Una tentativa a propósito de Nietzsche: sobre el
porvenir de las instituciones educativas.
…
Primera parte
porvenir de las instituciones educativas.
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Primera parte
Nuestro tiempo encierra cierto demonio secular, rabioso, o si se quiere doblegador de instintos, un itinerario de recetas, para el más apetitoso banquete de estadistas y confrontadores de la verdad, se abanican en la esfera de lo político en la actualidad nacional producto del traspaso del poder de una casta, violenta, a otra menos atroz todavía. Elementos que bien valen la pena intentar una vez más mascullar, o, arrojarse sobre ellos con el ímpetu de un desadaptado que busca librarse de un embrujo, o de un endemoniado que nos persigue babeante y enfurecido, presa quizás de algún mal común a todos los que lo eligieron, en su impronta como gobernante. En sus cinco conferencias sobre: El Porvenir de Nuestras Instituciones Educativas, el maestro Nietzsche, nos expone en su primera conferencia una serie de cuestionamientos de los cuales me serviré para el siguiente texto. No sin antes aclarar que la cuestión además de ser variopinta, en tanto que la cultura y la educación, son utilizadas como estandartes, y dilemas constitucionales a ultranza de la fe ciega en la resolución de nuestro mal mayor, a saber la falta de carácter y fundamento de nuestros jóvenes, me veo entonces, en la penosa tarea de acometer este primer ensayo, con el único propósito de engarzar la política y la educación, los cuales son los distractores que el nuevo gobierno en Colombia (2010-2014), agita (este último) dentro de un frasco repleto de pócimas, todas ellas fruto de la iteración de los remedios caseros e institucionales de los organismos multilaterales de la banca y la empresa privada, nos agitamos todos allí dentro de esa urna trasparente, -a caso-, como fragmentos, o, átomos de un interés generacional, o de ciertos grupos específicos para que por fin logramos avances significativos, eficientes en el desarrollo económico y de la cultural.
Pareciese que nuestro entorno está cargado de cierto tufillo ideológico, para no decir, que mal humorado, pues, nos conducen a cierto desfiladero cargando sobre nuestras espaldas un número significativo de errores, de malhechores en que otros tiempos nos condujeron, a cierta confrontación armada que hoy nos tiene sumergido en la fea historia que nos ha tocado vivir. Adicional a eso nuestras espaldas tienen por el paso del tiempo rota todas las ligaduras con cualquier porvenir, con cualquier forma diferente de encaminarse a un futuro prometedor y nuestro, donde el solitario pueda gritar en todas la esquinas cualquier sentencia nueva que no sea tomada como aniquilamiento de la verdad, es puro resultado de un tartamudismo colonial. El joven actual (dócil criatura de escuelas y colegios) empuña las armas bajo cualquier pretexto, acecha bajo las sombras, -la ley lo cobija-, y se presta a morir como un animal rabioso mientras el resto de la sociedad, se castiga frente a sus televisores, y por su incapacidad de infligir dolor, a cambio lo recibe con paciencia castigando además con la muerte a su semejante. Y como energúmeno el solitario gritaría: “¡Vosotros menos que nadie tenéis derecho a hacerlo, jóvenes estudiantes! ¡Abajo las pistolas! Calmaos, reconciliaos, daos la mano. ¡Cómo! Vais a ser la sal de la tierra, la inteligencia del futuro, la semilla de nuestras esperanzas, ¿y ni siquiera sabéis liberaros de ese insensato catecismo del honor, ni de sus reglas, dictadas por el derecho del más fuerte?”. Así mismo, nos vemos lanzados como torpedos furibundos creando toda una cascada infernal digna de todos los portentos en contra de la mal llamada: cultura de la violencia.
