran más o menos las 7:30 de la noche, era un diciembre y, en el patio de la casa vecina, sonaba una cumbia y una señora bailaba con un mechón encendido en la cabeza, se movía como una palmera agitada por la brisa de enero, tenía tanta cadencia que me acerqué a la cerca que dividía los patios, estaba atónito era un acto de brujería, magia y artilugio, ese es el recuerdo más antiguo que tengo, vuelvo al fogón y ahí está mi mamá revolviendo la sopa con una cuchara inmensa de madera, saca un poquito, lo prueba y me da a probar, me mira con una mirada que dice: cierto que está bueno, y yo con esa cara de cuatro años dibujo una sonrisa afirmativa.    
Los niños pasan de un lado a otro del patio, juegan con cuanto chechere encuentran, se detienen y nos miran queriendo saber qué hacemos ahí dos viejos vestidos de tiempo, y el silencio nos arropa por unos segundos una brisa calurosa lame nuestra piel centenaria.
B. B: Tú crees que después de todo hay algo para narrar
R. H: Es posible que hayamos narrado lo suficiente o no hayamos narrado nada. Ahora recuerdo a Heidy Yalile León, la niña que estudió conmigo en noveno y a la que le escribí un poema para un lunar que tenía en la nariz, eso lo narré cuando tenía catorce años, ella era hermosa es posible que los años hayan agotado su hermosura. Entonces su belleza permanece en el poema, pero el poema ya no existe.

Como terminar de escribir todo lo que hemos hablado, tendré que hacerlo por parte. Él asiente con su rostro moreno y sus ojos mirando hacia el fogón de leña de la abuela, sé que en esos momentos está en su memoria alguna historia que en la próxima parte la contaré. Mientras tanto yo lo seguiré escuchando para que sus palabras ebrias descansen en estas páginas vírgenes, violadas por las manos de un negro que busca la forma de encontrar su tierra consumida por el hambre.        

viernes, 25 de abril de 2014

MEMORIA DE MIS PUTOS Y TRISTES LIBROS


Hace unos años después de abandonar mi pueblo en el caribe colombiano y sentado en una cama de un solo puesto, vi caminar con su paso lento de 80 años a mi abuelo entre las páginas de Cien años de soledad, bajo el nombre de José Arcadio Buendía. Eran las doce del mediodía y un sol solo conocible en los trópicos golpeaba sin piedad el cuerpo de quienes transitaban las calles sin pavimentar y con almendros al frente de las casas, de ese pueblo que años antes bajo una noche lluviosa, de vientos huracanados y truenos y centellas de octubre, escuchó mi primer llanto. ¡Vaya acontecimiento! había nacido yo.

Ese mediodía llevaba sobre mi cabeza un asiento de madera convertido en pupitre de color verde manzana pintado con brocha por mi madre. Tenía que caminar más de un kilómetro para llegar al colegio Nacional Camilo Torres Restrepo, donde cursé mis estudios secundarios y entré a ver el mundo desde la fantasía de los libros y me convertí como un monje para recorrer el claustro de sus historias y narraciones.

Estaba cursando séptimo o como se decía en esos años, segundo de bachillerato, cuando la profesora Luz Marina quien nos daba español nos dijo que teníamos que leer un libro de Gabriel García Márquez. Gracias al amor despertado por la profesora Anita Arévalo de la lectura de poesía, llegué a la casa de mi abuela y busqué en la biblioteca de mi tío, el único de la familia que tenía biblioteca y que por esos años estaba estudiando derecho y, encontré La hojarasca, empecé a hojearla y decidí que ese era el libro que leería para hacer el análisis literario que nos pedía la profesora. Lo leí y mi tía Layne que desde que mi mente recuerda trabaja en el juzgado municipal, sacó una máquina de escribir y unas hojas de block tamaño oficio y empezó a teclear con una rapidez que para mi edad era sorprendente, que supuse que ella bien pudo dedicarse a tocar el acordeón y sacar melodías en vez de ese sordo tic tac de las teclas.

El tiempo transcurrió y ya en la fría Bogotá empiezo a leer Cien años de soledad, antes había leído otros libros de Gabo, como dije antes en una cama de un solo cuerpo con un colchón de algodón duro. Entonces la lectura fue un acto de reminiscencia: sentí el olor de los limones del patio de la casa, los mangos en el suelo que la brisa de la noche había hecho caer, me vi barriendo las florecitas con una escoba de iraca, vi a mi mamá espantando las gallinas y a mí padre contarnos historias que habíamos canjeado por canas. Vi a Quintina Moreno, mi abuela aplicarse los ungüentos de Úrsula, ella era Úrsula aunque a sus 92 años no terminó de diversión de los nietos sino como un oráculo que aconsejaba con sus dichos entre sentencias y chistes.

En este país donde todo puede pasar, años después una imagen televisiva me hizo recordar a Rebeca cuando llegó de Manaure trayendo en un costal los huesos de sus padres. Eran los familiares de las víctimas de la violencia paramilitar que pasaban a recoger las urnas donde estaban los huesos de sus hijos, sus padres, sus esposos o esposas, que la Fiscalía les entregaba. Todos ellos con el dolor en sus rostros pasaban en una fila como la línea de la historia. Ese ambiente estaba enmarcado por un tipo de insomnio creado no por la peste de Visitación y Cataure los indígenas guajiros del relato de macondo, sino por los medios y las instituciones del Estado que llevan o conducen al olvido. Esos familiares son Rebeca y muchos de ellos afanados porque la peste del insomnio no se apodere del pueblo colombiano, al igual que José Arcadio Buendía, marcan con los retratos y los nombres de sus familiares muertos o desaparecidos, la realidad de nuestro mundo macondiano.



Es posible que la realidad supere lo mágico, aunque lo que hizo García Márquez no fue otra cosa que encontrar las palabras y las imágenes precisas para describir nuestra realidad, porque aquí en esta tierra de eufemistas felices, nos gusta darle nombres rimbombantes a las cosas, para ocultar la momia pestilente de nuestra historia. Vivimos de libritos de superación personal y escondemos la cabeza como el avestruz para que todo pase y decir que no nos dimos cuenta y preguntarnos ¿Cómo pudo suceder? Mi pueblo vivió más de una década de violencia que los vientos recuerdan y donde el miedo bailaba cumbia con la soledad. Si seguimos así, jamás esta estirpe tendrá una segunda oportunidad sobre la tierra y las mariposas amarillas morirán de hambre.