viernes, 29 de octubre de 2010

POETA INVITADO...


¿La poesía sirve para enamorar?

Depende, dice un poeta con el que suelo tomar whiskey y compartir escritos. La poesía es una explosión desde todas sus aristas, de genio, de forma, de color, hasta de orgasmos, la poesía ha sido aquella amiga sórdida que ha brindado compañías oscuras a quienes participan de su carne. No es una vagabunda de poca monta, es por el contario un despliegue de estilo social en lupanares afortunados del alma.
En la Roma latina, había que seguir con cautela una estratagema configurada para acceder al lecho de una mujer: se le veía, se le sonreía, se le decía algo bonito, se le besaba y por último se llegaba al Factum (que es una palabra que ahora está en cantidades de textos describiendo todo menos relaciones sexuales, lo cual, me preocupa); es precisamente en esta palabra dicha, que había el primer contacto, el de las entrañas, sólo se le podía tocar la manito de ella, si ésta estaba complacida con la belleza y el genio del hombre. No en vano Ovidio dedico una parte importante de su vida a hablar del arte de amar, no porque fuera un tipo seductor y bien parecido, sino porque podía oler (si alguien podía hacerlo era él) la necesidad de enamorar, del juego erótico que devana los sesos de los seres humanos.
No muy lejos, unos poetas disfrazados de pastores hacían de las suyas con las aldeanas españolas, fuera de todo margen de respeto, les cantaban canciones lujuriosas, llenas de abismos significantes que sugerían el placer de retozar sobre las verdes llanuras, por supuesto, las mujeres eran mucho más astutas, nada más cercano a una respuesta de nuestra pregunta. Los culturalistas podrán decir que hoy día el reguetón es una cantiga española, pero hay que decirles con todo respeto, que no hay duda en que éste no fuerza el sentido intuitivo de la palabra, no crea espacios ni traslaciones de sentido, crea, por el contrario la simplicidad de una persona que aprendió a hablar (¿el reguetón enamora más que la poesía?).
Nuestro mundo es una convergencia de puntos de giro, de ironías queridas, de golpes de pecho con la diestra que al parecer tienen mucho de siniestro, nosotros no hacemos poesía pero seguimos enamorando. No sé que se le pasaba por la cabeza a los caballeros medievales, asumo que era algo terriblemente meloso por las lecturas de Cervantes ¿Cómo era posible que las mujeres amaran hombres que se iban a la batalla a morir sólo por ellas, que ni siquiera decían una palabra sino que se sonrojaban ridículamente porque le habían sorprendido un dedo mal cubierto por un anillo a una excelentísima dama (hiperbolizo este adjetivo no porque no sepa que no tiene superlativo, sino porque, en el fondo, todos sospechamos que una mujer que hace que un hombre muera por ella y a cambio sólo le da su bella calavera sonriente no puede ser una buena mujer).
Les pido no se adelanten a los insultos, los caballeros si tenían poesía y eso era lo que amaban las mujeres de ellos, su poesía era su armadura, que en un oximorón hermoso, sólo el latir por su amada podía atravesarles el corazón, eran sus maneras de verlas, sus miradas suplicantes de misterio. Así es, pedían a gritos el misterio de una mujer hermosa y única a quién consagraban su vida, eran objetos mismos de la poesía; Quijano o Don Quijote lo veía con claridad, eran letrados guerreros que amaban el amor de la palabra hecha espada.
¿Cómo se quita un vestido de una excelente mujer? Don Juan Tenorio, padre de todos los que han llegado a este punto del texto –lo digo porque ya habrán pocos que continúen con la curiosidad perversa y machista que encarna este escrito- ha sido quizás el hombre que más autoridad tiene para responder a la pregunta, su poesía no era su belleza, aunque era todo un ícono de gracia masculina, eran sus promesas del lenguaje, este hombre prometía a cada una de las mujeres su amor, lo que ellas no sabían era que compartía su amor por la palabra, no era un quebrantador de promesas, era un fiel seguidor de su verdad poética, nunca le mintió al lenguaje, siempre hizo de cada una de sus mujeres su ser más amado, la poesía puede ser eso, ese compromiso con lo humano que fracasa en la ficción, o dicho de otra manera, aquella necesidad de amar la realidad de las palabras porque son las que constituyen la realidad de los sentimientos humanos.
No quiero agobiarlos pero es una pregunta que necesita un bastonazo de asfalto, un golpe de instante para alumbrar la ceguera. Empezamos el comienzo de la poesía filosófica ¿Quén tiene más capacidad de seducción si ponemos en una balanza a un filósofo y a un poeta? Depende, los literatos dirán sin duda que un filósofo, demostrando su genio irónico, los filósofos hablarán de que son ellos los de la potencia; son dos votos que, una democrática academia alemana pueden decidir el veredicto. Novalis, era un hombre con una inteligencia notable, quizás un hombre que pudo, junto con su gran grupo de intelectuales, ver en la historia la perfecta unión moderna entre poesía y filosofía, era un hombre que le daba un lugar a los poemas presocráticos en su mundo, pero más importante, que le daba un lugar al sentimiento romántico (no de telenovela) y a la desgarradura del lenguaje en su poesía, es decir, a la mujer ideal y perfecta, mujer que persiguió Wherter pero que Goethe se encargó de arrebatarle, no por no entender que si Carlotta hubiese leído el diario de nuestro personaje quedaría totalmente enamorada, sino por señalar la potencia misma de su pensamiento, potencia del amor y del dolor.