La historia típica de nuestro continente nos azota, nos empuja en su manantial de sospechas. Las bocas se abren de par en par, los gritos agudos de la razón ensordecen al transeúnte belicoso que cierra filas en torno a la libertad y la democracia. Los animales empujan con más fuerza hacia el abismo todo cuanto poseen antes que el juicio final llegue. Las doctrinas y los desencadenamientos aglutinan las plazas de pueblos y ciudades, los jóvenes cuyos silenciamientos estrujan sus gargantas se aprestan a gritar consignas que ellos no entienden, al compas de los agitadores que mueven los oxidados rodillos,y sobre estos la maquina del Estado afila sus cuchillos, cercenando con sus agudas dagas los pechos indefensos que cual corderos babeantes y rabiosos, nutren las aulas donde reciben por efecto de la estática mediática, la educación que los hará por fin hombres libres y, actos para la labores del campo industrial y tecnológico. De la vieja tradición por los antiguos, no existe ningún atisbo: al menos llameante o incinerador de cadáveres. Por la cabeza de los nuevos forjadores de almas y pensamientos no se cruza el desmedido deseo de ser solitarios. Altisonancia que sucumbe frente al improperio de la razonabilidad de la razón y el atrevimiento del que hace un llamado a la unidad, a la cultura de la educación bajo la mascara del progreso: “vuestro cerebro no está hecho para trabajar en un campo en el que las condiciones indispensables que se requieren son una enérgica capacidad de juicio que pueda romper con facilidad los lazos del prejuicio, y un intelecto orientado rectamente, que esté en condiciones de separar con claridad lo verdadero de lo falso, aun cuando el elemento distintivo esté profundamente oculto, y no ya, como ocurre ahora, al alcance de la mano”.
Nuestros jóvenes se arrastran, agitan sus extremidades en procura de un pecho que los extasíe, que los aleje del peligro que representa la falta de cultura, nuestra modernidad los engulle como a peces de acuario. El brillo de la soledad no asoma en sus espíritus maleables y difusos. Bestias recién hechas para la carnicería de las maquinas. El Estado los envuelve, los fusila en las cavernas, donde cuyos ojos no sobresalen del lago profundo de la pobreza extrema en que viven. El ideal de progreso arrincona al menos al temerario que pistola en mano irrumpe en las postrimería de una Universidad por ejemplo, asesinando, lo menos que lo confronta, y fundiendo bajo el velo de la impunidad cualquier sospecha de ideal de la razón, martillando sobre el yunque de la violencia el resultado de que nuestros jóvenes son el futuro, el maestro muere, y la opinión pública se dedica a empollar los huevos podridos de la indiferencia. A caso el porvenir de nuestros jóvenes, resida precisamente en la incapacidad de procrear: gérmenes nuevos, animales hecho para la caza, o peor aún lubricantes de la gran industria tercermundista.
Dos mundos nos separan, por un lado se encuentra el maestro de escuela, y en el otro el profesor de universidad. Ambos, piezas de un mismo molde que luchan y se fragmentan en vez de solidificarse. Y sin embargo caemos en la tentativa de: “La explotación casi sistemática de esos años por parte del Estado, que quiere formar lo antes posible a empleados útiles, y asegurarse de su docilidad incondicional, con exámenes sobremanera duros, todo esto había permanecido alejado mil millas de nuestra formación”. Pareciera que no existe una salida al meollo de la tarea de nuestras instituciones educativas, que fabrican embriones para la salud de los cuerpos económicos que se robustecen; mientras el cadáver humano se restriega contra la fosa del esclavo que rebuzna desde sus establos por más carga que llevar hasta el abismo de la globalización y tecnificación de sus parcelas. El período que se abre ante nuestros ojos, lleva dentro de sí, el mal de la ceguera, y las supersticiones religiosas de un nuevo amanecer, así que el gobernante empuña la espada de la libertad; al tiempo que se zambulle con traje y todo en el pantano de la unidad para que algunos incapaces se meen en las columnas de la historia política de nuestro país, y otros gorgojean sobre los ataúdes de los infames un sudor y lagrimas que en nada enaltecen el vigor de la conciencia. Juntando de esta manera un porvenir de la cultura y el desarrollo de nuestros jóvenes, mientras: “El verdadero secreto de la cultura debe encontrarse en eso, en el hecho de que innumerables hombres aspiran a la cultura y trabajan con vistas a la cultura, aparentemente para sí, pero en realidad sólo para hacer posibles a algunos pocos individuos”.
