viernes, 25 de abril de 2014

MEMORIA DE MIS PUTOS Y TRISTES LIBROS


Hace unos años después de abandonar mi pueblo en el caribe colombiano y sentado en una cama de un solo puesto, vi caminar con su paso lento de 80 años a mi abuelo entre las páginas de Cien años de soledad, bajo el nombre de José Arcadio Buendía. Eran las doce del mediodía y un sol solo conocible en los trópicos golpeaba sin piedad el cuerpo de quienes transitaban las calles sin pavimentar y con almendros al frente de las casas, de ese pueblo que años antes bajo una noche lluviosa, de vientos huracanados y truenos y centellas de octubre, escuchó mi primer llanto. ¡Vaya acontecimiento! había nacido yo.

Ese mediodía llevaba sobre mi cabeza un asiento de madera convertido en pupitre de color verde manzana pintado con brocha por mi madre. Tenía que caminar más de un kilómetro para llegar al colegio Nacional Camilo Torres Restrepo, donde cursé mis estudios secundarios y entré a ver el mundo desde la fantasía de los libros y me convertí como un monje para recorrer el claustro de sus historias y narraciones.

Estaba cursando séptimo o como se decía en esos años, segundo de bachillerato, cuando la profesora Luz Marina quien nos daba español nos dijo que teníamos que leer un libro de Gabriel García Márquez. Gracias al amor despertado por la profesora Anita Arévalo de la lectura de poesía, llegué a la casa de mi abuela y busqué en la biblioteca de mi tío, el único de la familia que tenía biblioteca y que por esos años estaba estudiando derecho y, encontré La hojarasca, empecé a hojearla y decidí que ese era el libro que leería para hacer el análisis literario que nos pedía la profesora. Lo leí y mi tía Layne que desde que mi mente recuerda trabaja en el juzgado municipal, sacó una máquina de escribir y unas hojas de block tamaño oficio y empezó a teclear con una rapidez que para mi edad era sorprendente, que supuse que ella bien pudo dedicarse a tocar el acordeón y sacar melodías en vez de ese sordo tic tac de las teclas.

El tiempo transcurrió y ya en la fría Bogotá empiezo a leer Cien años de soledad, antes había leído otros libros de Gabo, como dije antes en una cama de un solo cuerpo con un colchón de algodón duro. Entonces la lectura fue un acto de reminiscencia: sentí el olor de los limones del patio de la casa, los mangos en el suelo que la brisa de la noche había hecho caer, me vi barriendo las florecitas con una escoba de iraca, vi a mi mamá espantando las gallinas y a mí padre contarnos historias que habíamos canjeado por canas. Vi a Quintina Moreno, mi abuela aplicarse los ungüentos de Úrsula, ella era Úrsula aunque a sus 92 años no terminó de diversión de los nietos sino como un oráculo que aconsejaba con sus dichos entre sentencias y chistes.

En este país donde todo puede pasar, años después una imagen televisiva me hizo recordar a Rebeca cuando llegó de Manaure trayendo en un costal los huesos de sus padres. Eran los familiares de las víctimas de la violencia paramilitar que pasaban a recoger las urnas donde estaban los huesos de sus hijos, sus padres, sus esposos o esposas, que la Fiscalía les entregaba. Todos ellos con el dolor en sus rostros pasaban en una fila como la línea de la historia. Ese ambiente estaba enmarcado por un tipo de insomnio creado no por la peste de Visitación y Cataure los indígenas guajiros del relato de macondo, sino por los medios y las instituciones del Estado que llevan o conducen al olvido. Esos familiares son Rebeca y muchos de ellos afanados porque la peste del insomnio no se apodere del pueblo colombiano, al igual que José Arcadio Buendía, marcan con los retratos y los nombres de sus familiares muertos o desaparecidos, la realidad de nuestro mundo macondiano.



Es posible que la realidad supere lo mágico, aunque lo que hizo García Márquez no fue otra cosa que encontrar las palabras y las imágenes precisas para describir nuestra realidad, porque aquí en esta tierra de eufemistas felices, nos gusta darle nombres rimbombantes a las cosas, para ocultar la momia pestilente de nuestra historia. Vivimos de libritos de superación personal y escondemos la cabeza como el avestruz para que todo pase y decir que no nos dimos cuenta y preguntarnos ¿Cómo pudo suceder? Mi pueblo vivió más de una década de violencia que los vientos recuerdan y donde el miedo bailaba cumbia con la soledad. Si seguimos así, jamás esta estirpe tendrá una segunda oportunidad sobre la tierra y las mariposas amarillas morirán de hambre. 

