jueves, 28 de julio de 2011

El JOE ARROYO, HABERMAS Y LOS TRAQUETOS


Cuando el Joe andaba de arrabal en arrabal llenando de sonidos musicales a las temerarias mujeres de vida nocturna, y batiéndose de puro mulato la vida con esas ganas de ser el mejor intérprete de música Caribe, a penas si estaba yo dando mis primeros pasos en ese mundo de calles polvorientas, casas de bareque con techo de palma, donde los hijos y los padres tenían el mismo sentido de respeto por la tradición de sus mayores, vivía yo en Curumaní Cesar. Eran los esplendidos setentas, la época de Hippies, de los primeros cultivadores de marihuana en el Magdalena, la Guajira y el Cesar, época de gamonales e hijos de presidentes como primeros mandatarios, era el germen del narcotráfico en el poder: los López, los Pumarejo, los Char, los Araujos, Gnecco, los Michelsen y así toda una gleba interminable. Tiempos de Rockandroll, de peleas de boxeo al estilo de Pambele, de los mágicos televisores de tubos y a blanco y negro, tiempos de las luchas del M-19, de la estratégica guerra de Vietnam, excusa para meter coca a lo loco por las fronteras de los Estados Unidos, de aquí, de allá, de todos lados. Y una década después estábamos todos los jovenzuelos disfrutando de la locura de los ochenta y las monicongadas de Michel Jackson, fue allí cuando empecé a escuchar al Joe Arroyo y la orquesta la verdad.

Con el Joe aprendí a diferenciar al opresor del oprimido, participe en las primeras resistencias estudiantiles para que nos colocaran baños decentes y ampliaran los cupos para los que teníamos que pedir carticas de autorización para ser recibidos por parte de políticos y figuras importantes de nuestra pueblerina ciudad en el Colegio Camilo Torres Restrepo. Era la década donde las “burras” todavía espiraban poesías eróticas al estilo de Raúl Gómez Jatin, donde los presidentes amantes de la poseía desaparecían a revolucionarios que se perdían en las profundas aguas de las ideas y las libertades, la masacre del palacio de justicia se puedo evitar pero el poeta “presidente” Belisario Betancourt quiso que la sangre manchara los ideales de una generación entera. Eran los tiempos de la guerrilla del ELN en el Departamento del Cesar, nos asuntaban a todos con los diciembres negros, o septiembres negros, mayos negros. Donde el vallenato era el rio Badillo, o la colegiala que escapa de la escuela para verse a escondidas con su ruiseñor, conformaban el alma de una generación que crecimos a punta de “Pickups”; casetas de carnaval y corralejas donde las vacas que serian sacrificadas a la madrugada siguiente eran las protagonistas junto con los borrachos que olvidaban si eran liberales o conservadores.

En los 80´s podemos decir que eran los tiempos de las revueltas campesinas, de los chusmeros y las guerrillas ideologizadas por el olor aún nauseabundo de los marxistas, leninistas, trotskistas y maoístas, donde los profesores gritaban contra el sistema hegemonizante y contra la caterva de ñoños en el poder arengas de igualdad, donde la policía hacía bien su trabajo de sicarios con uniforme, donde la derecha escupía y meaba sobre los cadáveres de políticos, periodistas, líderes sindicales, estudiantes y campesinos. Ni puta idea de que existía un tipo llamado Foucault, y que había muerto dentro de los circuitos de la sexualidad abierta desde los años setenta. O que Habermas hacía gala de su paladar hendido y labio leporino al tiempo que tartamudeando un lenguaje acto para racionales de la primera y segunda guerra mundial, escribía “Teoría de la acción comunicativa”, la cual según dijo un docto de la Universidad Javeriana de Colombia, este expresó que él no escribía para latinoamericanos y menos su tamaña obra para el entendimiento humano centro europeo. Allí en mitad de todo ese barrejobo de tendencias estaba él: Álvaro José Arroyo González, con su sentido humano de las costumbres del Caribe, grabando canciones como Rebelión donde el negro se desempolvaba de sus cuatrocientos años de esclavitud social.

Luego recibimos la década los noventa con líderes de la derecha y la izquierda muertos, Galán y Pizarro, periodo oscuro, donde la política era el estercolero y surgió así la Maravillosa Constitución del 91, el adefesio mejor constituido para disfrute de corruptos y corruptores, era la “Guerra de los Callados”, titulo dado por Arroyo a su trabajo musical de 1990. Era el fin de Pablo Escobar y el nacimiento de los narco-políticos, de los misioneros con pistola en mano haciendo de las convivir el principio de las Autodefensas Unidas de Colombia. Mientras el Joe buscaba escapar de sus propias miserias producto de la soledad y la rumba brava, a nosotros nos embutían a trompicones en el modelo educativo que hoy nos tiene con los índices más altos de analfabetismo disimulado, pues vamos a la escuela a vegetar y recitar de memoria que los héroes de la patria son los policías, soldados y ladrones de cuello blanco. Época de paramilitares y anuncios proféticos como los hecho por Jaime Garzón al referirse al prohombre de la patria Álvaro Uribe Vélez, casado con Lina Moreno, que para desgracia de las Letras y la Filosofía se graduó de esta extraña disciplina en la Pontificia Universidad Bolivariana, -pero qué más podemos esperar de la Atenas de Suramérica-, así como dice el viejo refrán la sarna con gusto no pica, y si pica no mortifica, prendamos velas para ver si algún día la señora del garabato se lleva por fin a todos estos vergajos que hemos tenido como presidentes al mismísimo inferno católico.

Y para terminar este breve resumen que tiene más de historia y tristezas que de las alegres cumbiambas que nos ha hecho cantar y bailar el maestro de la música caribeña, mi señor Joe Arrayo, tengo que decir que en definitiva estos últimos años han sido de traquetos en el poder desde el presidente hasta las señoras de las cafeterías defendiendo el status quo de galleros y gamonales. El Joe fue mezcla de todo eso sórdido paraíso llamado Colombia, sus canciones están llanas de la horrible noche que no cesa, del espanto nocturno que han tenido que padecer nuestros indígenas y campesinos, desde que los bellacos españoles nos invadieron, explotándonos primero con el oro, la plata, la sal, el caucho, el tabaco, el café, y luego con el petróleo, el carbón, la esmeralda, el coltan, el agua y ahora con la compra de oxigeno, vivimos en ese espacio de interrelación en el que como decía el mismo Joe: “Cuando uno se está durmiendo hay un clímax, a todos los seres humanos les vienen tremendas ideas, tremendas cosas”, la cuestión es que en el caso de Colombia y quizás otros países con un mundo lleno de sombras por sus políticas y estrategias la música se convierte en la excusa para decir que aquí no pasa nada, al contrario la música es un instrumento que nos permite tomar posición frente a la realidad. Mejor dicho. Del Joe volveré hablar bajo otras instancias de su legado que permitan abrir un dialogo con su música y su entorno cultural.

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