PARTE I
La racionalidad humana consiste en el producto que el poder biopolítico en su unión con el poder económico realiza en el cuerpo y la mente de los hombres. Ese producto es la construcción de una subjetividad productora que se convierte en la esencia de los hombres, donde la vida pierde el valor como significado y, se transforma en un precio.
La cuestión sobre la razón humana planteada en la modernidad se ha transformado a partir de las dinámicas saber-poder, en la apropiación de la vida del hombre, para el despliegue de los fenómenos industriales y económicos que desde la reforma protestante de Lutero y la industrialización, se ha venido perfeccionando. Este proceso de transformación del hombre desde el supuesto de acciones guiadas por la razón moderna, en su despliegue histórico deja entrever que la idea de racionalidad humana, nos conduce a la pérdida de significado de la vida humana. Hagamos un breve repaso de cómo se ha dado este proceso.
Dentro de este marco Max Weber en su libro: La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo, nos muestra que el laborar, que proviene del Génesis, que tiene el carácter de castigo, se asume como forma de curar el alma. En el libro sagrado encontramos que Dios, como producto de la desobediencia, condenó a Adán a tener que sudar para ganarse el pan, y a Eva a sentir dolor al parir. Sin embargo, este castigo es utilizado en el Nuevo Testamento por el apóstol Pablo, quien lo asume de manera distinta, e incluso propone, que quien no trabaje, que no coma.
Pero es en La Edad Moderna donde, gracias al protestantismo calvinista, ese castigo primigenio es tomado como forma para alcanzar la gracia divina, o lo que el reverendo Baxter denominaba la cura de almas. Por lo que Weber nos dirá:
..... debe recurrirse a los escritos teológicos directamente inspirados en la práctica de la cura de almas; pues en una época en la que las preocupaciones por la otra vida lo eran todo [....] es evidente que las energías religiosas que operaban en esta práctica habían de ser necesariamente los factores decisivos en la formación del carácter popular. (Weber, 1985: 209).
Ese deseo de salvación, el sueño por “la otra vida”, es el terreno fértil donde la idea protestante cosechará su fruto. Un hombre ávido de la gracia divina moverá los engranajes y con ello alabará y glorificará a su dios, sin dejar un minuto para su descanso, ya que perder ese minuto representa una ofensa a Dios y con ello todo lo que ha hecho queda borrado, en palabras de Weber la relación con Dios que tiene, en este caso, el calvinista, se diferencia del católico, ya que para el primero lo concerniente al pecado no es un tipo de cuenta de la cual se debita o se consignan obras o faltas. Se empieza a crear lo que Weber considera es la ética protestante, que consiste en trabajar para producir y, ese producir tiene sentido debido a que se presenta como una forma de salvación.
Con este proceder, el hombre limpia su vida ya que ésta se encuentra sucia y debe ser sanada por medio de la nueva forma de cura o limpieza del alma. Es así, como debe guiarse el hombre en su confesión de fe por medio del trabajo como ejercicio ascético que lo lleva a ese fin y le sirve de prevención para las tentaciones, apartándose de todo tipo de goce vital (Cfr. Weber, 1985: 216).
Como vemos, con el auge del protestantismo se generó un fenómeno donde los hombres fueron encerrados en las fábricas para producir, porque con el trabajo que realizaban podían expiar sus culpas y estar bien ante los ojos de Dios. Ese es el carácter popular que se crea desde el protestantismo calvinista tomado por Baxter y, ejecutado en Inglaterra en los albores de la industrialización. La producción toma sentido a partir de un carácter construido en el imaginario colectivo de una población que se mueve en pro de alcanzar la promesa bíblica.
Con el auge del trabajo en La Edad Moderna, los hombres gastan la mayor parte de su vida y de su fuerza encerrados en la producción. Lo cual profundizó al hombre en su sentido de animal laborans, debido a que «Laborar significaba estar esclavizado por la necesidad, y esta servidumbre era inherente a las condiciones de la vida humana» (Arendt, 1974: 117). Dicho de otra manera, los hombres se hicieron esclavos de sus necesidades. En el espacio religioso la salvación del alma se hizo una necesidad, para lo cual se dedicaron a trabajar creando con esto el movimiento que impulsó el desarrollo que contó además con los aportes de la revolución industrial. Como lo muestra Weber en su análisis, todo esto dio origen a lo que él denomina el espíritu del capitalismo.
