viernes, 29 de octubre de 2010

POETA INVITADO...


¿La poesía sirve para enamorar?

Depende, dice un poeta con el que suelo tomar whiskey y compartir escritos. La poesía es una explosión desde todas sus aristas, de genio, de forma, de color, hasta de orgasmos, la poesía ha sido aquella amiga sórdida que ha brindado compañías oscuras a quienes participan de su carne. No es una vagabunda de poca monta, es por el contario un despliegue de estilo social en lupanares afortunados del alma.
En la Roma latina, había que seguir con cautela una estratagema configurada para acceder al lecho de una mujer: se le veía, se le sonreía, se le decía algo bonito, se le besaba y por último se llegaba al Factum (que es una palabra que ahora está en cantidades de textos describiendo todo menos relaciones sexuales, lo cual, me preocupa); es precisamente en esta palabra dicha, que había el primer contacto, el de las entrañas, sólo se le podía tocar la manito de ella, si ésta estaba complacida con la belleza y el genio del hombre. No en vano Ovidio dedico una parte importante de su vida a hablar del arte de amar, no porque fuera un tipo seductor y bien parecido, sino porque podía oler (si alguien podía hacerlo era él) la necesidad de enamorar, del juego erótico que devana los sesos de los seres humanos.
No muy lejos, unos poetas disfrazados de pastores hacían de las suyas con las aldeanas españolas, fuera de todo margen de respeto, les cantaban canciones lujuriosas, llenas de abismos significantes que sugerían el placer de retozar sobre las verdes llanuras, por supuesto, las mujeres eran mucho más astutas, nada más cercano a una respuesta de nuestra pregunta. Los culturalistas podrán decir que hoy día el reguetón es una cantiga española, pero hay que decirles con todo respeto, que no hay duda en que éste no fuerza el sentido intuitivo de la palabra, no crea espacios ni traslaciones de sentido, crea, por el contrario la simplicidad de una persona que aprendió a hablar (¿el reguetón enamora más que la poesía?).
Nuestro mundo es una convergencia de puntos de giro, de ironías queridas, de golpes de pecho con la diestra que al parecer tienen mucho de siniestro, nosotros no hacemos poesía pero seguimos enamorando. No sé que se le pasaba por la cabeza a los caballeros medievales, asumo que era algo terriblemente meloso por las lecturas de Cervantes ¿Cómo era posible que las mujeres amaran hombres que se iban a la batalla a morir sólo por ellas, que ni siquiera decían una palabra sino que se sonrojaban ridículamente porque le habían sorprendido un dedo mal cubierto por un anillo a una excelentísima dama (hiperbolizo este adjetivo no porque no sepa que no tiene superlativo, sino porque, en el fondo, todos sospechamos que una mujer que hace que un hombre muera por ella y a cambio sólo le da su bella calavera sonriente no puede ser una buena mujer).
Les pido no se adelanten a los insultos, los caballeros si tenían poesía y eso era lo que amaban las mujeres de ellos, su poesía era su armadura, que en un oximorón hermoso, sólo el latir por su amada podía atravesarles el corazón, eran sus maneras de verlas, sus miradas suplicantes de misterio. Así es, pedían a gritos el misterio de una mujer hermosa y única a quién consagraban su vida, eran objetos mismos de la poesía; Quijano o Don Quijote lo veía con claridad, eran letrados guerreros que amaban el amor de la palabra hecha espada.
¿Cómo se quita un vestido de una excelente mujer? Don Juan Tenorio, padre de todos los que han llegado a este punto del texto –lo digo porque ya habrán pocos que continúen con la curiosidad perversa y machista que encarna este escrito- ha sido quizás el hombre que más autoridad tiene para responder a la pregunta, su poesía no era su belleza, aunque era todo un ícono de gracia masculina, eran sus promesas del lenguaje, este hombre prometía a cada una de las mujeres su amor, lo que ellas no sabían era que compartía su amor por la palabra, no era un quebrantador de promesas, era un fiel seguidor de su verdad poética, nunca le mintió al lenguaje, siempre hizo de cada una de sus mujeres su ser más amado, la poesía puede ser eso, ese compromiso con lo humano que fracasa en la ficción, o dicho de otra manera, aquella necesidad de amar la realidad de las palabras porque son las que constituyen la realidad de los sentimientos humanos.
No quiero agobiarlos pero es una pregunta que necesita un bastonazo de asfalto, un golpe de instante para alumbrar la ceguera. Empezamos el comienzo de la poesía filosófica ¿Quén tiene más capacidad de seducción si ponemos en una balanza a un filósofo y a un poeta? Depende, los literatos dirán sin duda que un filósofo, demostrando su genio irónico, los filósofos hablarán de que son ellos los de la potencia; son dos votos que, una democrática academia alemana pueden decidir el veredicto. Novalis, era un hombre con una inteligencia notable, quizás un hombre que pudo, junto con su gran grupo de intelectuales, ver en la historia la perfecta unión moderna entre poesía y filosofía, era un hombre que le daba un lugar a los poemas presocráticos en su mundo, pero más importante, que le daba un lugar al sentimiento romántico (no de telenovela) y a la desgarradura del lenguaje en su poesía, es decir, a la mujer ideal y perfecta, mujer que persiguió Wherter pero que Goethe se encargó de arrebatarle, no por no entender que si Carlotta hubiese leído el diario de nuestro personaje quedaría totalmente enamorada, sino por señalar la potencia misma de su pensamiento, potencia del amor y del dolor.
Los grande románticos están en la idealidad del fracaso, y hay que decirlo, las mujeres aman a los grandes héroes, a los hombres de acción, pero el romántico no actuó para la mujer, no hizo escenarios reales de sus más bajas propuestas, por el contrario, hicieron de su poesía su propio cuerpo, para que esas palabras pudieran dormir en la misma cama con esa mujer que presentían, y quién sabe, rozarle una pierna, un seno, un latido.
Baudelaire era un hombre, quizás un hombre demasiado hombre capaz de encarnar el misticismo de una prostituta en una poesía genial; enamorado de su mundo en desarrollo, de la velocidad del futuro detenida por instantes, veía su sexo agrandarse en la presencia de lo grotesco, asumía con toda fiereza la potencia sexual de la mujer, ella no era más sino un objeto deseable, al punto de desearse a sí mismo. Las palabras de Charles calaban en los corazones de sus amantes, seducía su ímpetu bohemio, su certeza del lenguaje de la carne. No es otro motivo el que nos atañe, Baudelaire recompuso una mujer que había sido asexuada, la reparó y para hacerlo tuvo que explorar sus más recónditos humores corporales, tuvo que humedecer de poesía su belleza para traerla a la tierra, para hacerla partícipe de los placeres tatuados en todo ser humano.
Ahí pegaditos estaban Verlaine y Rimbaud, una relación que nadie entendía, no se confunda el lector audaz, una relación poética que exhalaba plomo por todos sus poros de cañones humeantes, nos enseñaron que amar en el desespero es totalmente posible. No es de extrañar que las mujeres aun tengan fotos de Arthur en su cuarto para medir milimétricamente cuánto sus pretendientes se parecen a aquel angelical demonio configurado en una palabra gris innombrable. La poesía hizo de las suyas, aunque existió el escándalo, las mujeres prefieren el grito de una palabra seductora durante sus dulces cantos del himeneo al tedioso hombre frígido de mente y mojigato de corazón. La poesía es liberadora de mente y cuerpo, es la expresión abierta del amor, del deseo, es ofrecer el grotesco sexo propio envuelto en la verdad de su fealdad, sólo hecha para asumir el goce sublime de la experiencia, el acceso a las puertas del infierno y del cielo, ser demonio en al cama, ser ángel en la palabra, ser crudo, ser palabra desnuda de su propio destino, destino de fracaso inminente, porque a mi modo de ver, no hay orgasmos eternos.
Ya se puso aburrido esto, podemos echarle la culpa al tema, pero la verdad es que no existe el suficiente talento en palabras distintas a las poéticas que puedan resolver tal conflicto. Ernesto Cardenal es una clara antítesis de nuestra intención, escribió grandes poemas a uno de sus amores frustrados, estuvo en esta tarea durante muchos años, para no alargar la historia, Cardenal engendraba en su propio nombre parte de su destino, Cardenal se hizo sacerdote. No hay más que decir, la poesía puede desnudarte una mujer, puede hacer tronar la entrepierna de un ser humano, pero lo que es seguro es que la mejor poesía, es aquella para quién no existen palabras seductoras, Claudia dejó a Ernesto, Ernesto dejó su sexo en el papel, el papel se impregnó de poesía y aquí estamos, hechos todos un desastre, con mujeres realmente astutas, que son capaces de hacer bajar la luna para devolverla, con la indecisión de no tener un manual exacto para enamorar con poesía.
Quiero terminar con dos personas que nos devolvieron el aliento cuándo más necesitamos creer que la ficción es la realidad: Bukowski y Parra, el primero por ser un pintoresco bohemio que desnudaba mujeres en su lúcida embriaguez poética, cambiaba su poesía por licor, por unos pechos desnudos, negociaba con la palabra toda su existencia, porque él era todo poesía, desde su eructo matutito hasta su silenciosa noche.
Debo confesar algo, escribí todo esto porque quiero alzar una voz de protesta, Nicanor hizo de su poesía su vida, en un sentido pleno y desnudo, logró todo, absolutamente todo, incluso enamoró a una sueca ¿Quién en estos tiempos de vandalismo estético podría pensar a un chileno bajito de entradas prolongadas dormir su lengua en la estilizada figura de una mujer rubia de otro continente? Le valió de nada, ella lo descubrió, descubrió la honestidad de su palabra, la palabra poética que hemos visto durante todas estas épocas, le hizo mala fortuna, le negó la postulación al Nobel, lo dejó.
La poesía sí sirve para enamorar, habrá que estar dispuesto al inmenso abismo que supone encontrar una persona capaz de escuchar, sin interrumpir, como nuestras palabras le arrancan la carne y recorren todos sus huesos, durante una madrugada, quizás dos.


