La correspondencia siempre debería ser poética, alternar uno que otro verso dentro de cada línea, por lo menos una metáfora calva, o un chaleco con mangas, algo así como resistirse a tragar la última bocanada de humo, o gritarle a un taxista sobre precios hiperbóreos. La correspondencia debería hablar de nalgas bronceadas, de tostadas francesas. No sé si me siguen, pero lo que trato de decir es que todas las cartas deben firmarse con el pensamiento, líneas paralelas donde un tren de buenas noches atraviesa los corazones, las corazas, incluso, un tren que atraviese el mar y se haga arena en la playa de tanto cansancio. Así deben de ser las cartas, llenas de crustáceos que atenacen el presente, que ahoguen a un salvavidas del futuro.
Yo no sé escribir cartas, ni entiendo las mariposas que se anidan en las entrañas porque quieren ser pájaros que gritan cosas azules por la nariz, o naranjas, ya no estoy seguro. Que bello sería escribir cartas poéticas, ubicar el garfio en el centro mismo de la carne y desgarrar los sentimientos. Formar oasis de sudor en camas desérticas, beberse toda una lata de puntillas para clavar las palabras sobre corazones de madera, usar un buque de guerra para invadir el deseo, formar tres hileras de soldados de pan que devoran colegialas de jengibre. Todo sería mejor, o peor, si la correspondencia siempre fuera poética; por ejemplo, yo amarro este velero con nudos de marinero pensionado, este muelle que carga papagayos porque algún país de nombre impronunciable perdió los colores en una partida de póker.
Incluso los telegramas deben ser poéticos, taladrar la tierra, usar bombas electrosumergibles que hagan escupir palabras de haikú. La correspondencia es un hidrocarburo en extinción. Que poético sería un golpe de un boxeador profesional a toda la ingle de los comunicados oficiales, de esas cartas que sangran cuchilladas de tedio. Yo no sé escribir cartas. Los postes de las canchas de fútbol lloran la puntería de mi equipo favorito, un balón que les tiemble los cimientos, un cartero que llore porque sabe que aquí hay una conversación entre dinosaurios a la hora del té.
Me importa un bledo de cuatro hojas que no sepa escribir cartas poéticas, tanto problema para decirte que ya casi es medianoche amor, y que no estás junto a mí.
Por: Daniel García L.
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