sábado, 19 de abril de 2014

LOS DESIGNIOS DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUE


Corría el año 1987 cuando llegó a mis manos gracias a Luis Eduardo Ferreira la novela de García Márquez “El Amor en los Tiempos del Cólera”, eran los tiempos de las marchas campesinas, de los secuestros de la guerrilla, de los burros cargados de leña, de las noticias a blanco y negro porque el único televisor que había en la cuadra donde vivía era un International de 14”, y allí íbamos a parar todos los que no teníamos el aparato ese de los mil demonios como decía mi abuela. En mi pueblo abundaban por aquel entonces personajes del realismo mágico como si hubiesen sido paridos por una realidad hecha de jirones literarios o mejor aún hechos de una historia de augurios y designios imaginarios, como si todos los hombres del caribe nuestro fueran la raíz de un mismo árbol arquetípico y misterioso. Por mis manos habían pasado ya la Hojarasca, el Coronel no tiene quien le escriba, el Otoño del patriarca, y me aprestaba a leer Cien años soledad, cuando el viejo Julián Cárcamo hijo de estas tierras y quien sin saberlo me suministraba sus libros de su pequeña biblioteca, gracias a las peripecias de Luis Ferreira, me dijo en tono altisonante después de escucharme hablar de los pormenores del "Amor en los tiempos del cólera": “Mira muchacho, no sigas leyendo a ese farsante, a ese que se largó de su tierra, y lo único que nos ha dejado a parte de sus libros, son sus ideas revolucionarias”, desde entonces tuvo que pasar casi doce años para que llegara a mis manos Cien años de soledad, ya vivía por aquel entonces en Bogotá.

Como hombre caribe sólo puedo expresar un profundo respeto por García Márquez, un mítico hombre, de crianza solariega y compleja, las horas eternas de su infancia demuestran hasta donde el influjo de sus abuelos sembró en él la nostalgia por el pasado y las quimeras por el futuro. Vine a dimensionar quién era Gabo cuando lejos de mi tierra alterné la historia, la filosofía y la literatura, desde entonces un fuego costeño invade mi alma y mis principios humanísticos, la brasa de la historia de los desterrados quema mi conciencia y también mi espíritu, pues Colombia es el país perfecto, donde existe la dictadura más larga de toda la historia reciente del mundo amerindio, por ello en la obra de García Márquez se esconde todos los arquetipos de los sistemas de poder que han dominado el espacio Latinoamericano en los últimos doscientos años de nuestra historia próxima y pasada. Y como alguna vez nos decía un viejo profesor de griego y latín, "García Márquez es un pésimo lector en voz alta, pero un genio que hizo literatura de la nada". Y cómo genio se tiene que reconocer a quien en la distancia forjó un premio nobel de literatura, el cual pasaran los siglos de los siglos para que algo como eso vuelva a ocurrir, y quizás para entonces ya no habrá mundo y si lo hay no existirán las bibliotecas que nos recuerden que era eso de tener un premio nobel en la familia costeña.

Todos los hombres buscan tener un punto de apoyo para crearse un laberinto de recuerdos y de sucesos que los blinden del olvido, García Márquez logró crear un mundo de fantasmagorías plenas, de artificios que nutren el alma de una sociedad decadente y olvidadiza, él llenó de maravillas un sistema de cosas que modelan el inconsciente colectivo, profetizó sobre el imaginario de una raza que fue mezclándose hasta convertirse en vendedores de sus propias infamias, el hombre caribe en su naturaleza busca escapar de todos esos maleficios que le trajo el desarrollo de las multinacionales, sin embargo el nuevo hombre hecho a imagen y semejanza de las telenovelas, los seriados, el cine gringo y los realitys va decayendo en su fuerza espiritual, vive de la minería y los espasmos de la agricultura, sin embargo sobrevive la imaginación y la narrativa como propio de su naturaleza africana y musical. Los hijos de Gabo, son todos a quienes él influyó con su realismo mágico, empero en el horizonte de la región caribe se sigue viviendo de un realismo que desborda todas las industrias culturales que existen en los museos del mundo occidental, la hipérbole es nuestra por antonomasia, y de hipérboles están hechas las historias narradas por Gabo, y de hipérbaton están hechas las infamias que han proliferados desde las familias que gobiernan este país.

Para terminar cabe decir, que Gabriel José de la Concordia García Márquez, fue el resultado de la mezcla típica de un arroz con coco, pescado y yuca frita, o sea, una mezcla de Faulkner, Sófocles y Kafka, hoy de nuevo tenemos que volcar los ojos y los oídos a releer la obra de Márquez para desaforarnos más en este diluvio de necedades existenciales que nos nutren en la desdicha, el robo y la avaricia de quienes nos dirigen y administran, esos que desterraron a Gabo en el gobierno de Julio Cesar Turbay Ayala nos matan y nos confinan a la miseria de no saber nada de nada, hoy nuestros jóvenes saben más de Lady Gaga, Justin Bieber o Madonna que de García Márquez, porque nuestras consciencias viajan en un mar de estupideces materiales, en un océano de mediocridad nacional que vemos en los colores de una bandera que nos representa en un nacionalismo a ultranza de la guerra y la violencia que nos cobija. Basta de remiendos históricos y descompongamos al menos nuestras conciencias y dejemos volar las mariposas de la vida y de la muerte, volvamos a nuestros viejos pasos de hombres de fuego, arena y aire, volvamos a ser colombianos por primera vez, no esperemos la muerte de los patriarcas para entender que mal estamos moral y políticamente. 