Nietzsche nos recuerda que existen dos tipos de corriente en el torrente de los que creen advertir algún tipo de criterio frente a la formación, ya en su tiempo dos tendencias de formación se abalanzaban sobre el cráneo del mundo desde las escuelas y universidades: a) las que amplían y difunden la cultura, o la formación del carácter y b) las que restringen o debilitan dicha cultura. En el caso nuestro, cabe decirlo sin sonrojamientos, que ninguna de las dos ha dado fruto en nuestro territorio, lo único que ha existido ha sido un estrangulamiento colectivo de nuestra naturaleza interior. Y lo que si ha existido es el refinamiento de una maquina para la acuñación de fichas.
Pareciese que nuestro entorno está cargado de cierto tufillo ideológico, para no decir, que mal humorado, pues, nos conducen a cierto desfiladero cargando sobre nuestras espaldas un número significativo de errores, de malhechores en que otros tiempos nos condujeron, a cierta confrontación armada que hoy nos tiene sumergido en la fea historia que nos ha tocado vivir. Adicional a eso nuestras espaldas tienen por el paso del tiempo rota todas las ligaduras con cualquier porvenir, con cualquier forma diferente de encaminarse a un futuro prometedor y nuestro, donde el solitario pueda gritar en todas la esquinas cualquier sentencia nueva que no sea tomada como aniquilamiento de la verdad, es puro resultado de un tartamudismo colonial. El joven actual (dócil criatura de escuelas y colegios) empuña las armas bajo cualquier pretexto, acecha bajo las sombras, -la ley lo cobija-, y se presta a morir como un animal rabioso mientras el resto de la sociedad, se castiga frente a sus televisores, y por su incapacidad de infligir dolor, a cambio lo recibe con paciencia castigando además con la muerte a su semejante. Y como energúmeno el solitario gritaría: “¡Vosotros menos que nadie tenéis derecho a hacerlo, jóvenes estudiantes! ¡Abajo las pistolas! Calmaos, reconciliaos, daos la mano. ¡Cómo! Vais a ser la sal de la tierra, la inteligencia del futuro, la semilla de nuestras esperanzas, ¿y ni siquiera sabéis liberaros de ese insensato catecismo del honor, ni de sus reglas, dictadas por el derecho del más fuerte?”. Así mismo, nos vemos lanzados como torpedos furibundos creando toda una cascada infernal digna de todos los portentos en contra de la mal llamada: cultura de la violencia.
La historia típica de nuestro continente nos azota, nos empuja en su manantial de sospechas. Las bocas se abren de par en par, los gritos agudos de la razón ensordecen al transeúnte belicoso que cierra filas en torno a la libertad y la democracia. Los animales empujan con más fuerza hacia el abismo todo cuanto poseen antes que el juicio final llegue. Las doctrinas y los desencadenamientos aglutinan las plazas de pueblos y ciudades, los jóvenes cuyos silenciamientos estrujan sus gargantas se aprestan a gritar consignas que ellos no entienden, al compas de los agitadores que mueven los oxidados rodillos,y sobre estos la maquina del Estado afila sus cuchillos, cercenando con sus agudas dagas los pechos indefensos que cual corderos babeantes y rabiosos, nutren las aulas donde reciben por efecto de la estática mediática, la educación que los hará por fin hombres libres y, actos para la labores del campo industrial y tecnológico. De la vieja tradición por los antiguos, no existe ningún atisbo: al menos llameante o incinerador de cadáveres. Por la cabeza de los nuevos forjadores de almas y pensamientos no se cruza el desmedido deseo de ser solitarios. Altisonancia que sucumbe frente al improperio de la razonabilidad de la razón y el atrevimiento del que hace un llamado a la unidad, a la cultura de la educación bajo la mascara del progreso: “vuestro cerebro no está hecho para trabajar en un campo en el que las condiciones indispensables que se requieren son una enérgica capacidad de juicio que pueda romper con facilidad los lazos del prejuicio, y un intelecto orientado rectamente, que esté en condiciones de separar con claridad lo verdadero de lo falso, aun cuando el elemento distintivo esté profundamente oculto, y no ya, como ocurre ahora, al alcance de la mano”.
