sábado, 23 de octubre de 2010

CUENTO DE LOS PERROS DE TÍNDALOS


Contra-reflejos


“Después de notar que yo estaba simultáneamente feliz y lúcido, una conjunción no sólo rara sino imposible, ella también quiso sentir lo mismo”…para demostrarlo se acercó al espejo tratando de buscar en su interior una especie de desdoblamiento felino, y mientras el gorgoteo de la lluvia sucumbía detrás de la ventana a medio trancar, una imagen tras otra como una escalera de naipes la arrastró hasta convertirla en un animal libre y desesperado. Intenté cerrar el maldito libro por última vez, pero más que un absurdo, fue como un pesado ejercito que recorre el mundo de oriente a occidente sin trabar batalla alguna con la muerte, pues tenía que terminar el manuscrito sobre las victimas de la guerra situadas en la región del mar pacífico, era escapar o publicitar mi trabajo sobre la violencia. Así que me desenvolví sobre la cama al modo de una serpiente que muerde el mundo evitando a toda costa parecer un átomo descuartizado. Izquierda o derecha, el fin o el medio no importaba, la idea fue clara y contundente: temimos denunciar aquellas muertes. Y las ideas tanto como el amor deben construirse evitando ser los gigantes imaginarios que luchan contra molinos que ejercen el control social, vigilancia que Teresa como mujer elige evitar sobre todas las cosas, máxime cuando es ella quien demuele a la realidad cada vez que tropezamos con las sombras de la ironía, y si ocurre lo hace con un gesto totalmente nuevo. Si me ve morir como un niño en sus brazos arquetípicos, prefiere reír que sucumbir, de ese modo me obliga a deambular de la felicidad al fastidio relampagueante de la libertad.

Al cabo dejé el libro a un lado, la observé de cuerpo completo, desnuda como una copa de vino tinto a medio servir. […en tanto…] Dentro de mí un simio saltaba de rama en rama buscando escapar, evitando que un cazador le disparase justo entre los ojos. Sigilosamente hizo un mohín y una especie de sonrisa flaca me fulminó, caí subrepticiamente a un sótano, formando un abismo lacerado y tenue en sus ojos, lo que provocó que el espejo roto y la unidad que existe entre ella y yo, se rompiese para siempre. La besé nuevamente en el cuello al modo de una garza que picotea pequeños peces indefensos para no morir de tristeza mientras la lluvia se llevaba todo lo que habíamos soñado para el día siguiente, día en que se haría el lanzamiento oficial de la campaña en contra de los “Crímenes de Estado”. Denunciar te hace espléndido un ratito pero eso tiene sus consecuencias. Teresa es dócil y camaleónica, hija de un impresor que desborda el mundo con sus libros inaguantables y hartos de poesía. -La verdad- no entiendo mi actitud frente a ella, por primera vez quise ser feliz riendo o corriendo a su lado y necesariamente tengo que convencerme que entre la guerra y el amor si hay diferencias sustanciales.

Teresa subió desde su trasfondo, pasó cerca, revoleteó mi cadáver y finalmente luego de un sobre vuelo espectacular, decidió hablarme de sus deseos de tener un hijo conmigo, me llevé la mano a la cabeza tratando de parecer un actor profesional e impedir de ese modo que ella tuviese el deseo de continuar llenando aquel crucigrama del amor que deben sentir los hombres por sus hijos. Afloré luego en una especie de cuchicheo existencial, un elogio a la dificultad, peor aún quise decirle que mi tentación de existir estaba muy lejos de un hombre como Cioran, aquello me permitió tomarla por los brazos al modo de un muerto que se desploma, y conseguir por un momento su atención. ¡No y no! ¿A quién se le ocurre engendrar un hijo cuando estás todo el tiempo sollozando junto a la muerte? Un testigo interior tomó la palabra para explicar el ¿por qué? de aquella actitud de Teresa, intercambié algunas notas o reportes con él, recortes de periódicos escritos por mí desde que le dije a mi madre que sería un guardián de la verdad saltaron desde un trampolín oscuro a mi memoria. La vieja me señaló que más políticos en la familia no podían militar, le mencioné entonces con algo de recelo que la cosa era por los lados del periodismo critico; aún recuerdo su rostro torcido por el descontento, nunca más se habló del tema, y hoy esa rancia imagen viene a mí desde el ineluctable infierno de los recuerdos a discutirme, yo sé que a Teresa poco le valen las explicaciones. El arte de insultar es una tarea propia de los genios. Me alejé de ella lo más que pude, cuando desperté ya no estaba.

Teresa no regresó en toda la jornada, traté de disimular la cosa con el descontento que obró el lanzamiento de la campaña en contra de los “Crímenes de Estado” con los sortilegios de políticos y defensores de la soberanía nacional, evitando a toda costa que el cabello de ella viniese a enredarme con sus bucles. No fue necesario tomar un vuelo desde las selvas colombianas para saber que estaba herido de muerte. En el hospital una enfermera me habló en un largo silencio que no comprendí, las marcas de las balas eran profundas como el ala caída de un Iceberg, un gato blanco saltó desde una pequeña ventana rasgando un rostro, imaginé mi cuerpo luego de un baño caliente, meses después el teléfono sonó, era un desconocido, le recusé de inmediato, rápidamente comprendí que yo estaba al otro lado del mundo, fraccionado, para qué despertarla. [Antes quiero aclarar que la memoria de Teresa está rota, no existe] Me envolví como un objeto de poco valor y me marché nuevamente, esta vez sin mirar atrás; no tuve fuerzas para despertarme de la infausta noticia, en la radio todos optaron por cerrar sus programas con una invocación al estilo medieval, y aquel sentimiento de felicidad y lucidez ya no fueron necesarios.

Julio de 2010.

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