Lo anterior surge debido a que de todas las actividades del hombre sólo la labor pueda ser ordenada de manera rítmica, por lo cual en el momento en que surge la industria, el animal laborans se hace imprescindible para la sociedad que se empieza a constituir; precisamente porque: «la labor, [....], requiere para alcanzar los mejores resultados una ejecución ordenada y, en la medida en que se agrupen muchos laborantes, una rítmica coordinación de todos los movimientos individuales» (Arendt, 1974: 194). Ese agrupar todos los movimientos individuales, la fuerza vital en pro de la productividad da origen, a la producción que, además de servir para el mero consumo, queda para ser comercializada en el mercado liberal que se empieza a constituir.
Se desarrolla este proceso en lo que Foucault denomina sociedad disciplinaria donde se vigila y se castiga teniendo como esfera el encierro. La fábrica se convierte en el lugar donde se realiza la puesta en práctica de un carácter colectivo forjado en la iglesia, por medio del discurso de poder de la religión, que luego con la llegada a la cima del Estado moderno y la política en manos de los burgueses, el Estado queda en manos de la economía, con lo cual se genera el mecanismo legal, para secularizar el trabajo donde la premisa de la felicidad y la buena vida, a partir de un sujeto libre es el discurso que empieza a caminar en las mentes de los hombres.
La biopolítica es importante para la realización del biopoder dado que ésta constituye a través de diferentes factores como lo son: la economía, los organismos de control militar, los medios de comunicación, de intervenciones morales (religiosas), jurídicas y por supuesto la educación. “el arsenal de la fuerza legítima para las intervenciones imperiales ya es muy vasto, e incluye no solo intervenciones militares sino otras formas tales como intervenciones morales y jurídicas” (Martínez, 2010: 66).
La fuerza ya no es necesaria, el castigo queda de lado, no se abandona, sólo se aparta o se disfraza bajo la legalidad de la ley, del aspecto jurídico o moral que la sociedad empieza a crear y en la cual los hombres se manifiestan como seres libres, sin embargo, sujetos a unas normas y a una obediencia que niega la condición de libertad. Es como apunta Martínez citando a Hardt y Negri la vida es moldeada a partir de la intervención moral y jurídica en todos los ámbitos de ésta.
Tal intervención en el ámbito de la vida es la instrumentalización o la reificación del homo faber, de ese hombre que fabrica y construye el mundo, que como apunta Arendt se cree amo y señor de la naturaleza. Este antropocentrismo lleva al hombre a convertirse en un ser que usa y agota al mundo sin relacionarse con él, y lo más relevante, que el mismo hace parte del mundo, es un objeto del mundo. De lo cual deviene la pérdida de significado de los objetos que lo conforman; «Si se permite que los modelos del homo faber rijan el mundo acabado como necesariamente ha de regir el acceso a la existencia de este mundo, entonces el homo faber terminará sirviéndose de todo y considerando todo como simple medio para él » (Arendt, 1974: 211).
Pues bien, lo que ha ocurrido es precisamente que el homo faber se tornó al pasar el tiempo, precisamente en ese amo y señor no sólo del mundo y de él mismo sino de los demás. El uso de la biopolítica para entrar en la esfera total de la vida y transformar la fuerza corporal en una máquina de producción, ha sido el propósito de la racionalidad moderna. En estos momentos el lenguaje se traspola y así como no se puede hablar de metarelato, queda difícil hablar de individuo o sujeto, ahora es necesario hablar del hombre-máquina. Ese es el nuevo constructo del biopoder, que construye la tipología de hombre que quiere y requiere el sistema mundo, o la cosmogonía del capital.
Es así como ese hombre-máquina va evolucionando en la medida en que el modelo económico lo requiere, de tal forma que esa máquina que usa la fuerza vital del cuerpo al pasar por los centros educativos, es no sólo fuerza de trabajo sino también fuerza intelectual. «Los marcos educativos producen productores incluso cuando insisten en la supuesta transparencia ontológica del sujeto epistemológico» (Martínez, 2010: 136). El conocimiento es una falacia en los discursos educativos, con esto se enmascara el verdadero interés de la educación que lo que busca no es formar una ontología de los sujetos, es decir, llenarlos de sentido, sino simplemente convertirlos en mano de obra.
Lo que implica como dice Martínez, que el conocimiento empieza a ser un producto (Cf. Martínez, 2010: 134). La fuerza intelectual es también conducida a las necesidades no del presente sino del futuro de los mercados económicos. Lo que Foucault denomina el homo oeconomicus.
Estos mecanismos deben tener la mayor superficie y espesor posibles y también ocupar el mayor volumen posible en la sociedad. Es decir que lo que se procura obtener no es una sociedad sometida al efecto de la mercancía, sino una sociedad sometida a la dinámica competitiva. No una sociedad de supermercado: una sociedad de empresa. El homo oeconomicus que se intenta reconstituir no es el hombre del intercambio, no es el hombre consumidor, es el hombre de la empresa y la producción (Foucault, 2007: 182).
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