Daniel García León.

sábado, 23 de octubre de 2010

A PROPÓSITO DE NUESTRA LEVEDAD


EL KITSCH


Quizá nuestro momento histórico es el presagio de una larga cadena de acontecimientos que nos tiene sumido en la más atroz de las levedades. Por tanto al acercarnos nuevamente a la Insoportable Levedad del Ser, veo que detrás de nuestra realidad, propia y cotidiana, actual; siento que como hijo de una época llena de miseria y locura, estoy cayendo en la pesadez, en la humana realidad de ser Latinoamericano, acción que desgarra nuestra conciencia y nuestra fisonomía, si queremos avanzar hacia un cielo más lleno de luz y de victoria. De ahí que: “Cuanto más pesada sea la carga, más a ras de tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será”.

Α la pregunta por nuestra contemporaneidad, - si se me permite el término-; quiero decir que el paso de nuestra conciencia interior a una conciencia plena de los hechos trascendentales que han marcado el destino de nuestra América, por ejemplo: la colonización, el imperialismo norteamericano, las guerras intestinas por la toma del poder, etc. va apenas emergiendo hacia ese ideal, es decir, hacia una toma de postura frente al ser de nuestra territorialidad. Veo claridad en el hecho que es necesario despertar de cierto delirio, de cierta concepción nadaista de la historia: “Por el contrario, la ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire, vuele hacia lo alto, se distancie de la tierra, de su terreno, que sea real sólo a medias y sus movimientos sean tan libres como insignificantes". Entonces, ¿qué debemos elegir? ¿El peso o la levedad?

Pienso de todos modos en la pesadez como lo significativo, no concibo de hecho un mundo donde todos seamos como mariposas dejando tan solo un rastro de viento en la historia; por tanto el momento de nuestro tiempo es el de la levedad política, humana, por falta de una “identidad”, de carácter, de unos principios homogenizantes capaces de hacer de nuestra conducta pasiva un detonante para hacer girar la clepsidra ya, a nuestro favor. Es necesario el peso de nuestro pasado, para reafirmar nuestros pies en el mundo. Sino, de lo contrario, todas nuestras fuerzasterminaran siendo una mera ingenuidad, una brocha con la cual se barniza el rostro de la humanidad, y seguiríamos siendo los mismos “indios con tapa rabo y ojos negros”: Si la reprobación y el privilegio son lo mismo, sino hay diferencia entre la elevación y la bajeza, si el hijo de Dios puede ser juzgado por cuestiones de mierda, la existencia humana pierde sus dimensiones y se vuelve insoportablemente leve” .

Tenemos ante nuestro presente el destino y el curso de la aceptación por fin de que somos algo, de que más que simples bestias sin almas, estamos en el mismo mundo y con las mismas posibilidades de ser por fin lo que somos: seres humanos. En esta trayectoria de la existencia es hora de volver los ojos a nuestro espíritu colectivo. Α vernos como parte de una conciencia universal, - si se quiere -; en cuyo seno estamos todos llamados a participar, no de la misma manera como en el principio: “En el trasfondo de toda fe, religiosa o política, está el primer capitulo del Génesis, del que se desprende que el mundo fue creado correctamente, que el ser es bueno y que, por lo tanto, es correcto multiplicarse. Α esta fe la denominamos acuerdo categórico con el ser” . Por el contrario nuestra levedad nos hace pensar siempre en un destino atado al sentido de lo religioso, quizá por eso Teresa, se fustiga incansablemente, ella, es quien padece esa conciencia colectiva a la cual me refiero, ella encarna la voluntad cuyo propósito es vencer el miedo, el terror, la angustia, la levedad, el dolor, el silencio; el cual nos tiene en medio de una crisis política y cultural.

Vemos que nuestra caricatura de hombres y mujeres, hijos de una tierra espesa y abrupta carece de sentido, navegamos en una horizonte lleno de sombras, a semejanza de la caverna de Platón, donde vivimos de imágenes que representan el poder y la gloria del mundo, mientras que a nuestro alrededor las miserias abundan en todas partes y con todos los nombres, pienso que: “De eso se desprende que el ideal estético del acuerdo categórico con el ser es un mundo en el que la mierda es negada y todos se comportan como si no existiese. Este ideal estético se llama kitsch” de la misma manera negamos nuestro estado de cosas, de formas y sentidos, actuamos de acuerdo a un catalogo de métodos y conceptos impuestos y superpuestos, a manera de capas, de sedimentos inquisitivos y doctrinales, vivimos como el “sistema” en sus ramificaciones actuamos, y nos enseña: “el kitsch es la negación absoluta de la mierda; en sentido literal y figurado: el kitsch elimina de su punto de vista todo lo que en la existencia humana es esencialmente inaceptable” 3

Avizoro en el Kitsch el sistema de gobierno de los imperios, de las religiones que abusan y torturan, de los grandes emporios económicos que juegan en las dimensiones de la nada existencial de los hombres, ofreciendo migajas de paz laboral, cuando en el fondo se roban y se llevan lo que nos es propio y por derecho. Veo además en el kitsch a los gobernantes incapaces de actuar frente al deterioro de la población que no tiene como defenderse aunque quisiera: “Pero allí donde un solo movimiento político tiene el poder, nos encontramos de pronto en el imperio del kitsch totalitario” . En tal sentido el drama de la vida en nuestro contexto desborda el límite de cualquier racionalidad. En el caso de Tomas, él representa la levedad, porque es el hombre que no toma una postura radical frente a un evento tan trascendental como la invasión Rusa por ejemplo. Si hacemos una revisión en el caso del intelectual nuestro nos damos cuenta que vive también en la misma dimensión, es decir, su postura sigue siendo fofa frente al dilema histórico de la situación política y social por la cual cruza América toda.

