viernes, 20 de agosto de 2010

LOS TRANSFORMISMOS DE LA RAZÓN


Arrebato, o Lirismo
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¿Podría un solo hombre, o un único pueblo, incluso una nación arrojarse en brazos de la consumación de sus bienes máximos en aras de alcanzar un período de lirismo o de locura? Magia que desboque las bestias de la creación y separé por fin los ríos de los mares. En nuestro caso, -esta nación hecha de piel humana y zurcida con espejismos ancestrales- podrá algún día alcanzar un éxtasis profundo y soterrado que la convierta por un instante en un nido de víboras iluminadas: quizás: ¡No! Lo que si se puede interpretar de nuestros años de historia trashumante alrededor de una idea, la primera tal vez, hoy nos tiene sumidos en un precipicio atiborrado de chucherías escritas por chocarreros con dientes de león. Me refiero a la idea de: libertad. Habrá habido por un momento en el espíritu colectivo de nuestro pueblo después de la llegada de los conquistadores un vocablo como este, una idea iluminada en el trasfondo de sus corazones, esta especie de lirismo dudo mucho haya hecho simiente en el alma colectiva y difusa de un pueblo macerado por la cruz y la espada. Tengo mis sospechas. Inquiétame sobre manera el corazón crepitante que nos identifica y nos hace distinto de los demás. Al contrario de todo lo anterior, no podemos navegar en un océano de oscuridades de tal modo que nuestros jóvenes se chupen con entusiasmo dicha esencia doctrinaria, cuando en verdad estamos siendo arrastrados por bestias enfermizas que nos superan en número y nos engullen de cabo a rabo. ¡Libertad! ¡Libertad!, bello transformismo de la razón. Elemento crucial para que alaridos profundos serpenteen alrededor de las burbujas que viajeras recorran el viejo valle de lágrimas de mujeres que escupen hijos como langostas. Anoche, -eso creo- un ruido de cabras me despertó, eran miles, cientos de miles las que cagaban al igual que moscas enardecidas en una especie de excitación colonial, un líquido baboso, de allí de sus traseros salía colmando el mundo encegueciendo con asombro todo a su disposición un manual sobre el deber-ser, centelleo que siente la rana antes de ser fulminada por un rayo. Impulso vital que nos devora. La noche se desprende de la oscuridad. Deja caer sus senos marchitos sobre el pecho de los moribundos que aletean como pájaros. La brisa cae repentina, deja merodear sus intestinos invisibles por los muelles del mundo, arrastrando consigo un crepúsculo de los ídolos mal engendrados. Lirica de la complejidad humana. Abismo batiente donde caemos amordazados y sin aliento propio. Esa es la condición humana, frágil, etérea, sosa, psicótica, arquetipo de un demonio imaginario. Cantan las cajas registradoras de bancos, hoteles, museos, tiendas, expendios de drogas, las iglesias hacen lo suyo, Dios tiembla bajo los arboles de la fe, mientras en algún rincón un hombre muere de hambre y sus hijos son ofrecidos como cuota para asegurar la inversión extranjera. Y con lágrimas en los ojos el loco grita en un acceso de risa a eso yo lo llamo, ¡Libertad! y luego extiende sus alas relampagueantes alejandose para siempre.

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