Nuestros jóvenes se arrastran, agitan sus extremidades en procura de un pecho que los extasíe, que los aleje del peligro que representa la falta de cultura, nuestra modernidad los engulle como a peces de acuario. El brillo de la soledad no asoma en sus espíritus maleables y difusos. Bestias recién hechas para la carnicería de las maquinas. El Estado los envuelve, los fusila en las cavernas, donde cuyos ojos no sobresalen del lago profundo de la pobreza extrema en que viven. El ideal de progreso arrincona al menos al temerario que pistola en mano irrumpe en las postrimería de una Universidad por ejemplo, asesinando, lo menos que lo confronta, y fundiendo bajo el velo de la impunidad cualquier sospecha de ideal de la razón, martillando sobre el yunque de la violencia el resultado de que nuestros jóvenes son el futuro, el maestro muere, y la opinión pública se dedica a empollar los huevos podridos de la indiferencia. A caso el porvenir de nuestros jóvenes, resida precisamente en la incapacidad de procrear: gérmenes nuevos, animales hecho para la caza, o peor aún lubricantes de la gran industria tercermundista.
Dos mundos nos separan, por un lado se encuentra el maestro de escuela, y en el otro el profesor de universidad. Ambos, piezas de un mismo molde que luchan y se fragmentan en vez de solidificarse. Y sin embargo caemos en la tentativa de: “La explotación casi sistemática de esos años por parte del Estado, que quiere formar lo antes posible a empleados útiles, y asegurarse de su docilidad incondicional, con exámenes sobremanera duros, todo esto había permanecido alejado mil millas de nuestra formación”. Pareciera que no existe una salida al meollo de la tarea de nuestras instituciones educativas, que fabrican embriones para la salud de los cuerpos económicos que se robustecen; mientras el cadáver humano se restriega contra la fosa del esclavo que rebuzna desde sus establos por más carga que llevar hasta el abismo de la globalización y tecnificación de sus parcelas. El período que se abre ante nuestros ojos, lleva dentro de sí, el mal de la ceguera, y las supersticiones religiosas de un nuevo amanecer, así que el gobernante empuña la espada de la libertad; al tiempo que se zambulle con traje y todo en el pantano de la unidad para que algunos incapaces se meen en las columnas de la historia política de nuestro país, y otros gorgojean sobre los ataúdes de los infames un sudor y lagrimas que en nada enaltecen el vigor de la conciencia. Juntando de esta manera un porvenir de la cultura y el desarrollo de nuestros jóvenes, mientras: “El verdadero secreto de la cultura debe encontrarse en eso, en el hecho de que innumerables hombres aspiran a la cultura y trabajan con vistas a la cultura, aparentemente para sí, pero en realidad sólo para hacer posibles a algunos pocos individuos”.
Nietzsche nos recuerda que existen dos tipos de corriente en el torrente de los que creen advertir algún tipo de criterio frente a la formación, ya en su tiempo dos tendencias de formación se abalanzaban sobre el cráneo del mundo desde las escuelas y universidades: a) las que amplían y difunden la cultura, o la formación del carácter y b) las que restringen o debilitan dicha cultura. En el caso nuestro, cabe decirlo sin sonrojamientos, que ninguna de las dos ha dado fruto en nuestro territorio, lo único que ha existido ha sido un estrangulamiento colectivo de nuestra naturaleza interior. Y lo que si ha existido es el refinamiento de una maquina para la acuñación de fichas.