Para concluir, la levedad se siente en las familias "nuestras" que nos gobiernan o las que simplemente se sirve de su estatus quo para continuar en la Gran marcha global de los sistemas capitalistas, es en alguna medida el mismo horizonte que persiste en el resto del mundo, por tanto el peso no se ha podido constituir como base primordial de una sociedad fuerte y defensora de sus espacios políticos y sociales, precisamente porque no se ha comprendido cual es la dimensión y el papel que se tiene que tomar frente a esa falta de poder decisorio, cuando por ejemplo los medios de comunicación usan el cliché televisivo de la familia para hegemonizar el poder de los medios de masificación en el consumo de porquerías importadas por decir algo: “El camino de traiciones de Sabina continuará y, en medio de la insoportable levedad del ser, se oirá de vez en cuando, desde las profundidades de su alma, una canción sentimental acerca de dos ventanas iluminadas tras las cuales vive una familia feliz”


1 Kundera, Milan. La Insoportable Levedad del ser. Tusquets Editores. México, 1998, p. 13.
2 Ibid. p.13.
3 Ibid. p 250.
4 Ibid. p.253.
5 Ibid. p. 254.
6 Ibid. p. 254.
7 Ibid. p. 257.
Ibíd. P. 262.

TENTATIVAS


Todas las cosas tienen su tiempo,
Y todo lo que hay debajo del cielo
Pasa en el término que se le
Ha prescrito.
Eclesiastés, cap. 3-1.


Detrás del tiempo…


¿Estoy al final o al comienzo de una travesía?, siendo así en ¿cuál de los dos vórtices me hallo?, pues todo principio tiene en su centro el orden de las cosas que han de suceder, por tanto no sabré dar una respuesta en este preciso momento, a tal interrogante, lo cual me obliga iniciar este viaje en busca de un tiempo y un espacio en la vida, en los hechos y personajes de la novela las olas: “, dijo Neville, La gota que se ha formado en la techumbre de nuestra alma cae. En la techumbre de mi mente el tiempo, formándose deja caer su gota. La semana pasada, mientras me afeitaba, la gota cayó. Estando en pie, con la navaja barbera en la mano, me di cuenta bruscamente de la naturaleza meramente habitual de mi acto (esto significa la formación de la gota), y felicité a mis manos, irónicamente, por perseverar en él” [1983:158]:

El tiempo inocula el espacio, lo forma, lo constituye, lo articula como una rueda que gira sobre el carácter de las cosas, de los actos. Vemos como el tiempo que es ese río, se aleja, se desvanece, se devuelve en su fuente misma a ser, otra vez principio: origen.

Principio y fin, extraña maravilla, una gota que cae del los instantes eternos desde todas las ocasiones dadas, puestas, y superpuestas como el limite, como lo siempre único y abismal, es la gota de la vida, un algo que cae desde nuestra conciencia hasta la playa. Hasta la orilla donde están las cosas, allí donde están encallados los barcos y los remeros con él. Remeros que somos todos nosotros, embuidos como moscas que zumban detrás de los cristales, pero no lo sabemos: es la tragedia del tiempo y el espacio. Lo trágico radica en estar vivo, en caminar, en dormir, en levantarse, en ir al trabajo, en comer, en vestirse para parecer menos bestia cornuda, en tener amigos que mueren mientras nosotros dormimos.

Entonces el tiempo se convierte en la fosa donde caemos silenciosamente, vamos de camino a la muerte, al olvido, a la nada, pero ello no constituye algo corporal, sino que: “La caída de la gota antes dicha nada tiene que ver con la pérdida de la juventud. La caída de esta gota no representa más que el tiempo adelgazándose hasta formar un punto”. La tempestad del diario vivir forma un todo, un ovillo, las situaciones giran como manecillas de un reloj imperecedero. Los humanos se sueñan siendo dioses, pájaros de interminable vuelo, entonces la noche vuela para desterrarnos de la vigilia y soñamos lo que somos en verdad: polvo y pensamiento. De ahí que: “El tiempo, que es un soleado prado en el que baila una luz, el tiempo que es tan ancho y llano como un campo al mediodía, comienza a formar una pendiente. El tiempo se adelgaza hasta formar un punto del mismo modo que la gota cae del vaso con un denso sedimento, cae el tiempo” [1983:158], y se convierte en ese abismo que nos hace recocernos como humanos y sobre todo mortales.

Α la pregunta hecha al principio de este recorrido, me queda como respuesta el sólo hecho de que:” Estos son los verdaderos ciclos, éstos son los verdaderos acontecimientos. Entonces como si toda la luminosidad de la atmósfera se retirara, veo el fondo desnudo. Veo lo que las costumbres ocultan. A tono, guardo cama, días y días. Ceno, y después me quedo con la boca abierta, como un bacalao. No me tomo la molestia de terminar las frases y mis actos, por lo general muy imprecisos, adquieren mecánica exactitud” [1983:159]; son los recorridos de la existencia, de la realidad del mundo, de los seres vivos tratando de escapar de un tiempo y un espacio interior o físico; Huyendo como Orfeo y Eurídice.

Bibliografía

Woolf Virginia, Las olas, oveja negra, Bogota, 1983.
Bergson Henri, Memoria y vida, Altaya, Madrid, 1994.

OTRAS TENTATIVAS...


Sin sentido…



Ahora, cuando ya he terminado al menos en mi parecer la lectura de la novela Al faro, la tarea de exponer al menos el sentido, y la forma como esta novela se fue imbricando, es para mí una tarea de alto contenido descriptivo, pues, como es sabido la autora teje y desteje armónicamente los trazos que se hacen de cada personaje, por tanto para este ejercicio fenoménico, si se me permite el término, lo haré dirigiéndome hacia el personaje de la señora Ramsay, cuya existencia es el tronco de un árbol que yace plantado en medio de la vida y los quehaceres, tanto cotidianos como intelectuales con sus ocho hijos y un esposo que a pesar de tenerlo siempre a la mano, se desdibuja a veces cuando ella lo supera en sus monólogos interiores. La señora Ramsay es además la unión entre todos los que circundan el hogar de los Ramsay. Por tanto el significado de ser mujer vuelve a ser el tema central de la novela en Virginia Woolf, ella va siempre en pos de esas corrientes interiores que mueven el espíritu de la mujer al menos Inglesa. Pero desde su toma de postura cualquiera que se sienta dentro de la esfera de su feminidad, se tiene que reconocer al menos como siendo parte de ese universo al cual el hombre, sólo se acerca como si este fuera un objeta inanimado:

“Allí de pie junto al peral, aparentemente transfigurada, las impresiones sobre aquellos dos hombres le fluían a raudales, y seguir su pensamiento era como intentar seguir una voz que habla demasiado deprisa para el lápiz que toma notas, y aquella voz era la suya propia diciendo, sin que nadie se las dictara, cosas tan evidentes, perdurables y contradictorias, de modo que incluso las grietas y salientes de la corteza del peral estaban irrevocablemente marcados allí por los siglos de los siglos. ” [pág. 35]



La señora Ramsay después de pasar algunas décadas al lado de su familia y de aquel hombre del cual tuvo varios hijos, empieza a reconocer su postura frente al mundo, ese mundo donde los hombres sólo gorgojean, ese limbo epistemológico donde el ser hombre se enraíza, por el hecho de tener una mujer, unos hijos, unos bienes, y una posición social, y en el caso del señor Ramsay, una vida intelectual activa. Pero la vida no es sólo ese deambular, o ese despeñarse por los vaivenes de la realidad, sino que hay otra cosa: “Al pensar siempre se le truncaba el pensamiento, pero la escudriñaba, tenía la impresión de sentirla claramente allí, como una presencia real, como algo muy suyo que ni con su marido ni con sus hijos podía compartir” [pág. 79].


