domingo, 11 de septiembre de 2016

EL ENEMIGO SOY YO




El tiempo hace lo suyo, le escuche decir en días pasado a una vieja amiga, de esas que ya no existen y si existen ya no se acuerdan prácticamente de nada. Habló de todo un poco, las arrugas en su rostro dejaban ver el sol, el miedo y el hambre. No hubo tiempo para risas, entonces comprendí que estaba lejos de las ciudades urbanizadas, asfaltadas y hechas a la medida de las cárceles del progreso y la fortuna que se escapa por los aires violentos de sus calles y avenidas. Entendí que la guerra es un medio, un fin en sí mismo para quienes gustan de contar los muertos en los noticieros y hacer epígrafes rimbombantes en las paredes digitales, en las murallas invisibles de las redes sociales.

Los humanos en Colombia hemos perdido la altura de nuestros actos, nuestras palabras se escuchan huecas, hemos sofocados las angustias en las mentiras ordenadas por capítulos en los libros de historia, hemos pasado de ser actores a ser víctimas de quienes organizan a diario una lista interminable de desfachateces ideológicas; sabemos que la tierra está herida, nuestros corazones están destrozados, el mundo tiene hambre de amor, de honestidad, de Shalom, de alegría, de risas sinceras, de abrazos entre quienes se odian y buscan la forma de acallar a esos demonios que nos impiden escucharnos, por ello pienso que hace falta sentirnos hijos de una misma madre, hermanos de un mismo árbol, remeros de un mismo barco llamado Colombia.

Creo que todos somos capaces de comprender en lo más profundo de nuestra conciencia que el perdón es posible, que amar a nuestros enemigos es la roca donde el cristianismo se forjó como doctrina de la reconciliación. No se trata de un perdón político, tampoco se trata de que tengamos que amar al Otro producto de un significado religioso, se trata de entender a los Otros en la dimensión del saber, de comprender nuestras debilidades y fortalezas, de entender que este mundo puede llegar a ser el reflejo de la música oculta que hay en nuestros espíritus.

No entiendo entonces, me decía un estudiante, si todos dicen creer en Jesús el Cristo, el hombre, el Dios del perdón, no concibo cómo el sábado o el domingo la gente se reúne en sus templos a clamar gozos de “paz”, y alzan sus manos hacia Dios en comunión con todos: católicos, cristianos, testigo de esto o testigos de lo otro, en fin… sería un sinfín renombrar a todas las congregaciones religiosas que creen en cristo y lo buscan. Pero el lunes muy de mañana, esos mismos cristianos, corren a sacar de sus entrañas toda suerte de maldiciones en contra de su prójimo: ¡que locura! 

La guerra o la paz, pregonan unos mientras los otros aguardan en silencio, entretanto en una esquina del mundo vociferaba un joven quiero que haya guerra, quiero que nos matemos todos; sus ojos estaban cargados de maldad, pero era la maldad del ignorante, era la rabia del estúpido, del incapaz de reflexionar, era yo mismo escuchándome en silencio, éramos todos esperando la muerte de una forma cruenta; eran los del Sí y los del No, por ello me decidí a escribir este pequeño texto, con el único propósito de escucharme a mí mismo decir, que si es posible el perdón, el reencuentro, EL ENEMIGO SOY YO del soldado, del guerrillero. 

Estamos en medio de una obra de teatro donde todos dicen lo que quieren decir, pero solitario, en una esquina el niño de la parábola sabe la verdad de todas las cosas, luego entonces, debemos seguir al niño que existe en nuestro interior, seguirlo a todas partes hasta que por fin él sepa que estamos dispuestos a perdonarnos, e irnos con el viento a donde fondean los barcos que traen consigo a los poetas de la liberad…

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