martes, 15 de enero de 2013

SOBRE EL ALMA DEL ACORDEÓN





Dicen: “que Colombia es uno de los países más felices del mundo”. Sin embargo nuestra realidad es otra, una colcha de retazos, una lógica de lo impensado que supera la imaginación, eso es lo que somos a fin de cuentas: un país que pare violencia. Es necesario salirnos de esa estúpida irrealidad que nos ofrecen las estadísticas universalistas de nuestro decadente enciclopedismo de revistas de quince minutos, de que somos felices, aquí lo que estamos es podridos y gusaneados desde que empezaron las masacres de las bananeras apenas empezaba el siglo XX, nuestro siglo de las tinieblas latinoamericanas; por ello en el siguiente artículo intentaré hablar de nuestra realidad pero desde las orillas de la literatura nuestra, desde nuestra realidad Caribe y nada más.

Acabé de leer la novela escrita por Ernesto McCausland: El alma del acordeón. Podría decir que está hecha para sentarse a reír y llorar, para dejar de mover nuestros corazones y morirnos de una vez y para siempre, o ir a un lugar donde no existan ángeles ni demonios, a un lugar donde la lucha del bien y del mal sean vainas de Dios. Esta es una novela que se narra así misma, no necesita de calificativos explícitos o implícitos en cuanto a si es narrada en primera, segunda o tercera persona, sencillamente es como toda narración: un laberinto fenomenológico donde nadie escapa, donde el mundo converge en un instante, esta novela contiene lo que posee el hombre Caribe: palabra y espíritu, aquello que después de todo un desenlace misterioso infundió el creador a su Golem, el Hombre: alma.

El alma del acordeón, es la forma más noble de hablar de la realidad violenta que nos envuelve, principiando por la manera trágica como el Protagonista Juancho Polo Valencia vivió su vida, sus amores y sus temores de hombre, de animal mitad bestia o mitad dios. Si bien Xavier Zubiri habla de que el hombre “vive henchido de realidad”, para Valencia como se hacia llamar Juancho Polo, es la violencia misma del hombre frente a su infinitud la que le permite desconocer los códigos morales o sociales a los cuales el mundo quiere confinarlo, como sujeto o como lacra humana. La lucha se hace explicita en la letra de sus canciones, en Alicia Adorada por ejemplo, el autor desafía lo divino y lo terrestre, pues, el hombre además de ser la medida de sus flaquezas, es también el principio de todos sus males, sin que por ello no se corresponda a la culpa de sus acciones por medio del duelo, el dolor y la tristeza.

McCausland nos inserta en El alma del acordeón como una excusa preparatoria para la muerte del hombre raizal, a la desaparición de todo valor humano por la vida misma que ahora sólo se fundamenta en el dinero y la violencia social. Para el novelista el constructo de su obra consiste en desarrollar la tesis del decir, del hablar del hombre Caribe, tesis que se apoya, -“quizás”- en la filosofía antigua del hablar por medio de freses cortas, expresar por medio de alegorías o metáforas radiantes el sentimiento humano de la ausencia o la muerte del ser amado. Lo anterior permite dirimir que existe una especie de lógica, un éter trascendental onírico, uno de los personajes el alemán, -por ejemplo- que vino en busca del acordeón enterrado por Valencia, extrañamente descorre el velo de la violencia que mueve al poeta a pelearse con lo sagrado, con aquello que más te termina demoliendo el alma: la perdida del ser amado y ser acusado de ello.

En Flores de María no sólo existe o co-existió el mito hecho carne llamado Juancho Polo Valencia, sino que otros demonios elaborados por la ciencia de la guerra también dejaron sus ondas heridas en el alma de muertos y vivos. La violencia armada que narra el autor es el espejo tardío que enterraron en nuestras conciencias la industria capitalista de las potencias mundiales desde que llegaron a las Américas todo tipo de europeos, y como resultado la “empresa” paramilitar de los poderes oscuros de propios y extraños continua su lucha hasta que no quedé nada que nos identifique como pueblo o como cultura, sino que simplemente se busca un nueva raza de seres asustados que vivan por un salario y olviden para siempre el amor y la naturaleza que los embargó.