La señora Ramsay fue descubriendo un cúmulo de sentimientos que la anegaban hasta el inconciente, hasta desbordarla en una especie de plenitud total. Allí en el valle de la calma, de la soledad, y después de muchos años de solipsismo, la autora descubre que la grandeza, de la señora Ramsay radica en la belleza o mejor aun en su soberanía: “Ahora no tenía que pensar en nadie. Podía ser ella misma, existir por sí misma. Y de eso se sentía cada vez más necesitada últimamente: de pensar, bueno, ni siquiera de pensar, de estar callada, de estar sola. Todo su ser y su quehacer, expansivos, rutilantes, alborotados, cómo se iba reduciendo a sí misma, a un núcleo de sombra que se insinuaba en forma de cuña, algo invisible para los demás”; [pág. 82-83]; el mundo para ella, es después de todo voluntad, fuerza, entrega, valor por las cosas que hay más allá de su entorno, es decir, ella encuentra el flujo y el río que la hace sentir plena en mitad de un desierto de hechos y acontecimientos históricos, tanto en la vida como en el acontecer diario.

Vemos entonces que el ejercicio de la autora consiste en resaltar el sentido de lo bello. Esta belleza se realza al hacer un seguimiento detallado y minucioso de la vida que envuelve a la señora Ramsay: “La encontraba tan reservada y distante en su belleza, en su melancolía. La dejaría en paz. Y cruzó por delante de ella sin decirle una palabra, aunque le dolía notarla tan alejada de él, reconocerse incapaz de alcanzarla, de hacer algo por venir en su ayuda” [pág. 86]; el mundo interior que es incapaz de ser resuelto por el señor Ramsay, es el claro ejemplo del monologo que está siempre en ejercicio por parte de la señora Ramsay, la interioridad de su esposa esta por encima de él; pues simplemente él se sume en ese letargo que con los años una mujer va construyendo alrededor de su esposo: “Eso es el matrimonio –pensó Lily-: un hombre y una mujer mirando a una niña que juega a la pelota. Algo así debió ser –reflexionó- lo que intentaba decirme la otra noche la señora Ramsay” [pág. 96].

Tal intensidad de la vida, solo se puede intelegir cuando existe una crítica feroz por parte de quien padece y sufre el silencio de su humanidad. Por ello, la autora siempre sigue su propio péndulo, su voz interior para hacer hablar a sus personajes aquello que los acongoja. Puesto, que el hecho de estar en el mundo de la vida, es ya un jugársela, una apuesta que siempre esta ahí, como el momento oportuno para decidir si estamos solos o en compañía, nos dejan de cierto modo en la intemperie: “[…] incapacitada para moverse ante la intensidad de aquellas sensaciones que dejaban su propio cuerpo, su propia vida y los de todas las personas del mundo reducidos para siempre a la nada” [pág. 100].

En ese sentido la vida, deja de ser un simple hecho milagroso, pues, el estar en medio de una familia como la suya, la señora Ramsay, se pregunta todo el tiempo, cuál es su papel, en medio de tantos istmos. Tantas islas a su alrededor, pero había algo que la sumía en una lucha feroz aun peor: “Y de nuevo volvió a sentirse sola ante la presencia de su vieja antagonista: la vida” [pág. 104]; el mundo de la señora Ramsay, a pesar de ser una mujer completa desde de una mirada racional, y estética si se quiere, ella tenía bajo su propia piel, demonios y fantasmas que la circundaban hasta hacerla sentir lastima por su esposo, ella se veía ya, por fuera de aquella realidad llena de acantilados, donde los sueños se bifurcan y donde los elementos que quizás la unieron en tiempo remotos al señor Ramsay ahora sólo era una simple mirada hacia el pasado. Pues, él nunca tuvo el valor de volar hasta sus cumbres más altas, él simplemente se limitó a tejer su propia historia, dejando por fuera a su otra mitad.
Quizá, sea eso lo que finalmente le aterró al señor Ramsay, pues, nunca tuvo él el valor de reconocer, que era un hombre fracasado, insulso y grosero. Por tanto el sentimiento que me queda es que detrás de esta mujer llanada Ramsay, había todo un universo interior donde cabían, una casa, unos hijos, una biblioteca, un esposo, una pintora que nunca supo cual era su verdadero infortunio, si ser pintora o solterona, un mar inmenso, un faro, y unos amigos imaginarios que le sirvieron de compañía hasta el día de su muerte: los libros, y todo lo que ellos guardan. Tal vez, la única que estuvo viva todo el tiempo fue ella, mientras los demás simplemente discurrían en ese laberinto de cosas, que se articulan, que convergen, en un átomo llamado familia.

CUENTO DE LOS PERROS DE TÍNDALOS


Contra-reflejos


“Después de notar que yo estaba simultáneamente feliz y lúcido, una conjunción no sólo rara sino imposible, ella también quiso sentir lo mismo”…para demostrarlo se acercó al espejo tratando de buscar en su interior una especie de desdoblamiento felino, y mientras el gorgoteo de la lluvia sucumbía detrás de la ventana a medio trancar, una imagen tras otra como una escalera de naipes la arrastró hasta convertirla en un animal libre y desesperado. Intenté cerrar el maldito libro por última vez, pero más que un absurdo, fue como un pesado ejercito que recorre el mundo de oriente a occidente sin trabar batalla alguna con la muerte, pues tenía que terminar el manuscrito sobre las victimas de la guerra situadas en la región del mar pacífico, era escapar o publicitar mi trabajo sobre la violencia. Así que me desenvolví sobre la cama al modo de una serpiente que muerde el mundo evitando a toda costa parecer un átomo descuartizado. Izquierda o derecha, el fin o el medio no importaba, la idea fue clara y contundente: temimos denunciar aquellas muertes. Y las ideas tanto como el amor deben construirse evitando ser los gigantes imaginarios que luchan contra molinos que ejercen el control social, vigilancia que Teresa como mujer elige evitar sobre todas las cosas, máxime cuando es ella quien demuele a la realidad cada vez que tropezamos con las sombras de la ironía, y si ocurre lo hace con un gesto totalmente nuevo. Si me ve morir como un niño en sus brazos arquetípicos, prefiere reír que sucumbir, de ese modo me obliga a deambular de la felicidad al fastidio relampagueante de la libertad.

