En memoria de Quintina Moreno De Quiroz
No podría precisar el año o la
fecha exacta, y mucho menos asegurar la edad que yo tenía cuando la conocí, lo
único que puedo decir, al respecto, es que una gran mujer ha muerto “mucho
tiempo después”. Su nombre no está ligado a la gran masa filosófica o
sociológica de un país como Colombia. Su nombre está más bien incrustado en el ethos colectivo de un pueblo llamado
Curumaní en el Departamento del Cesar. Mujer en sentido humano y ontológico. La
cual desarrolló con el paso de los años el fervor por la vida, por el amor, y
por la unidad entre el hombre y la tierra. En sentido metafísico podría decir
que cobijó el espíritu de la mujer Caribe, del sueño y el goce por la realidad del
deleite y la parranda mamagallistica de los conceptos, de la metáfora y las
bromas de antaño.
Como decía hace un momento:
Quintina Moreno De Quiroz ha muerto, y no por ello tenemos que asumir la muerte
como una ráfaga de olvido o de tristezas, creo, al contrario que se abre la
posibilidad de pensar a propósito de la ausencia de mi señora Quintina, y desde
luego como una excusa para hablar en
alguna medida sobre el espíritu y la esencia fenomenológica de la mujer
costeña, de la mujer Caribe, de las mujeres que siguen siendo mis abuelas
aunque ya no estén con nosotros físicamente: María Dolores y “Luciana Beleño”,
abrirnos a pensar de otro modo la realidad que engloba al mundo; de allí que tenga
que referirme también a todas aquellas
que nutrieron mi espíritu ancestral y mi infancia: Emma Vides, Julia Rojas,
Simona Guerra, Hercilia, Carmen Castillejo, Araceli, Herodita, Ture, María Cinesia,
etc., quiero hablar en todo caso pensando desde luego en cómo la filosofía debe forjar su intencionalidad en las fuerzas embrionarias de la realidad social y política
de la vida rural y campesina; quiero decir, que para que se pueda dar la
filosofía en Colombia hay que volver los ojos y los sentidos a la Mujer Caribe,
a la mujer nuestra, a la mujer Llanera, a la mujer total, a la mujer más allá del bien
y del mal en sentido religioso y divino. Puesto, que del feminismo sólo se
sirven quienes enarbolan las banderas del clientelismo y la plática que se echan
al bolsillo a costa del maltrato físico y la politiquería de los partidos de
turnos, debemos desautorizar a las
celebridades que aparecen en busca de imagen y ruido mediático impulsado por
los medios de comunicación y las doctrinas liberales de la inclusión sexual o
de género que llaman.
Morir después de noventa y dos
años de tenores y temblores existenciales hace que de algún modo uno deba
pensar en las fuerzas ideológicas que han constituido el universo político de
un país pre-metafísico como lo son casi todos los Estados Latinoamericanos;
sembrados de manipulaciones y concepciones metafísicas acerca del Estado y la
Libertad, de la Religión y la Política, del Arte y la Literatura, es decir, que
estamos forzados a deponer la fuerza destructiva de los conceptos
universalistas y peyorativos de la academia europea y dejar que los imaginarios
colectivizantes de la agonía que sumen al mundo en las crisis
post-estructuralistas o estructurales del sistema capitalista, decía, nos deben
forzar a desplazar el fragor de los estudios latinizados de la filosofía, la
sociología o la política hacía los bordes firmes de las regiones apartadas de
los aparatos de poder que blindan al Estado bajo la figura de las capitales o
departamentos según su desarrollo económicos o industrial, es decir, que el
fuego vital de la vida crepita en las calles destapadas de municipios y
veredas, donde el juego y la palabra despiertan solidas cada día ante el
desmoronamiento de la vida en las grandes ciudades cicladas por la barbarie instrumentalizadas,
e ideologizadas, comercializadas como perfumes restauradores de la moral y la
virtud, equiparadas desde luego gracias al fenotipo medieval de hacer de la mujer
que queremos en nuestras círculos sociales y cercanos una especie de adefesio cultural
y machista.
De cualquier forma, qué es una
mujer que a sus noventa y dos años es rodeada como muchas otras por el respeto
y la supremacía del afecto y el valor humano que encarnan como matronas de la vida, -creo y es mi respuesta-,
que encierra en sentido estricto: la soberanía; muy al contrario de la mujer
que es atravesada por la violencia secular de una sociedad fálica y depravada como la nuestra; donde el
Señor Paramilitar Salvatore Mancuso, por ejemplo, asesino y criminal en todo el
sentido oscuro de la palabra, explica en sus declaraciones a la “prensa” cómo
operaban sus atrocidades cometidas contra gente indefensa, mujeres, hombres,
niños y ancianos, él habla de su “responsabilidad” por la muerte de más de
cuatrocientas mil muertes, y no nos inmutamos; aquí debe entrar la filosofía a
analizar este fenómeno, pues, los hijos de estas mujeres son los que engloban
el imaginario de país, de nación, de pueblo, de sociedad, de Estado social de
Derechos; de sus entrañas destrozadas y agobiadas por el desplazamiento en todo
los sentidos, de allí de ese seno palpitante se “construye” el sujeto social
que nos rodea. Un sujeto incapaz de erguirse al menos como un simio dispuesto a
reflexionarse como un animal domesticado para la guerra y la mercadotecnia
laboral.