Los grande románticos están en la idealidad del fracaso, y hay que decirlo, las mujeres aman a los grandes héroes, a los hombres de acción, pero el romántico no actuó para la mujer, no hizo escenarios reales de sus más bajas propuestas, por el contrario, hicieron de su poesía su propio cuerpo, para que esas palabras pudieran dormir en la misma cama con esa mujer que presentían, y quién sabe, rozarle una pierna, un seno, un latido.
Baudelaire era un hombre, quizás un hombre demasiado hombre capaz de encarnar el misticismo de una prostituta en una poesía genial; enamorado de su mundo en desarrollo, de la velocidad del futuro detenida por instantes, veía su sexo agrandarse en la presencia de lo grotesco, asumía con toda fiereza la potencia sexual de la mujer, ella no era más sino un objeto deseable, al punto de desearse a sí mismo. Las palabras de Charles calaban en los corazones de sus amantes, seducía su ímpetu bohemio, su certeza del lenguaje de la carne. No es otro motivo el que nos atañe, Baudelaire recompuso una mujer que había sido asexuada, la reparó y para hacerlo tuvo que explorar sus más recónditos humores corporales, tuvo que humedecer de poesía su belleza para traerla a la tierra, para hacerla partícipe de los placeres tatuados en todo ser humano.
Ahí pegaditos estaban Verlaine y Rimbaud, una relación que nadie entendía, no se confunda el lector audaz, una relación poética que exhalaba plomo por todos sus poros de cañones humeantes, nos enseñaron que amar en el desespero es totalmente posible. No es de extrañar que las mujeres aun tengan fotos de Arthur en su cuarto para medir milimétricamente cuánto sus pretendientes se parecen a aquel angelical demonio configurado en una palabra gris innombrable. La poesía hizo de las suyas, aunque existió el escándalo, las mujeres prefieren el grito de una palabra seductora durante sus dulces cantos del himeneo al tedioso hombre frígido de mente y mojigato de corazón. La poesía es liberadora de mente y cuerpo, es la expresión abierta del amor, del deseo, es ofrecer el grotesco sexo propio envuelto en la verdad de su fealdad, sólo hecha para asumir el goce sublime de la experiencia, el acceso a las puertas del infierno y del cielo, ser demonio en al cama, ser ángel en la palabra, ser crudo, ser palabra desnuda de su propio destino, destino de fracaso inminente, porque a mi modo de ver, no hay orgasmos eternos.
Ya se puso aburrido esto, podemos echarle la culpa al tema, pero la verdad es que no existe el suficiente talento en palabras distintas a las poéticas que puedan resolver tal conflicto. Ernesto Cardenal es una clara antítesis de nuestra intención, escribió grandes poemas a uno de sus amores frustrados, estuvo en esta tarea durante muchos años, para no alargar la historia, Cardenal engendraba en su propio nombre parte de su destino, Cardenal se hizo sacerdote. No hay más que decir, la poesía puede desnudarte una mujer, puede hacer tronar la entrepierna de un ser humano, pero lo que es seguro es que la mejor poesía, es aquella para quién no existen palabras seductoras, Claudia dejó a Ernesto, Ernesto dejó su sexo en el papel, el papel se impregnó de poesía y aquí estamos, hechos todos un desastre, con mujeres realmente astutas, que son capaces de hacer bajar la luna para devolverla, con la indecisión de no tener un manual exacto para enamorar con poesía.
Quiero terminar con dos personas que nos devolvieron el aliento cuándo más necesitamos creer que la ficción es la realidad: Bukowski y Parra, el primero por ser un pintoresco bohemio que desnudaba mujeres en su lúcida embriaguez poética, cambiaba su poesía por licor, por unos pechos desnudos, negociaba con la palabra toda su existencia, porque él era todo poesía, desde su eructo matutito hasta su silenciosa noche.
Debo confesar algo, escribí todo esto porque quiero alzar una voz de protesta, Nicanor hizo de su poesía su vida, en un sentido pleno y desnudo, logró todo, absolutamente todo, incluso enamoró a una sueca ¿Quién en estos tiempos de vandalismo estético podría pensar a un chileno bajito de entradas prolongadas dormir su lengua en la estilizada figura de una mujer rubia de otro continente? Le valió de nada, ella lo descubrió, descubrió la honestidad de su palabra, la palabra poética que hemos visto durante todas estas épocas, le hizo mala fortuna, le negó la postulación al Nobel, lo dejó.
La poesía sí sirve para enamorar, habrá que estar dispuesto al inmenso abismo que supone encontrar una persona capaz de escuchar, sin interrumpir, como nuestras palabras le arrancan la carne y recorren todos sus huesos, durante una madrugada, quizás dos.


Daniel García León.

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