Al cabo dejé el libro a un lado, la observé de cuerpo completo, desnuda como una copa de vino tinto a medio servir. […en tanto…] Dentro de mí un simio saltaba de rama en rama buscando escapar, evitando que un cazador le disparase justo entre los ojos. Sigilosamente hizo un mohín y una especie de sonrisa flaca me fulminó, caí subrepticiamente a un sótano, formando un abismo lacerado y tenue en sus ojos, lo que provocó que el espejo roto y la unidad que existe entre ella y yo, se rompiese para siempre. La besé nuevamente en el cuello al modo de una garza que picotea pequeños peces indefensos para no morir de tristeza mientras la lluvia se llevaba todo lo que habíamos soñado para el día siguiente, día en que se haría el lanzamiento oficial de la campaña en contra de los “Crímenes de Estado”. Denunciar te hace espléndido un ratito pero eso tiene sus consecuencias. Teresa es dócil y camaleónica, hija de un impresor que desborda el mundo con sus libros inaguantables y hartos de poesía. -La verdad- no entiendo mi actitud frente a ella, por primera vez quise ser feliz riendo o corriendo a su lado y necesariamente tengo que convencerme que entre la guerra y el amor si hay diferencias sustanciales.

Teresa subió desde su trasfondo, pasó cerca, revoleteó mi cadáver y finalmente luego de un sobre vuelo espectacular, decidió hablarme de sus deseos de tener un hijo conmigo, me llevé la mano a la cabeza tratando de parecer un actor profesional e impedir de ese modo que ella tuviese el deseo de continuar llenando aquel crucigrama del amor que deben sentir los hombres por sus hijos. Afloré luego en una especie de cuchicheo existencial, un elogio a la dificultad, peor aún quise decirle que mi tentación de existir estaba muy lejos de un hombre como Cioran, aquello me permitió tomarla por los brazos al modo de un muerto que se desploma, y conseguir por un momento su atención. ¡No y no! ¿A quién se le ocurre engendrar un hijo cuando estás todo el tiempo sollozando junto a la muerte? Un testigo interior tomó la palabra para explicar el ¿por qué? de aquella actitud de Teresa, intercambié algunas notas o reportes con él, recortes de periódicos escritos por mí desde que le dije a mi madre que sería un guardián de la verdad saltaron desde un trampolín oscuro a mi memoria. La vieja me señaló que más políticos en la familia no podían militar, le mencioné entonces con algo de recelo que la cosa era por los lados del periodismo critico; aún recuerdo su rostro torcido por el descontento, nunca más se habló del tema, y hoy esa rancia imagen viene a mí desde el ineluctable infierno de los recuerdos a discutirme, yo sé que a Teresa poco le valen las explicaciones. El arte de insultar es una tarea propia de los genios. Me alejé de ella lo más que pude, cuando desperté ya no estaba.

Teresa no regresó en toda la jornada, traté de disimular la cosa con el descontento que obró el lanzamiento de la campaña en contra de los “Crímenes de Estado” con los sortilegios de políticos y defensores de la soberanía nacional, evitando a toda costa que el cabello de ella viniese a enredarme con sus bucles. No fue necesario tomar un vuelo desde las selvas colombianas para saber que estaba herido de muerte. En el hospital una enfermera me habló en un largo silencio que no comprendí, las marcas de las balas eran profundas como el ala caída de un Iceberg, un gato blanco saltó desde una pequeña ventana rasgando un rostro, imaginé mi cuerpo luego de un baño caliente, meses después el teléfono sonó, era un desconocido, le recusé de inmediato, rápidamente comprendí que yo estaba al otro lado del mundo, fraccionado, para qué despertarla. [Antes quiero aclarar que la memoria de Teresa está rota, no existe] Me envolví como un objeto de poco valor y me marché nuevamente, esta vez sin mirar atrás; no tuve fuerzas para despertarme de la infausta noticia, en la radio todos optaron por cerrar sus programas con una invocación al estilo medieval, y aquel sentimiento de felicidad y lucidez ya no fueron necesarios.

Julio de 2010.

NO CONOCEMOS METAS Y SÓLO SOMOS UN CAMINO.



De no conocemos metas 6ª
Meditación: Martin Heidegger



El sueño de Heidegger


Anoche mientras meditaba acerca de cuál sería el camino que Heidegger soñó, me vino a memoria un trozo del poema de Borges el Instante que dice: “El presente está solo. La memoria erige el tiempo. Sucesión y engaño es la rutina del reloj”. Cuál será entonces el camino a seguir, si apenas estamos en el umbral de la pregunta. “Nunca este camino era sabido de antemano sino que permanecía vacilante y cambiando por retrocesos y extravíos erróneos” [Heidegger: 343]; Heidegger erigió un camino, un sendero que lo condujo a la pregunta por el Ser, y por él mismo. Pero qué ocurre cuando el sueño es apenas una ventana, una salida, un modo de aparecer de la cosa por la cual se interroga: “Pero siempre de nuevo el buscar fue instado a una vía y forzado a creciente claridad” [Heidegger: 343].

He dicho que meditaba, Descartes también padeció en su busca, las sábanas se retuercen y apenas voy en la pregunta por el sueño que tuvo Heidegger: “Por cierto a ningún peldaño de la meditación le es dado saber lo que propiamente va ante sí” [Heidegger: 343], continuo en medio de la trocha, no es un camino todavía que pueda ser transitado o al menos indicado con una flecha. Las sombras se levantan como murciélagos huyendo de la luz, de la caverna: “Cuando los enigmas se agolpaban sin salida el sendero del campo ayudaba, pues guiaba serenamente el pie en lo sinuoso, a través de la amplitud de la sobria campiña” [1979: 1]; vuelvo los ojos y los oídos sobre los cuervos que graznan en mi cabeza, en mi camino siento el instante, el presente que abarca el todo, estoy en al angustia, en el comienzo del viaje: “ De vez en cuando el pensamiento vuelve a aquellos escritos - o hace sus propias tentativas- y retoma la huella que el sendero traza a través de los campos” [1979: 1]; el sendero se abre pero los montículos que hay en él cierran mi pensamiento.

El sol se levanta sobre el cielo, ya no estoy bajo las sábanas, ni se retuercen los demonios en mi cabeza, sino que el aire sofocoso quema la memoria, y los duendes se resisten a salir de sus hoyos oscuros, entonces el preguntar se vuelve torsión, el filósofo siente el peso, el camino se hace duro e infranqueable, todo está lleno de sendas que se bifurcan: “En 1920-1923 se reunieron todas las preguntas tocadas hasta ahora tanteando por la verdad, por las categorías, por el lenguaje, por el tiempo y la historia en el plan de una “ontología del ser ahí humano” [Heidegger: 344]; el trabajo es la tarea misma del pensar, del ir en pos de la región del ser, allí donde se ocultan los fenómenos, allá en la labor expresa del que busca, del que hundiendo su nariz como un oso hormiguero saca las mejores termitas que hay en el nido, bajo la capa del sueño se esconde la moneda que esconde el rostro del Ser. El preguntar es la puerta, es la llave que permite adentrarse más allá de lo obvio, de lo allende: “Pero ésta no era pensada como tratamiento “regional” de la pregunta por el hombre, sino como fundamentación de la pregunta por el ente como tal; al mismo tiempo como confrontación con el comienzo de la metafísica occidental entre los griegos” {Heidegger: 344]

El sueño de Heidegger está en la región del Ser, está en la pregunta por el principio, su camino ya hace parte de la pregunta, él hace la travesía que es el mismo camino y el sueño da un comienzo y él abre sus ojos como Medusa para convertirnos en piedra, en lo factico. Medito entonces sobre lo que escribió Gabriel García Marqués acerca del General en su laberinto, cuando Bolívar hace referencia a su tarea como hombre de mundo y le comenta a su ayuda “Cuando miro hacía atrás y veo mi labor como libertador me doy cuenta de que todo los que hice fue tan sólo como haber arado en el mar”, vuelvo a levantar mis manos y señala el horizonte, el punto se hace infinito, no hay partes sino círculos que se repiten hasta el limite:” La ensoñación de aquellos viajes permanecía envuelta en un brillo entonces todavía apenas visible, pero que existía sobre todas las cosas. Ojo y mano de la madre delimitaban su reino. Era como si su tácito cuidado abrigara toda esencia” [1979:2]; un sueño entonces es, la posibilidad que se tiene de estar en el mundo y volverse uno en el pensamiento: “Acaso todo pesa, únicamente no sobre los dioses el dominio” [Heidegger: 17].