Por eso, el auténtico problema de la cultura consistiría en educar a cuantos más hombres posibles, en el sentido en que se llama a una moneda. Cuantos más numerosos sean dichos hombres corrientes, tanto más feliz será un pueblo. Y el fin de las escuelas modernas deberá ser precisamente ése: hacer progresar a cada individuo en la medida en que su naturaleza le permite llegar a ser “corriente”, desarrollar a todos los individuos de tal modo, que a partir de su cantidad de conocimiento y de saber obtengan la mayor cantidad posible de felicidad y de ganancia.
Así nuestro jóvenes, cojean al tiempo que lo hacen nuestros detractores, nuestros colegas de viaje, los más viejos por supuesto son los más apetecidos para ser triturados a ojos de todo el mundo como un señalamiento de que las altanerías no te permitirán del gozo de una vejez más plena, y llena de remordimientos por haber levantado el brazo junto con la mano contra el amo que te da de comer y beber, así sea en las peores circunstancias: “Todo el mundo deberá estar en condiciones de valorarse con precisión a sí mismo, deberá saber cuánto puede pretender de la vida. La “alianza” entre inteligencia y posesión, apoyada en esas ideas, se presenta incluso como una exigencia moral. Según esta perspectiva, está mal vista una cultura que produzca solitarios, que coloque sus fines más allá del dinero y de la ganancia, que consuma mucho tiempo”. Esperpento este que la inutilidad del sistema productivo rechaza a cada instante que sus corderitos son conducidos al matadero sin no haber sido molidos a palos en las oficinas de empleados o en los sistemas de producción de la industria o el aparato militar.
Todo aquello que lleve inmerso en sus venas algún impulso vital, es necesario acribillarlo en beneficio de la moral y la cultura que se pretende. Las bestias continúan camino al abismo, en sus lomos se perciben los fuetazos que los caracteriza como los insalvables resentidos que finalmente acceden a los grandes propósitos de la ingeniería estatal, amasijo social que fortifica la moral y la colectividad del que se esfuerza por cumplir con su tarea en el edificio de la nacionalidad o el patriotismo, y se desecha a todo aquello que ponga en riesgo dicha empresa, hombre más alejados de todos: “A las tendencias culturales de esa naturaleza se las suele descartar y clasificar como, . A partir de la moral aquí triunfante, se necesita indudablemente algo opuesto, es decir, una cultura rápida, que capacite a los individuos deprisa para ganar dinero, y, aun así, suficientemente fundamentada para que puedan llegar a ser individuos que ganen muchísimo dinero”. En nuestro caso, y para aclararlo de una vez, la cultura nuestra reside en el fortalecimiento de la semilla del resentimiento colectivo y global, una especie de bellaquería se escurre de nuestros labios, y nuestros ojos enfermizos se soslayan a cada instante buscando en nuestro interior un animal que agazapado, se estremece en nuestro interior, rasgando como si nada toda naturaleza artística, lo cual nos convierte en bestias enfermizas que ladran a la luna, por hallarse aquella tan distante de nosotros, y que con su único ojo sea capaz de acaparar nuestra atención, sin al menos tener un contacto cercano con los de aquí. De ese modo el constructo del Estado se amplia bajo el horizonte de la verdad, y la razón de nuestro ser: "Por otro lado, a veces ocurre que un Estado, con el fin de asegurar su existencia, procura extender lo más posible la cultura, ya que sabe que todavía es lo bastante fuerte para poder someter bajo su yugo incluso a una cultura desencadenada del modo más violento, y ve confirmado eso en el hecho de que, en definitiva, la cultura más extensa de sus empleados o de sus ejércitos acaba siempre en ventaja para el propio Estado, en su competencia con los otros Estados".
