jueves, 30 de diciembre de 2010

EL DECIR DE JUANCHO POLO VALENCIA



Sujeto, Objeto y Lugar

Hace ya mucho tiempo el maestro Juancho Polo Valencia escribió una canción titulada Lucero Espiritual. Haciendo uso de esa letra quiero decir lo siguiente:

Si bien el lugar está conectado con el espacio, y los objetos que yacen en torno al mundo de los entes “se vitalizan –por sí mismos- yendo de un extremo a otro”, el hombre es entonces en términos de un ritual: el objeto de adoración que permite que la imagen y las sombras que se forman a partir de la experiencia sagrada de lo casi imposible de ratificar (estarse vivo), no se interprete como algo errático, sino casual; devolviendo todo a un punto de partida. Por su parte el aquello que sobre sale de la oscuridad, y al irse despabilando se va hacía el fenómeno en cuestión, es decir, el objeto de cuyo lugar se consagra al vértigo expelido por la transformación de la realidad gracias a la actualidad humana, nos recuerdan (entonces) la finitud o la mortalidad, así el ejercicio que permite el canto, la voz, el impulso de lo vital del ente, un sobrecogerse al estado de cosas que el hombre no domina, la perdida o la ausencia del otro, resultado de una transgresión en sí, se constituye como signo o símbolo, dice el maestro:
Lucero espiritual
Lucero, lucero
Lucero espiritual
Eres más alto que el hombre
Yo no sé dónde se esconde
En este mundo historial
La vuelta al objeto no en tanto que cosa, sino en función de lo que está más allá de los sentidos, o sea, lo exponencial del hombre que se halla vencido, derrotado, desgarrado, y por fuera del imaginario colectivo lo abocan a clamar por su repertorio; tal inserción lo transporta a su geografía, donde el mundo artificial sólo es un punto de referencia, sin embargo no se constituye en el hacer del hombre, sino que busca un mejor vivir atento a los requerimientos del estomago y de la naturaleza, y aun así y por el contrario la vegetación o el horizonte rural deja a este sujeto en una posición indeterminada para acallar el dolor o la fuerza que le impone el olvido.
El hombre rural, el hombre Caribe, el hombre estacional, descubre en el verso la fragilidad de la vida en presencia de la muerte, lo cual no quiere decir que exista una marcada tendencia hacia la ensoñación como elemento desacomodador del mito de la vida en el paraíso, puesto que el objeto –en este caso la finitud humana- se colige en perfecta armonía con la anatomía del dios invisible que produce el verbo como una repuesta a la necesidad de que exista el sujeto como referente histórico y mortal. Por consiguiente el canto de Juancho Polo Valencia, -quien ha sido privilegiado al no asistir a ningún centro académico-, lo hace conocer por voluntad propia origen y fin de lo incierto gracias al poder del pensamiento humano, desprovisto desde luego de todo rigor conceptual y corpóreo, borrando por completo el cenit de toda concepción divina de la naturaleza, incluso de la físis de las ciencias exactas terrenas o fuera de ella si las hubiere:
Yo pensando en esa estrella
Tiene figuras de un globo
Yo te quiero a mi acomodo
En mi tierra y fuera de ella
La música desplaza el peso de todo objeto, la poesía por su parte destierra el constreñimiento de la estructura humana a todo lugar que posea al menos en términos de creación a la inviolabilidad del alma humana. De este modo el fuego de los dioses se extingue en la entrada del universo que el juglar en-cripta en su seno de barro. Es decir, que la suficiencia que trata de darnos el mundo artificial de los entes fabricados agonizan por si mismo antes de atravesar el umbral de tal universo nuclear que el poeta posee. Más allá de esta posibilidad ni la vida, ni la muerte, ni el sujeto-objeto-lugar son capaces de equilibrar, porque tanto el pasado, el presente y el futuro son meros aforismos conceptuales que la mente inocula para domesticar las acciones humanas y zaherir a los dioses:
Pero yo no se donde se esconde
En este mundo historial
Estrella del universo estrellita
Dame razón de Emilita...Ay hombe
Me le llevas estos versos
Cuando la encuentres sólita…
El terreno de la angustia no es por supuesto el tema de este texto, pero si vale recordar que la negación de la vida como principio de inmortalidad deja al poeta en manos de la soledad que lo destroza y lo convierte en eco de sus lamentos. La estrategia de Juancho Polo, -si es que tal cosa existe en él- consiste en nombrar como lo han hecho todo tipo de sujetos ilustrados sin importar el orden tales como: Parmenides, Anaximandro, Heráclito, Plotino, Espinoza, Leibniz y quizás un poco Heidegger, la naturaleza de las cosas, el Qi que llaman algunas corrientes de pensamiento oriental, o como lo denominan los Kogui o Kaggabba la “aluna” fuerza que domina el orden de las ideas y rige el fuego de la naturaleza, es a mi modo de ver y de entender el decir del poeta Valencia. Para Juancho Polo el pulso de las cosas son innombrables a pesar de estar por fuera de la cosmogonía filosófica occidental, pues, este juglar de andar descalzo y montado en su burro no pretende esculcar en su conciencia aquello que no existe:
…Y yo pensando en esa estrella
Tiene figuras de un globo
Yo siempre soy Juancho Polo
En mi tierra y fuera de ella…
Por consiguiente el terreno que escoge el maestro para trazar su canto es el de la sentencia escueta, cerrada y nombrada a partir de sus improntas personales y pensadas con el caer de la tarde o el alba que brota de los aleteos de los pájaros silvestres aún in-nombrados por la ciencia de su pueblo natal Concordia Magdalena y por allá en el cerro de San Antonio un 18 de septiembre de 1918 nació el poeta de la errancia y la vagabundearía en concordancia tal vez también con el ciclo que tienen algunas estrellas en el cielo. El canto contrasta aquí y allá con la lejanía, a la vez que lo cercano lo envuelve todo en todas partes y por todos los lugares. Aunque el mar y la lluvia fuente de toda simplicidad biológica lo transformen en un animal de extraña presencia que se concibe así mismo como distinto, no le impiden tratar por todos lo medios con el sueño y la ausencia de su amada, o en mirar frente a frente al dios de los desencuentros como si este fuese un objeto inanimado y sin ningún valor aparente.

