Corría el año 1987 cuando
llegó a mis manos gracias a Luis Eduardo Ferreira la novela de García Márquez “El Amor en los Tiempos del Cólera”, eran los tiempos de las marchas campesinas, de
los secuestros de la guerrilla, de los burros cargados de leña, de las noticias
a blanco y negro porque el único televisor que había en la cuadra donde vivía
era un International de 14”, y allí íbamos a parar todos los que no teníamos el
aparato ese de los mil demonios como decía mi abuela. En mi pueblo abundaban por
aquel entonces personajes del realismo mágico como si hubiesen sido paridos por
una realidad hecha de jirones literarios o mejor aún hechos de una historia de
augurios y designios imaginarios, como si todos los hombres del caribe nuestro
fueran la raíz de un mismo árbol arquetípico y misterioso. Por mis manos habían
pasado ya la Hojarasca, el Coronel no tiene quien le escriba, el Otoño del
patriarca, y me aprestaba a leer Cien años soledad, cuando el viejo Julián Cárcamo
hijo de estas tierras y quien sin saberlo me suministraba sus libros de su
pequeña biblioteca, gracias a las peripecias de Luis Ferreira, me dijo en tono
altisonante después de escucharme hablar de los pormenores del "Amor en los
tiempos del cólera": “Mira muchacho, no sigas leyendo a ese farsante, a ese que
se largó de su tierra, y lo único que nos ha dejado a parte de sus libros, son sus
ideas revolucionarias”, desde entonces tuvo que pasar casi doce años para que
llegara a mis manos Cien años de soledad, ya vivía por aquel entonces en Bogotá.
Como hombre caribe sólo puedo
expresar un profundo respeto por García Márquez, un mítico hombre, de crianza
solariega y compleja, las horas eternas de su infancia demuestran hasta donde
el influjo de sus abuelos sembró en él la nostalgia por el pasado y las
quimeras por el futuro. Vine a dimensionar quién era Gabo cuando lejos de mi
tierra alterné la historia, la filosofía y la literatura, desde entonces un
fuego costeño invade mi alma y mis principios humanísticos, la brasa de la historia de los
desterrados quema mi conciencia y también mi espíritu, pues Colombia es el país
perfecto, donde existe la dictadura más larga de toda la historia reciente del
mundo amerindio, por ello en la obra de García Márquez se esconde todos los
arquetipos de los sistemas de poder que han dominado el espacio Latinoamericano
en los últimos doscientos años de nuestra historia próxima y pasada. Y como alguna
vez nos decía un viejo profesor de griego y latín, "García Márquez es un pésimo lector
en voz alta, pero un genio que hizo literatura de la nada". Y cómo genio se
tiene que reconocer a quien en la distancia forjó un premio nobel de
literatura, el cual pasaran los siglos de los siglos para que algo como eso
vuelva a ocurrir, y quizás para entonces ya no habrá mundo y si lo hay no existirán
las bibliotecas que nos recuerden que era eso de tener un premio nobel en la
familia costeña.
Todos los hombres buscan tener
un punto de apoyo para crearse un laberinto de recuerdos y de sucesos que los
blinden del olvido, García Márquez logró crear un mundo de fantasmagorías
plenas, de artificios que nutren el alma de una sociedad decadente y
olvidadiza, él llenó de maravillas un sistema de cosas que modelan el inconsciente
colectivo, profetizó sobre el imaginario de una raza que fue mezclándose hasta convertirse
en vendedores de sus propias infamias, el hombre caribe en su naturaleza busca
escapar de todos esos maleficios que le trajo el desarrollo de las
multinacionales, sin embargo el nuevo hombre hecho a imagen y semejanza de las
telenovelas, los seriados, el cine gringo y los realitys va decayendo en su
fuerza espiritual, vive de la minería y los espasmos de la agricultura, sin
embargo sobrevive la imaginación y la narrativa como propio de su naturaleza africana
y musical. Los hijos de Gabo, son todos a quienes él influyó con su realismo
mágico, empero en el horizonte de la región caribe se sigue viviendo de un
realismo que desborda todas las industrias culturales que existen en los museos
del mundo occidental, la hipérbole es nuestra por antonomasia, y de hipérboles están
hechas las historias narradas por Gabo, y de hipérbaton están hechas las infamias
que han proliferados desde las familias que gobiernan este país.
Para terminar cabe decir, que
Gabriel José de la Concordia García Márquez, fue el resultado de la mezcla típica
de un arroz con coco, pescado y yuca frita, o sea, una mezcla de Faulkner,
Sófocles y Kafka, hoy de nuevo tenemos que volcar los ojos y los oídos a releer
la obra de Márquez para desaforarnos más en este diluvio de necedades
existenciales que nos nutren en la desdicha, el robo y la avaricia de quienes
nos dirigen y administran, esos que desterraron a Gabo en el gobierno de Julio
Cesar Turbay Ayala nos matan y nos confinan a la miseria de no saber nada de
nada, hoy nuestros jóvenes saben más de Lady Gaga, Justin Bieber o Madonna que
de García Márquez, porque nuestras consciencias viajan en un mar de estupideces
materiales, en un océano de mediocridad nacional que vemos en los colores de
una bandera que nos representa en un nacionalismo a ultranza de la guerra y la
violencia que nos cobija. Basta de remiendos históricos y descompongamos al
menos nuestras conciencias y dejemos volar las mariposas de la vida y de la
muerte, volvamos a nuestros viejos pasos de hombres de fuego, arena y aire,
volvamos a ser colombianos por primera vez, no esperemos la muerte de los
patriarcas para entender que mal estamos moral y políticamente.
Me gustó el artículo. Frases como "la brasa de la historia de los desterrados quema mi conciencia", le dan un gran cariz poético. A quienes sentimos con pesadumbre el dolor de ser colombianos y la desazón por lo que acontece en nuestro país, entendemos el alcance de tal afirmación. Además en el texto, están presentes el espíritu reflexivo y crítico, que no han de faltar en aquellos que se alimentan de las buenas letras y el arte.
ResponderEliminarDe otra parte, está el aire bromista y alegre, que también habita el texto, tal como ocurre en nuestra condenada tierra donde coexisten la muerte y el desarraigo junto al jolgorio y la jarana. Así, resulta desconcertante y, a la vez, ingenieosa y divertida la relación entre el arroz con coco, el pescado y la yuca frita, con autores como Faulkner, Sófocles y Kafka. Confieso que me desternillé de risa, aún sin comprender la relación.
Es un buen ejercicio de escritura que alienta a la lectura y a la escritura misma. Con razón, Gabo afirmó que si hubo millones de lectores de Cien años de soledad en lengua castellana, ello no representa millones de homenajes al escritor, sino la demostración irrefutable de que hay gran cantidad de personas esperando el alimento de esas buenas letras en nuestra lengua.
Reciban un cálido saludo.
Julieta C.G.