Nuestra naturaleza invoca una nueva manera de encarar la cultura, la vieja receta del unionismo, afila sus colmillos, expone sus garras para que el árbol del progreso nos acoja bajo sus sombras, nos apaciente, nos libre del brillo incandescente de la intemperie y permita que sus borregos disfruten del buen pasto fresco, signo indiscutible de que estamos jodidos. La tarea consiste además en formar hombres gelatinosos, embriones de pulpos que sean capaces de las labores más dispares. Talladores de piezas, especialistas que destaquen en sus trabajos de manufactura y desarrollo específico. Dignos ejemplares de una maquina reproductora de manteles donde se puedan servir toda clase de viandas sin que se manchen: “Así, pues, dicho estudioso, exclusivamente especialista, es semejante al obrero de una fábrica, que durante toda su vida no hace otra cosa que determinado tornillo y determinado mango, para determinado utensilio o para determinada máquina, en lo que indudablemente llegará a tener increíble maestría”. La aurora se abre, el presente está despierto, los jóvenes están deseosos de empujar la carroza al desfiladero. Pero adolecemos de solitarios. Y los que existen están muy viejos. Achacosos, han aligerados sus cargas para poder escapar en caso que la tronera del mundo los espante. Y nuestros maestros han cambiado el látigo por el abanico. Han decidido retozar mientras una tormenta decidida nos inflige dolor y lastima: “Piense en lo inútil que debe resultar hoy el trabajo más asiduo de un profesor, que por ejemplo desee conducir a un escolar hasta el mundo griego -difícil de alcanzar e infinitamente lejano- por considerarlo como la auténtica patria de la cultura: todo eso será verdaderamente inútil, cuando el mismo escolar una hora después coja un periódico o una novela de moda, o uno de esos libros cultos cuyo estilo lleva ya en sí el desagradable blasón de la barbarie cultural actual”. Dignos espectros de un humanismo que se cierra tras nuestros pasos, y se abre apenas se encienden las maquinas de la verdad. Telaraña que fabrica espectros y erige idiotas útiles, mientras en las calles las palomas se cagan y nadie las escucha.
Gran parte de lo anterior es en efecto el fundamento por donde transitan los vellocinos de cartón, lugar común donde el remolino y las destrezas del tecnócrata empujan a nuestros jovenzuelos al lagar donde sus patitas una vez enterradas imposibilitan cualquier acto de malabarismo conceptual. Cucarrones lechosos que serpentean los maderos podridos donde Cristo fue crucificado. Retablo para ignorantes los acertijos del buen gobierno y latifundismo perfecto para los adoradores de la naturaleza acostumbrados al rasguño, al robo, a las acechanzas por medio del arco y la flecha, nos venden ellos como la solución final. De allí como dice Lacan, “… que no es natural para el hombre soportar él solo el peso del más alto de los significantes. Y el lugar viene a ocupar si se reviste con él puede ser apropiado también para convertirse en el símbolo de la más enorme imbecilidad”. Así nuestros jóvenes –caricatura- de imperfecciones, vienen a ser los trabajadores con que se alimenta al monstro del desarrollo y el progreso. Bella forma de endulzar el inconsciente colectivo, y la más fea tarea de constipar la conciencia de los gusanos que fabrican la nueva cultura del presente y el futuro en nuestro país.
Así nuestro jóvenes, cojean al tiempo que lo hacen nuestros detractores, nuestros colegas de viaje, los más viejos por supuesto son los más apetecidos para ser triturados a ojos de todo el mundo como un señalamiento de que las altanerías no te permitirán del gozo de una vejez más plena, y llena de remordimientos por haber levantado el brazo junto con la mano contra el amo que te da de comer y beber, así sea en las peores circunstancias: “Todo el mundo deberá estar en condiciones de valorarse con precisión a sí mismo, deberá saber cuánto puede pretender de la vida. La “alianza” entre inteligencia y posesión, apoyada en esas ideas, se presenta incluso como una exigencia moral. Según esta perspectiva, está mal vista una cultura que produzca solitarios, que coloque sus fines más allá del dinero y de la ganancia, que consuma mucho tiempo”. Esperpento este que la inutilidad del sistema productivo rechaza a cada instante que sus corderitos son conducidos al matadero sin no haber sido molidos a palos en las oficinas de empleados o en los sistemas de producción de la industria o el aparato militar.