Comenzar es la tarea propia del que busca, es el punto por donde se rompe el silencio que acalla a la nada. En el ojo de una aguja que silencia el tedio de la mujer que teje los ornamentos para aquel que debe salir en busca de la materia, de la sustancia, del orden está lo sencillo: “Lo sencillo conserva el enigma de lo perenne y de lo grande. Sin intermediarios y repentinamente penetra en el hombre y requiere, sin embargo, una larga maduración. Oculta su bendición en lo inaparente de lo siempre mismo. La amplitud de todas las cosas crecidas, que permanecen junto al sendero nos otorga mundo. En lo tácito de su lenguaje, Dios es recién Dios, como lo señala Meister Eckhardt, ese viejo maestro de la vida y de los libros” [1979:2]

Reconocer el camino es estar ya, de antemano frente a la pregunta, tal dimensión es lo constituyente, es un abrirse paso, un ir al encuentro, y cuando se hace la pregunta se está siendo ya uno con el Logos, con el verbo, es decir, se esta por mor de si en la unidad de aquello que aguarda por nosotros: el fenómeno: “Nunca llegamos a pensamientos. Llegan ellos a nosotros. Tal es la hora propicia al diálogo. Se alegra en la meditación común. Que no enfrenta encontrados sentires, ni tolera acuerdos renunciatorios. El pensar sigue alzándose duro entre el viento de las cosas” [1954:1]

Ahora vuelve el meditar de la pregunta, ella se interroga así misma, su talante se desarrolla, se extasía, se encarna como el rojo a la rosa roja, como el camino a los pies, y viceversa, esto que ahora hago es la facultad que se tiene cuando se interroga y se expresa mediante el habla: “La capacidad de hablar no es sólo una de las facultades del hombre, de idéntico rango que las demás. La capacidad de hablar constituye el rasgo esencial del hombre. Este rasgo distintivo contiene el esquema de su esencia.” [1990:1]; entonces: camino, habla, pensar, sendero, pregunta, sentido, método, forma, esencia son a la larga semejancias de la facultad que tiene el Ser de manifestarse y redondear la esfera del comprender, y de allí al hombre como un ser parlante y fundador por medio de la palabra. La palabra expresa y manifiesta aquello que en el principio dio forma y sentido al mundo, a las cosas, dio paso a que el ente fuera una segunda instancia donde yace y radica el Ser.

Pero este último encierra y alberga a los demás, sentencia el origen, de los fenómenos a partir de su facultad de manifestarse. Heidegger reconoce en la esfera del pensar el habla un camino, un adentrarse en la realidad, un ir a: todas las cosas. O sea: Estamos, pues, ante todo en y con el habla. Un camino hacia el habla no es necesario. Además, tal camino tampoco es posible si es cierto que ya nos hallamos allí a donde el camino debe llevar. Pero, ¿estamos allí? ¿Estamos de tal modo en el habla como para hacer la experiencia de su esencia; de pensarla como tal habla que, estando a la escucha de lo que le es más propio, lo aprehendamos? ¿Acaso moramos ya en la proximidad del habla, incluso sin nuestra cooperación? ¿O es el camino al habla en tanto que habla el más lejano que pueda pensarse? Y no solamente el más largo, sino, además, sembrado de obstáculos que provienen del habla misma, desde el momento en que sin desviar la atención, intentamos pensar puramente el habla hacia sí misma. [1990:1]

Veo correr, entonces, ahora en este preciso momento sobre la avenida una masa metálica divida en partes, piezas de un rompecabezas, son autos, son ruedas que giran sobre el asfalto, son mujeres y hombres hundiendo el acelerador, luces que caminan señalando el camino, es Heidegger pensando en la técnica quien nos interpela desde el texto, somos todos sometidos al peso de la mirada y la pregunta, ¿Qué son me pregunto? Esas manos que detienen el tráfico en señal de alerta. ¿Qué son esos ruidos que emergen del silencio de la calle?, sí, quizá estoy ya de paso a algo, tengo frente a mi la senda, ya que se aclara, un ahí me busca, no es una trocha, se amplía, se expande como el pensamiento, como el arte de esencia liberadora del camino, o sea, como lo fundante del conocimiento, es el sueño del que piensa, del que busca: “Pero el consejo alentador del camino del campo habla solamente mientras haya hombres que, nacidos en su ámbito, puedan oírlo. Ellos son siervos de su origen pero no sirvientes de maquinaciones” [1979:3].

BIBLIOGRAFIA
HEIDEGGER, M. Sendero de campo, Traducción y nota de Sobine Langenheim y Abel Posse, publicada en el matutino La Prensa el 12 de agosto de 1979.
HEIDEGGER, M. La experiencia del pensar, Traducción de José María Valverde, en: Cuadernos Hispanoamericanos (Madrid), Vol. XX, Nº 56, (Agosto de 1954) pp. 178-180.
HEIDEGGER, M. Camino al habla, Versión castellana de Yves Zimmermann, en HEIDEGGER, M., De camino al habla, Serbal, Barcelona, 1990.
HEIDEGGER, M. Meditación, Traducción de: Dina V. Picotti C, Editorial Biblos, Buenos Aires, 2006

DECÁLOGO


La importaría de la comunicación en el paleolítico y el neolítico.




Las raíces sociales del arte y de la
Literatura es lo que constituye el tema
De esta gran síntesis.


Ha existido siempre un sumo interés por parte de los historiadores e investigadores de la modernidad principalmente, en trazar un trayecto que nos permita reflexionar a cerca de los orígenes y el destino que tuvo los inicios del arte y las primeras formas sociales, y de cómo los antiguos primitivos comenzaron este largo camino que hoy nos permite hacer una aproximación tanto al paleolítico como al neolítico.

El sentido de lo artístico en el Paleolítico permite establecer la importancia y el carácter primigenio del arte como sistema de comunicación, en tanto que está impreso en un largo camino hasta nuestros días como un lenguaje propio de la época, es decir, tomado principalmente de la naturaleza y la vida rupestre. Se observa que existía un lenguaje que articulaba la cultura antigua, ya sea como forma decorativa o geométrica, la cual estaba fundamentada principalmente en factores como la familia tribal, o en las clases privilegiadas. De ahí que su valor radica en la riqueza expresiva de los primeros rasgos imitatorios como forma expresiva del medio geográfico de las primeras tribus.

El hombre del Paleolítico desarrolló todo un proceso al interior de su espacio natural con el simple hecho de observar y plasmar su actividad diaria en muros y piedras con el sólo hecho de ver su entorno: “Los pintores del Paleolítico eran capaces todavía de ver, simplemente con los ojos, matices delicados que nosotros sólo podemos descubrir con ayuda de complicados instrumentos científicos” [Hauser: 14]; este desarrollo nos permite encontrar y verificar que tan importante es para el arte estos primeros esbozos en el espíritu de la época. Nos hallamos, entonces, frente a un proceso vital donde el lenguaje de la talla en piedra por ejemplo, nos permite recordar que dicho lenguaje fundamenta la necesidad de dejar de un lado la imagen como aprehensión de la realidad, e ir más allá ahora sí, en la búsqueda de los significados de las acciones humanas.