La música y las letras de las canciones del juglar Valencia constituye el soneto que todo gran poeta desea o busca, y en la vida de Juancho ha existido además ese pasadizo secreto donde el acordeón se convierte en arquitectura diatónica, o en el simbolismo hermenéutico donde el mensajero de los dioses se hace así mismo obra de sí, a la vez que olvida para siempre sus botas aladas en el vientre de la tierra para que los gusanos se eleven hasta las entrañas del cielo desde el infierno y corrompan las alas de los ángeles que nos obligan a vivir en este lodazal de sufrimientos. McCausland hace confluir el dilema de la vida y el de la muerte de la mano del Juancho Polo el que cantaba sin dientes y sin fortuna económica, mientras va tejiendo el revés de una cortina de augurios siniestros que fueron labrando el horizonte del fenómeno paramilitar en la narices de todos, una mancha oscura que fue entrando desde el Urabá y el Magdalena medio hasta los mismos hombros de la Sierra Nevada.

La novela como tal es una rueda de algoritmos y disposiciones matemáticas donde el espacio se perpetuara como una eterna llovizna de soledades vividas y fingidas, es una rompiente por donde los personajes van cayendo a dentro muy adentro de las fauces de un mundo prehispánico o mejor aún costumbrista. El acordeón es la llave misteriosa que permite des-configurar un entre-tiempo donde el amor y la parranda trazan el molde inacabado de una musica que apenas acaba de descubrirse, que apenas acaba de comenzar un recorrido desde las grutas musicales de la caja, la guacharaca y el acordeón. Personajes como Vespasiano Izquierdo y Emilita conjugan el verso de la sin razón del amor y la barbarie humana, esa barbarie que se ha desempeñado sistemáticamente sobre la cultura indígena, sobre ellos que son la piel y la carne que ha soportado el abuso de la mano cobarde que los castiga.

Mientras Leila Ustáriz permite hacer una incisión al cuerpo social que muere lentamente ante nuestros ojos, por el otro lado está el tal Karlheinz Birk quien se baña en las aguas de la realidad política, social y militar de una nación que copió y olvida a su manera el problema de la culpa sobre la base de la barbaridad criminal que ejercen los bandos con el uso de las armas y la propaganda, me refiero a la Alemania Nazi con sus practicas de “exterminio” sobre población indefensa. Aquí también el extremismo de la violencia sistémica va configurando al interior de la novela de McCausland un arquetipo de muerte, terror, complicidad, malicia, poder, gobiernos de todo tipo, indefensión, miedo, desplazamiento, angustia y soledad. Aunque el amor es el paliativo de la guerra, la guerra es el garrote que acobarda al más valiente.

Por consiguiente en esta novela el alma del acordeón queda amordazada como castigo por el exceso de locura libidinosa de Juancho, así como quedan libres las almas de aquellos que lo amaron y lo veneraron aún en el lecho de muerte, me refiero a Alicia Cantillo, quién lo amó, y lo sepultó con ella en lo más profundo del reino de la melancolía y la fiebre negra que sólo el amor produce cuando se es músico, poeta y cantor. Sin más palabras Ana Polo hermana del juglar, lo alcahueteó y lo fustigó con el embeleco de la promesa, hasta hacerlo regresar del más allá que llaman, para que dijera en medio de artilugios luciferinos su propia verdad sobre los hechos que lo condujeron a ser el cantor maldito cuando ya los poetas sin aureolas habían desaparecido de la faz de la tierra a finales de mil ochocientos. Juancho fue el más maldito de los amados de Dios, y el más feliz como decía él, de los que han tocado el acordeón. Los invito a leer la novela, a reír o llorar, a escribir, o sencillamente a sentir como nuestra alma se consume lentamente en medio de balaceras y borracheras de malandros hijos de la guerra.


McCausland, Ernesto. (2007). El alma del acordeón, Bogotá, Intermedio Editores.  

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