Todo aquello que lleve inmerso en sus venas algún impulso vital, es necesario acribillarlo en beneficio de la moral y la cultura que se pretende. Las bestias continúan camino al abismo, en sus lomos se perciben los fuetazos que los caracteriza como los insalvables resentidos que finalmente acceden a los grandes propósitos de la ingeniería estatal, amasijo social que fortifica la moral y la colectividad del que se esfuerza por cumplir con su tarea en el edificio de la nacionalidad o el patriotismo, y se desecha a todo aquello que ponga en riesgo dicha empresa, hombre más alejados de todos: “A las tendencias culturales de esa naturaleza se las suele descartar y clasificar como
Nuestra naturaleza invoca una nueva manera de encarar la cultura, la vieja receta del unionismo, afila sus colmillos, expone sus garras para que el árbol del progreso nos acoja bajo sus sombras, nos apaciente, nos libre del brillo incandescente de la intemperie y permita que sus borregos disfruten del buen pasto fresco, signo indiscutible de que estamos jodidos. La tarea consiste además en formar hombres gelatinosos, embriones de pulpos que sean capaces de las labores más dispares. Talladores de piezas, especialistas que destaquen en sus trabajos de manufactura y desarrollo específico. Dignos ejemplares de una maquina reproductora de manteles donde se puedan servir toda clase de viandas sin que se manchen: “Así, pues, dicho estudioso, exclusivamente especialista, es semejante al obrero de una fábrica, que durante toda su vida no hace otra cosa que determinado tornillo y determinado mango, para determinado utensilio o para determinada máquina, en lo que indudablemente llegará a tener increíble maestría”. La aurora se abre, el presente está despierto, los jóvenes están deseosos de empujar la carroza al desfiladero. Pero adolecemos de solitarios. Y los que existen están muy viejos. Achacosos, han aligerados sus cargas para poder escapar en caso que la tronera del mundo los espante. Y nuestros maestros han cambiado el látigo por el abanico. Han decidido retozar mientras una tormenta decidida nos inflige dolor y lastima: “Piense en lo inútil que debe resultar hoy el trabajo más asiduo de un profesor, que por ejemplo desee conducir a un escolar hasta el mundo griego -difícil de alcanzar e infinitamente lejano- por considerarlo como la auténtica patria de la cultura: todo eso será verdaderamente inútil, cuando el mismo escolar una hora después coja un periódico o una novela de moda, o uno de esos libros cultos cuyo estilo lleva ya en sí el desagradable blasón de la barbarie cultural actual”. Dignos espectros de un humanismo que se cierra tras nuestros pasos, y se abre apenas se encienden las maquinas de la verdad. Telaraña que fabrica espectros y erige idiotas útiles, mientras en las calles las palomas se cagan y nadie las escucha.
Gran parte de lo anterior es en efecto el fundamento por donde transitan los vellocinos de cartón, lugar común donde el remolino y las destrezas del tecnócrata empujan a nuestros jovenzuelos al lagar donde sus patitas una vez enterradas imposibilitan cualquier acto de malabarismo conceptual. Cucarrones lechosos que serpentean los maderos podridos donde Cristo fue crucificado. Retablo para ignorantes los acertijos del buen gobierno y latifundismo perfecto para los adoradores de la naturaleza acostumbrados al rasguño, al robo, a las acechanzas por medio del arco y la flecha, nos venden ellos como la solución final. De allí como dice Lacan, “… que no es natural para el hombre soportar él solo el peso del más alto de los significantes. Y el lugar viene a ocupar si se reviste con él puede ser apropiado también para convertirse en el símbolo de la más enorme imbecilidad”. Así nuestros jóvenes –caricatura- de imperfecciones, vienen a ser los trabajadores con que se alimenta al monstro del desarrollo y el progreso. Bella forma de endulzar el inconsciente colectivo, y la más fea tarea de constipar la conciencia de los gusanos que fabrican la nueva cultura del presente y el futuro en nuestro país.
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