miércoles, 16 de abril de 2014

LOS EGRESADOS Y LA ADMINISTRACIÓN DEL ESTADO COLOMBIANO


En las gavetas de mi mesa esta mañana encontré unas copias llenas de polvo que me hicieron creer que eran muy viejas, pero resulta que no, incluso eran de un tema antiguo pero actual. Lo que me llevó a considerar que tenía que hacer aseo general porque estaba viviendo en medio del polvo.
Sin embargo, antes de ponerme en esa ardua tarea, decidí hojearlas por un momento y me encontré con la investigación hecha por Peyaye (2002), donde realiza un trabajo sobre los personajes que han administrado el Estado colombiano, dando prelación a sus niveles académicos y su vida estudiantil. En más de 250 páginas devela al lector esos prohombres dignos de emular por los impúberes ciudadanos de este país. Concluye que la mayoría de ellos han salido de grandes universidades, que fueron brillantes en su vida estudiantil, aplicados, grandes lectores, excelentísimos oradores, brillantes estadistas, etc.
Profesionales del derecho, la economía, la administración pública, la ingeniería industrial, etc., que dedicaron y han dedicado su vida al servicio del Estado como: gobernantes, legisladores, ministros, asesores y como en una carrera en círculo empiezan con el devenir de la práctica política, es decir, de presidentes pasan a ser legisladores, de alcaldes a gobernadores, de legisladores a alcaldes y así en esa ruleta política viven y construyen su historia de vida en el servicio de los demás.
Y dije que era actual, porque hace unos meses por una emisora escuché que los miembros del gabinete de un gobierno de cuyo nombre no quiero acordarme, pero que en la actualidad existe, está conformado si mal no recuerdo en un 60% por egresados de los ANDES, otro tanto de la Javeriana, otro poquito de la Nacional y un minúsculo porcentaje de otras universidades. Les recuerdo: todos excelentísimos estudiantes, con estudios de postgrado en el exterior, eso sí en las hojas de vida pública no especifican el tipo de postgrado (especialización, maestría, doctorado, PhD), pero que los medios los muestran como el conocimiento revelado, la sabiduría sagrada encarnada en estos hombres que llevarán al país a gran puerto.
Ahora bien, estos excelentes hombres por donde se les mire según la investigación realizada por Peyaye son los que han dirigido el destino del país, desde que se logró la independencia de la madre, puta pero madre: España. Eso quiere decir, que han sido y son ellos quienes crean: las políticas económicas, las políticas educativas, las políticas de salud, las reformas, las leyes, etc. Son ellos los que han venido dando tumbos en el intento por constituir el Estado. Y que es lo que tenemos: corrupción, delincuencia y criminalidad, esto por donde se le mire.
Llevamos según los historiadores –alcahuetas de estos ilustres hombres- algo más de cinco décadas de violencia, cosa que es una farsa, llevamos más de dos siglos de violencia. Lo cual demuestra la ineptitud, la incapacidad y la mediocridad de nuestros gobernantes y dirigentes para el diálogo y llevar al Estado a que cumpla con el derecho constitucional desde 1991: de la paz.
Durante todo este tiempo han resultado malos negociantes, el Estado vive de empréstitos y de inversión extranjera que se roba lo que tiene el país, lo han vendido y lo siguen vendiendo utilizando sofismas para engatusar, engañar y estafar a un pueblo que ha sido moldeado para que lo estafen. Estos señores, son los culpables de la debacle del Estado colombiano. Si es que a esto se le puede dar esa denominación. Hace unos días escuchaba a uno de esos teóricos de la política nacional decir que Colombia debía ser un Estado Moderno, es decir, estamos por allá en el siglo XIII o XIV no solo en lo político, también en todos los aspectos.
A los grandes hombres, excelentes estudiantes, genios alados de la humanidad les debemos lo que tenemos. A ellos hay que culpar y responsabilizar políticamente. No quiero ser apocalíptico pero en unos cincuenta años Colombia no será más que un gran hueco, un país pobre que vivirá de las limosnas que los organismos internacionales les envíen a los gobiernos de turno. Un país como el más pobre de África en la actualidad.
Por último quiero aclarar que aquí hablo de los egresados de las universidades que llegan a las esferas del poder, porque hay muchos que al no tener apellidos de familia, tienen que dedicarse a laborar como cualquier otro eso sí con más facilidad para acceder a los puestos por el nombre de la universidad de la cual es egresado. Coloco la referencia bibliográfica por si alguien quiere consultar, aclarando que no es fácil de encontrar el documento.
REFERENCIA.
Peyaye, L. (2002). La estupidez de las profesiones en los dirigentes colombianos. Curumaní. Ediciones Totuma.