En ese sentido las cosas del mundo se instituyen como verdad transformada, no podemos hablar de modelos o de un sistema predispuesto para el arte del paleolítico, sino como un estarse en el mundo siendo uno con él, a la vez que se imprimía un goce por lo natural propiamente dicho; allí se fundamenta la importancia del arte como lenguaje, en el hecho que permitió estructurar la imagen versus mundo, lo contrario ocurrirá en el neolítico, donde si existe un valor impreso en la reflexión de los primeros artistas surgidos de la necesidad de establecer relaciones con el mundo pre-político de la época, con valores como el mundo y la realidad, mente y cuerpo o alma y cuerpo.

La existencia como representación también significó un paso crucial e importante, pues, el hombre del Paleolítico logró establecer un vínculo entre “la representación y la cosa representada”, es decir, que su deseo de hacer una aprehensión del mundo lo impulso a reflejar la naturaleza tal como está se manifestaba ante sus ojos: “El pintor y cazador paleolítico pensaba que con la pintura-poseía, era ya la cosa misma, pues pensaba que con el retrato del objeto había adquirido poder sobre el objeto; creía que el animal de la realidad sufría la misma muerte que se ejecutaba sobre el animal retratado” [Cfr. Hauser:16], este hecho –el de la representación- marco el sentido de las primeras formas de arte.

El goce que el artista sentía al plasmar su mundo natural, constituía el transito de lo cotidiano no verbal, al aparecer de las formas naturales desde la hoja que cae hasta los cambios climáticos; de ahí que la representación como impresión de la realidad cobre un sentido importante, si se tiene en cuanta que estamos hablando de los primeros bosquejos de un arte insipiente que se convertirá con el paso del tiempo en una primera forma de impresionismo: “El artista paleolítico, que estaba interesado únicamente en la eficacia de la magia, seguramente sentiría una cierta satisfacción estética en su labor, por más que considerase la cualidad estética simplemente como medio para un fin práctico” [Hauser:18].

Es claro entonces establecer la importancia del arte como forma de expresión y de comunicación del primer hombre en la antigüedad, su valor como artista residía en el hecho de hacer de sus impresiones del mundo un hecho casual, sin buscar en ello nada trascendente o metafísico, sino que lo hacia por referencia propia con el mundo. Para el hombre del Neolítico el valor de la comunicación va siendo encaminada por la senda de lo conceptual, es decir, la representación que tuvo un primer valor en lo paleolítico, en el neolítico gana espacio en lo simbólico; por tanto el mundo se sale de su cause natural y toma un sentido como imagen. De allí que la idea como medio y forma tenga un trasfondo mucho más rico en imágenes y conceptos.

Por tanto pasamos de un naturalismo simple a un animismo que maneja de base y fondo una especie de dualidad donde los conceptos de la realidad cobran un sentido más estricto respecto a la pintura, por ejemplo: “El animismo divide el mundo en una realidad y una supra realidad, en un mundo fenoménico visible y un mundo espiritual invisible, en un cuerpo mortal y un alma inmortal” [Hauser: 24].

El arte, entonces, como expresión de un medio natural se transforma con el tiempo en pilar del arte como obra, es decir, que en el neolítico la experiencia deja sobresalir un mundo que palpita bajo la piel del hombre que busca descifrar los códigos secretos de la naturaleza. Esta tarea reflexiva nos permite articular el sentido de lo artístico como asiento comunicante, como un sistema aún rupestre, pero el cual sí tiene y cuenta, con una carga de sentido y direccionado hacía el pensamiento y éste (el pensamiento) como referente artístico y simbólico a su vez como lenguaje de las razas primitivas, en el cual ellas nos cuentan como eran y como vivían en la antigüedad, por eso podemos decir que gracias a esta propiedad del arte (el trasmitirnos cosas y elementos de la antigüedad) se puede hablar hoy de comunicación y lenguaje en cualquiera de sus forma en la esfera social.

Cuando aprendemos a comunicar, ya sea por medio del habla, el símbolo, el signo o la imagen el horizonte de la vida se abre y nos permite comprender lo importante que fue este periodo como piedra angular en la evolución del arte y la literatura hasta nuestros días. Este dualismo de la razón y la praxis permitió franquear lo desconocido del mundo antiguo, gracias a la pintura, a los símbolos, y los signos por ejemplo: podemos hoy entender parte de un pasado oculto dejado por los antiguos primitivos. Gracias a esa memoria podemos hoy comprender mejor la historia primitiva, esto es lo importante y fundamental en nuestro estudio actual del Paleolítico y el Neolítico.

La experiencia del hombre frente al arte se logra reconocer cuando bajo el influjo de la magia y la sensualidad que el exterior le expresa logra dejar huella en el tiempo. El arte primitivo tuvo esa facultad de expresar libre y espontáneamente el curso de la historia en el inicio de un camino que nunca acabamos de recorrer. Por ello, el arte como expresión natural, simbólica y artística representa para todo aquel que se detiene frente al pasado, una sombra bajo la cual hombres y mujeres empezaron a tejer el mundo antiguo de la realidad: social, política, religiosa y cultural. El hombre de las primeras edades logró conceptuar bajo sus propias abstracciones la naturaleza en primera instancia y luego el mundo como imaginario social. Fue allí donde el señor Hauser logró descifrar los primeros códigos cifrados de un mundo abarrotado de señales y símbolos bajo los cuales despertamos al alba de las primeras civilizaciones.

BIBLIOGRAFIA
HAUSER, Arnold, Historia social de la literatura y el arte: desde la Prehistoria hasta el Barroco. Ed. Debate. 1998.