Nuestras mujeres actuales son en circunstancias históricas el resultado
sistemático del abuso del poder político, religioso, económico, secular y maldito
de los medios de producción ideológicos, bajo la idea de “Mujer” se esconden
los fetiches elaborados por los medios de dominación política y militar, las
cuales son asumidas por las estructuras conservadoras del sistema económico, militar
y religioso como palancas milenarias, haciendo de ellas catapultas formadoras
de conciencias arrodilladas y sumisas; recordemos el destrozo perpetrado por
Liberales y Conservadores en la década de los cincuenta, cuando los banqueros,
curas, dirigentes gremiales, gamonales, políticos, y familias de origen
“divino” azuzaban a sus perros energúmenos contra sus propios semejantes:
pobres, iletrados y catolizados, se iban estos a veredas y municipios apartados
desplazando, asesinado, destrozando a mujeres y hombres, violando y castrando,
algo que se repitió luego de forma sistemática con el paramilitarismo, quienes bajo
las huestes de las fuerzas militares del Estado y las guerrillas han puesto las
velas de la misoginia (Odio a la Mujer) sobre nuestras conciencias
pre-políticas.
De lo anterior se ha ido trazando
el horizonte imaginario de que la mujer es la causa y el principio de todos los
males del mundo occidental, porque según los curas y los pastores evangélicos,
gracias a la mujer entraron los pecados que mueven al mundo, la muerte, el
odio, la violencia, la avaricia, la depravación, el sexo, el dolor, etc. y bajo
está consigna violenta y criminal la humanidad entrena a sus hijos en escuelas,
colegios y universidades. Entonces de qué nos quejamos cuando un energúmeno
viola, apuñala, destrozas sus entrañas, luego la intenta asfixiar, y por último
la abandona en medio de la nada a merced de un sistema policial precario, a
tenor de un régimen de salud retrogrado, y en la absoluta desidia humana de médicos
y enfermeras que no son otra cosa que
cuidadores de las arcas de ricos y poderosos, me refiero al caso de Rosa Elvira
Cely, la mujer destrozada en el Parque Nacional la semana pasada. En todo caso,
volver los ojos hacia el sentido de la mujer es fundamental, quizás Nietzsche no
esté muy de acuerdo en mis apreciaciones, pero qué puede uno esperar del hijo
de un pastor Luterano, solo desprecio y resentimientos biliosos, porque su
tacto masculino no fue lo suficientemente varonil para hacerse con los favores
de una hembra; -eso sí- en el buen sentido
de la palabra como diría él mismo a los señalamientos de la nueva y vieja
filosofía en contra sentido del pensamiento metodista y urticante del viejo Kant.
Así pues la vainas, nos queda
mucho por donde indagar sobre el por qué de una filosofía pensada desde las
entrañas de la mujer colombiana, de la mujer en su conjunto de aquí o de allá,
de oriente o de occidente, el valor de una mujer como nuestras abuelas, todas
en su mayoría fallecidas más allá de sus noventa años, es algo que se debe
reflexionar, lo digo porque siempre se piensa en torno al primero y segundo
fulano filósofo, pero que tal, si empezamos por recogernos de nuevo en nuestro
vientre universal y desarrollar nuevas líneas de pensamiento a partir del
legado de nuestras mujeres históricas, testigas de la realidad decadente de un
país sumido en la idiotez colectiva de hombres amaestrados como perros de
circo, cariñosos y juguetones con el amo que los entretiene con huesos
imaginados y artificiales. Es hora de pensar un tanto menos en los falos institucionales
que se levantan como edificios colosales tratando de dar con los testículos de
Dios, y buscar más bien nuevos senderos donde la filosofía y las mujeres nos
muestren el camino de la realidad filosófica en que nadamos y vivimos sumidos
gracias a los inventos medievales y modernos de la razón y la economía.
Mi hermano, tu planteamiento es sugerente como linea investigativa al respecto de lo que puede ser "nuestra identidad latinoaméricana", justo, a partir, de "recogernos de nuevo en nuestro vientre universal": "... que tal, si empezamos por recogernos de nuevo en nuestro vientre universal y desarrollar nuevas líneas de pensamiento a partir del legado de nuestras mujeres históricas, testigas de la realidad decadente de un país sumido en la idiotez colectiva de hombres amaestrados como perros de circo, cariñosos y juguetones con el amo que los entretiene con huesos imaginados y artificiales." Me parece interesante pensar nuestra identidad, colombiana, latinoaméricana desde la mujer.
ResponderEliminar