“Yo soy Juancho Polo Valencia en mi tierra y fuera de ella”, lo anterior alimenta el verbo de la presencia del hombre sobre la tierra. Y yendo más allá de sus lamentos convierte la estructura de la voz en lo que Derrida expone en “La palabra soplada”, devolviendo al ser humano al teatro de la vida en un sin sentido que fuerza al objeto de las cosas a que se manifiesten aunque se sepa de antemano que estamos henchidos de realidad al modo de Xavier Zubiri. Tanto Derrida como Zubiri son piezas fundamentales de la fenomenología y desde este horizonte el maestro Valencia también a su modo y por la misma época tal vez se fuerza a decir lo que el alma nuclear del poeta esconde como sinónimo de su lejanía con el dios invisible de la palabra y la carne que lo cristaliza en pieza de barro trascendente. Este darme razón de la vida fluctúa como la agonía del ave que cae prisionera de la red que la atrapa o de la lanza que la atraviesa:
Pero yo no se donde se esconde
En este mundo historial
Si existe una pena esta no consiste en un arquetipo de la razón o de la facultad humana de reír o de llorar, sino que consiste en el sentido que tiene el objeto de la muerte cuando la fantasmagoría de las religiones esconden el cadáver de la vida para que la ciencia, -artificio de los vencedores-, pueblen el alma del mundo, no como voluntad y representación al estilo de Schopenhauer, sino que se manifiesta como un hecho vital de la carne que se descompone una vez ha partido el alma que la envolvía. Así música y poesía cobran sentido toda vez que el hombre es un ser de extrañamiento continuo, cotidiano, pero sobre todas las cosas errante y moribundo, alejado de todo espacio, lugar, y sin ningún objeto que lo atraviese como fundamento de la presencia de un dios salvador o benefactor de los menos favorecidos, puesto que no existe ningún código o clavícula que lo libre de la necedad de estar vivo y muerto a la vez. De este modo Juancho Polo Valencia equipara el claro oscuro de la vida y la muerte como una categoría más poética que filosófica, y más humana que extra-terrena.

En homenaje al cantor vallenato, a su gente y a su tierra, Diciembre 30 de 2010.

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