domingo, 3 de octubre de 2010

TEXTO LEIDO EN SEMINARIO SOBRE VIRGINIA WOOLF


Un momento con Virginia
Es bien sabido que para leer, que sé yo, por ejemplo un libro como en Busca del tiempo perdido de Marcel Proust, es necesario poseer cierta lógica, lógica desde luego que sólo uno puede descubrir yendo al alma del mismo libro, y eso desde luego nos remite a cierta destreza, frente a cómo el autor nos va llevando de la mano, en su laberinto de imágenes, de formas, de voces que acallan al autor, y simplemente emerge del libro todo aquello que es capaz de comunicar la profundidad que finalmente se conjuga con el acto de la escritura. Para Virginia Woolf, y para hacer explicito el tema que nos ocupa esta tarde, de ¿cómo hay que leer un libro?, ensayo que por demás es un acto de escritura, de voz que nos recuerda paisajes que posiblemente ella estaba viendo en el momento en que lo escribía, nos permite para esta ocasión hacer un acercamiento viendo, lo que para ella significa, y lo que hay que tener en cuenta, a la hora de plantarse frente a un anaquel apestado de libros y asumir en rigor la tarea que lleva al lector a hacerse participe de un viaje que muy seguramente le permitirá, a ese lector anónimo, y a nosotros también adentrarnos en el fiel bosque de espesuras que en toda naturaleza existente: ya sea en un libro de narrativa, poesía, Novela, o de historia.
Hay dos momentos en el ensayo de Virginia a los cuales quiero referir en concreto, sin olvidar por supuesto un principio enorme y muy importante para la autora; me refiero a que no “sigamos concejo alguno, que sólo sigamos nuestros propios instintos”[1] a la hora de tomar la decisión de hacer una lectura juiciosa. Empecemos analizado lo que para ella significa y tiene además en principio, o sea el de abrir nuestra mente, el de hacer un ejercicio que por ser bello, conlleva a que ese lector dispuesto para leer tenga en sus manos la posibilidad de comprender, de interrogarse si es posible, pero sobre todo el de caer al torrente de imágenes que necesariamente nos tienen que conducir a percibir las impresiones que el autor nos regala por medio de su libro. Dejarse zarandear como dice la autora, “ser arrancado de un terreno”, ser puesto por demás en la espesura de esa posibilidad que encierra todo libro, tiene que ser a mi modo de ver, el primer principio que mueva al lector para que haciendo uso de la imaginación, de los recuerdos, como lo hace Proust, se vaya sumergiendo poco a poco en el lenguaje, en el universo, que todo autor utiliza para describir por medio de imágenes y momentos existentes, ya sean reales o imaginados, los lugares por ejemplo, donde él crea y concibe la obra.
Para Virginia la tarea del lector además ser una travesía solitaria, compleja y difícil de hacer, pues se está expuesto a que el leyente termine extraviándose, es un ejercicio que sólo el lector descubre en la intimidad de la iniciativa misma de leer, es decir, que para estar uno frente a ese primer momento, el cual consiste como decíamos en abrirse paso, en el “caudal de impresiones” que va proponiendo el autor, en abrir por así decirlo la memoria o la mente, está el hecho mismo de la posibilidad que se tiene de escoger, de participar de la lectura siendo artífice, creador, renovador, con el autor recreando de nuevo ese mundo que yacía dormido, en libros de toda clase que hay en una biblioteca como los que ella describe en el texto, el lector deja su propio espacio, para ir en pos de otros que en tanto que nuevos, permiten hacer esa solidificación como dice la autora, en donde nuestra realidad se conjuga con el despertar de cierta conciencia, que anima al lector a tomar partido en la construcción de una realidad que a penas uno retorna de esa dimensión escrita nos afecta y nosotros, al ser afectados, cambiado de algún modo el mundo que nos contiene hacemos posible el acto lectura escritura, acción que separa al hombre del resto de los animales.
Al leer un libro tenemos de antemano la posibilidad de continuar sin que pase nada, sin que nos afecte en lo más mínimo, pero para Virginia ese espacio vacío que supondría que un lector desprevenido diga que tal lectura, no le afecto en lo más mínimo, no existe, pues dice ella: “De repente sin que lo queramos, ya que esta es la manera en que la naturaleza lleva a cabo semejante transiciones, el libro regresará a nosotros, aunque en forma diferente. Flotará hasta la parte más alta de la mente, formando un todo”. Hasta aquí vemos con cierta claridad ese primer momento que para virginia representa el arte de leer, como todo arte, el artista, o sea, el lector tiene un mundo nuevo por descubrir, de recorrer de sentir, de recrear, de continuar de alguna manera, de hacerlo explotar en la conciencia y finalmente en comprenderlo, en hacerlo suyo nuevamente y finalmente llevarlo consigo a donde siempre vaya ese lector consagrado o no a la lectura.
Para Virginia el autor tiene tras de si una realidad a la cual le toca acercarse, y hacerle una aprehensión por medio de los personajes que animan cualquier historia digamos en el caso del cuento de La cortina de la niñera Lugton, siente uno que está en algún lugar de Inglaterra, en un caserío de mil ochocientos o principios del novecientos, en un bosque plagado de animales salvajes, porque un personaje como la niñera Lugton los tiene preso, como resultado de una espacie de subrealismo en una cortina que cuelga de sus piernas cuando ella duerme. Siente uno la cadencia de la historia y eso es lo que según virginia todo autor debe lograrse en definitiva como lector por así decirlo desprevenido, pues como decíamos para ella no hay reglas para leer.
El otro momento al cual quiero referirme y que es fundamental: se trata de ese espacio, ese otro instante final que uno como lector va entendiendo también, en el caso que nos ocupa hoy, digo que Virginia le da un tratamiento tan complejo y difícil como el primero, decíamos que ese primer estadio se completa cuando hemos abierto nuestra mente y nuestros sentidos al libro, al autor, a los personajes, a los lugares que vuelven a tener vida gracias al lector, como diría Borges, no menos atroz que el arte de “juzgar y comparar”; para la autora juzgar y comparar, tiene el doble sacrificio de tomar como bueno o como malo cierto libro, -para ella-, ahí radica la complejidad, porque lo que para mí puede ser de total agrado, o de total fantasía, para otro puede que no represente ninguno de los dos estadios anteriores y se termine sacrificando a las fabulas de La Fountine como fofas y a-históricas, -para citar un ejemplo- porque ya los griegos hicieron ese mismo ejercicio. Precisamente allí radica la complejidad, porque el autor logra recrear de nuevo [caso La Fountine] su mundo gracias a la posibilidad que le brinda el arte de juzgar y comparar, pero él no se queda como un lector más, sino que pasado un tiempo histórico se articula de nuevo, por ejemplo él critica y escribe su cultura política de su entonces, a través de la fabula.
Para Virginia es de suma importancia el gusto por la lectura, “nuestro gusto” dice ella, nervio que además se articula y se fundamenta en la rigurosidad que se debe tener y se tiene frente al acto mismo de hacer una lectura desprevenida en un primer momento; decíamos A la busca del tiempo perdido (Proust), a modo de ejemplo. En tal sentido uno llega a ese segundo momento con otro sentido, se trata de un sentido práctico que cuando comparamos, hallamos cualidades que determinados libros nos obsequian y de allí nace entonces nuestro gusto. Y sí a mí por ejemplo, me preguntaran, cuál es ese género que más te gusta, yo tendría irremediablemente que decir: que todo aquello que contenga el generoso tiempo como sustento en una obra literaria, son indudablemente de mis lecturas preferidas. Juzgamiento y comparación, unido todo a una compresión de autor/lector, junto a aquello que nos tome por sorpresa, lo podemos constituir como el arte de la lectura. Debemos equiparar además el hecho que la lectura misma, y los autores mismos nos van permitiendo desarrollar, hasta que logramos hacer una comprensión, casi total, honesta y sin el despropósito, como decía la autora que tienen a veces los periodistas, o los resúmenes de página que se hacen en alguna revista o periódico, de dar la ultima palabra sobre una obra, una sentencia que mal podría negar la posibilidad a otros de conocerla.
Leer es ante todo un servirse de las imágenes, de los recursos que la naturaleza nos ofrece y que de alguna manera, por extraño que parezca, se convierten en vivas cuando el lector las hace suyas [me refiero a la novela] ya sea en la conciencia o en la mente, y no sé, se me ocurre también cuando son llevadas, al cine, o al teatro e inclusos a la música. En el caso de la poesía y en otras como la narrativa, el autor desconoce finalmente que impresiones puede que ocurran en la mente de cualquiera que lea su obra. Ese abismo, lo tenemos que salvar y lo salvamos sólo, eso lo da a entender Virginia, cuando se logran hacer obras maestras que perduran en el tiempo, y se hacen grandiosas en la medida en que podemos despertar de nuestro sueño, sabiendo que estamos todos aquí presentes, en nuestras realidades y contingencias asumiendo nuestro rol de lectores primarios de cualquier obra, y razonar o comprender como lo hace explicito Gadamer en su libro Mis años de Aprendizaje, “que nuestra única labor como lectores, es la de dejar llevarnos de la mano por nuestro maestros, aquellos que yacen en medio de tantos libros que muy seguramente desconocemos, y que en algún momento de nuestra vida tocaremos a sus puertas para que nos dejen entrar y habitar con ellos en su realidad”, ya pasada y actualizada por todos nosotros hoy aquí al recordarlos de un modo u otro: Virginia, Proust, Borges, Fontaine o nuestro querido Gabito…



[1] La torre inclinada y otro ensayos, Traducción de Andrés Bosch, 1980. pág 47.