Empezar
un escrito demanda “horas” de análisis, pues hay que sopesar las palabras y los
vocablos que mejor se aproximen al propósito de un pequeño escrito como este,
hoy quiero hablarles de un escritor de la Región Caribe, me refiero a Andrés Camacho García, un amigo que en
la soledad y práctica de historiador ha publicado un nuevo libro que por su
nombre deja al menos la falaz idea de ser un arquetipo de los sueños de un
joven que narra la vida de sus antecesores con un esmero de picapedrero
ancestral: Los Pies de Vaca y otros
fragmentos biográficos son la génesis de una cosmogonía, nueva, distinta,
recién salida de las entrañas de un universo de cosas que hoy día muy pocos se
detienen a pensar. La obra por demás narra y vuelve sobre lo narrado como una
metáfora enigmática de un hombre que
enfrenta al “diablo” con sus propios pies, pies que son aún más poderosos que
los mismísimos pies de Hermes Trigemisto el emisario de los Dioses y
mercaderes, que según describen los rapsodas Hermes podía volar por los aires, yendo
de aquí para allá, en nuestro caso, lo original de Vaca es que usa sus pies
para sacar a patadas del patio de su casa y de su vida al “demonio”, “a pata limpia como se dice por acá”.
Andrés Camacho García divide su obra en dos momentos, en un primero
momento los jóvenes de un colegio del corregimiento de Sabanagrande Cesar
sirven como una excusa para extender el aula de clases más allá de los límites
de la frontera invisible que existe entre el mundo real y las aulas de clases,
epicentros estas de la disciplina y el enfrascamiento intelectual al cual son
sometidos semana, tras semana, todos los estudiantes del mundo. Y de un
conversatorio imaginado en uno de sus tantos encuentros con Rolando Zúñiga, surge entonces, la idea
de hacer un trabajo de pesquisa a un personaje que por su historia y enigmas
bien merecían un encuentro para ver qué historia podía emerger de los “pies de
Vaca”; allí se narra de forma secuencial si se quiere a modo de gramófono que
suena intermitentemente las aventuras de dicho personaje con las fuerzas del
más allá, aunque en el fondo eso sólo sirve como una excusa para ir al
traspatio de una región que por su anatomía geográfica esconde mucho más
secretos que los mismísimos pies de Vaca.
Y
en un segundo momento dentro del mismo libro se encuentra uno con la historia
que nuestros jóvenes, niños, niñas, ancianos, hombres y mujeres necesitan
saber, reconocer, esculcar, nadar, sopesar, dimensionar, escuchar de nuevo, es
la historia de nuestros orígenes, de quiénes somos, es la vuelta de tuerca de
quien busca afanosamente el último puente colgante de una realidad que se
despedaza con el tiempo, con las horas, con el ir y venir de los avances
desarrollista de la cultura caribe. Allí, al igual que en la genealogía de los
hebreos todos tenemos un principio, una rama que nos sostiene y nos indica el
camino que tuvimos que recorrer para estar hoy de pie frente a nuestro presente
distante. Es casi una necesidad, un imperativo que este tipo de obras se
institucionalicen como argamasa para que los que dictan “ciencias sociales”
vean allí el principio del fin de nuestra cultura, y el comienzo de una
simbiosis de espectros históricos donde estamos más desorientados que nunca.
Cuando
uno revisa la historia de las civilizaciones, por ejemplo, la de Roma, la de
Grecia, la Mesopotámica, la aramea, la egipcia, la de China pasando por todas
sus dinastías, por Genghis Khan, o por la estela de muerte que dejo la Fiebre
amarilla en más de medio siglo (XIII); encuentra en ellas el mismo patrón
universal: los ríos como fuente y horizonte de la vida comercial. Los puertos, son
los epicentros de los primeros que se atrevieron a crear economías de la nada,
los Chinos se abrieron al mundo gracias a la ruta de la seda, los de
Mesopotamia gracias al rio Tigris y Éufrates, así las cosas, las regiones bajas
del Centro del departamento del Cesar (Región Caribe, Colombia) también se
fundaron y desarrollaron gracias a los ríos Magdalena, Cesar y Animito, a la
Ciénega de la Zapatosa, a los playones, al puerto de Saloa, al Banco Magdalena,
al comercio del ganado, desde allí es donde el maestro de sociales tiene que
darle al estudiante el contexto como dice Rodolfo Ginas, y dejar el contenido a
los recetarios bíblicos de la historia global que hoy día a los muchachos pocos
les interesa.
Se
necesita mirar la historia con ojos de un narrador de cuentos, de poseía, de
canciones que embriaguen el alma de quien ya no quiere ir más allá de los
iconos de los Smart Phone, de los Wasap, de las interminables secuencias
infinitas de imágenes que brotan como verdaderas “Flores del Mal” de los muros
de Facebook; hay mucho que contar de nuestros pasado próximo y lejano, tenemos
que confesarnos todos nuestros secretos cósmicos e históricos, y como
“docentes” nos estamos dejando triturar por el aliento pestilente de la modorra
académica, de la pereza estudiantil, del matoneo, del bulín, de los malos
salarios, de la internet, de la pesadez histórica, de la cerveza como decía
Nietzsche, de la flojera como decía mi
abuela. De allí que los invito a mirar la historia con los ojos de quien busca
tesoros donde los corsarios de la economía actual sólo ven ruinas, y creo que
para todo el mundo bien le viene tener “Los
pies de Vaca” para patear todo el mal que hemos desarrollado desde la “conquista”
o las "invasiones bárbaras” en américa.
A
todos aquellos que ven en la historia una posibilidad siempre de contar cosas, es
bueno que nos dejemos sorprender por la cantidad de árboles nativos, de
especies, de animales, de ríos y quebradas que ya nunca volverá a parir la
tierra del buen Dios, en esta región milagrosa, y darnos cuenta como el Cambio
Climático no es un chiste contado por los señores de las Naciones Unidas, o los
inofensivos creyentes de Green Peace; los instigo a hacerse con el Libro de Andrés Camacho García, como un acto
simbólico de fe, en nuestras propias costumbres y maneras de comunicarnos aquello
que siempre está oculto en la memoria de quienes hicieron posible caseríos como:
El Mamey, Hojancho, Chinela, Barrio Acosta, Saloa, o de Champan con su historia milenaria que de un
modo u otro han hecho posible el Museo Arqueológico de Curumaní: MACU.
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