PARTE II
Ante la comunidad o frente a la cultura las trabajadoras sexuales son vistas desde la óptica de la inmoralidad, por lo tanto desde el discurso imperante sus vidas son excluidas de la vida humana. Aquí el problema de la identidad del discurso se remite a lo que Ricoeur denomina identidad por mismidad, donde la ipseidad queda reducida. En otras palabras, la escisión del cuerpo, no se hace evidente debido a que se toma sólo la parte comercial del discurso.
A nivel del discurso algunas vidas no se consideran en absoluto vidas, no pueden ser humanizadas; no encajan en el marco dominante de lo humano, y su deshumanización ocurre primero en este nivel. Este nivel luego da lugar a la violencia física, que, en cierto sentido, transmite el mensaje de la deshumanización ya que está funcionando en nuestra cultura (Butler, 2010: 45).
Como vemos, en la cultura se manejan una multiplicidad de discurso, en este caso tenemos el discurso de una parte de esa cultura frente al discurso dominante, al discurso general del poder, ambos realizados como cuerpo. El discurso imperante excluye, violenta y deshumaniza el Otro. Ese Otro es violentado debido a que es visto como el enemigo, el no humano. Surge la relación Yo y el Otro de manera negativa, violenta, donde la existencia del Yo implica la eliminación del Otro.
Siguiendo con la idea, esa apropiación negativa de los cuerpos, considerando como apropiación negativa de los cuerpos cuando la fuerza de éste es usada para una producción. Es el caso de los empleados de la petrolera, los cuerpos tienen una relación excluyente, existe en el uso de esa fuerza corpórea la eliminación por sustracción del cuerpo, el desgaste de la fuerza que termina reduciendo la potencia vital.
- Te contentas con poco - le dijo cuando los otros se apartaron- . Estas bolas de arroz no se las comen ni los perros. El otro día le di una a un gozque hambriento que olisqueó y la despreció. ¿Qué crees que comen en el casino los directivos? Huevos y leche les darán a los gringos, y frutas y verduras; comida caliente y saludable que mucha falta te haría, porque esta selva te está chupando el ánimo (Restrepo, 2010: 237).
Estas palabras de Lino el Titi a Sacramento durante la huelga en la petrolera, manifiestan claramente la relación negativa de la posesión del cuerpo por otro. La deshumanización aquí está inherente en analogía de la alimentación, la cual para los obreros junto con el trabajo que deben realizar conlleva a reducir su potencia vital. La selva que le chupa el ánimo a Sacramento es el discurso de la producción que deshumaniza el cuerpo y las experiencias humanas del mismo, lo convierte en mera herramienta de producción. De allí que Lino el Titi:
-En esas condiciones redactó el boletín de huelga número seis –me cuenta la Machuca-. Lo hizo según su estilo acostumbrado, tan acoplado por instinto al sentir general que empezaba diciendo, «la gente y yo creemos que…» o «la gente y yo sentimos que…». Seguramente hablaba de «una voz que vibra y que no tiembla», de una «vida de humanos y no de bestias» o de otras fogosidades de ese tenor; ya no recuerdo con exactitud (Restrepo, 2010: 283).
En lo anterior encontramos el intento de un discurso con una función social, que controvierte la ideología imperante que busca no sólo reproducir sino también legitimar un orden que se hace ver como necesario y natural. Desde esta perspectiva se puede decir que lo que hace ese discurso de Lino el Titi, tiene como fin derrumbar eso que Van Dijk llama falsa conciencia, de tal manera que el discurso desde este enfoque es un medio por el cual las ideologías se comunican de manera persuasiva en la sociedad y de ese modo reproduce el poder y la dominación de grupos o clases específicas (Cf. Van Dijk, 2005: 51). Derrumbar esa falsa conciencia de los obreros, representada en Sacramento o el Payanés es la función del contradiscurso, lo cual, revela el carácter de constructo de las ideologías que utilizan el discurso para mantener su dominio creando imaginarios mentales en los individuos. Pero es necesario aclarar que tal fenómeno se desarrolla en el contexto de la Catunga, allí se despliega todo este imaginario que da origen a la exclusión, negación y eliminación del Otro, en la ideología creada, recordemos lo que dijimos en párrafos anteriores sobre la estratificación de las putas según su origen y belleza.
Por lo tanto, se puede afirmar que todo discurso es incluyente y excluyente no existe un discurso que manifieste una ideología que incluya de manera efectiva y positiva los afectados en el discurso, por lo cual, los excluidos solicitarán ser incluidos dentro del discurso humanizante.
Vemos en el boletín número seis, la petición de un grupo a ser tenido como actores reales dentro del discurso imperante del poder, un llamado a que sean visto como lo que son: seres humanos. Pertenecer al ámbito de lo político, reivindicar su status ontológico dentro de un cuerpo social que los relega a la servidumbre en una relación donde son desposeídos negativamente de su fuerza vital. De allí que como afirma Butler parafraseando a Foucault: la cuestión de quién o qué se considera real y verdadero es en apariencia una cuestión de saber, pero es al mismo tiempo una cuestión de poder. Mostrar la verdad es una prerrogativa poderosa dentro del mundo social, una manera mediante la cual el poder es disimulado como ontología (Cf. Butler, 2010: 48).
El dominio de un cuerpo discurso sobre otro produce que el poder que se manifiesta aparezca como una ontología, sin embargo, ésta percepción del Otro es meramente irreal en la medida en que éste, frente a la racionalidad de lo que impera no existe, por tanto no es real y por ende verdadero. Es decir, su carácter ontológico no existe. Su ser en tanto humano queda subsumido en la reificación de la presentualidad del ahí y del ahora, es un objeto, una cosa. En el discurso de la petrolera lo que ve no son hombres sino un cuerpo con una fuerza potencial de producir y, son tomados para ello, lo que implica la eliminación de sus manifestaciones ontológicas, sus experiencias como seres en el mundo, en la dimensión política de su ser, es decir, hacerse existencia.
Cuando se hace alusión a la vida humana y no una vida de bestias en el boletín se muestra aquella condición perdida de los hombres en el campo petrolero. Quizá en el lenguaje del discurso no esté explícito la denotación de bestias para los trabajadores, sin embargo en el trato que se les da, se desarrolla la visión que tienen de ellos. Se les trata de manera diferente, por lo tanto, la dimensión humana de los trabajadores no existe. Esa irrealidad y la institucionalización del término como una forma de tratamiento diferencial es convertirse en el otro contra quien o contra el cual se hace lo humano. Es lo inhumano lo que está más allá de lo humano, lo que es menos que humano, esa frontera que afianza a lo humano en su ostensible realidad. Ser llamado una copia o irreal, es una forma de opresión (Cf. Butler, 2010: 52).
La opresión se desarrolla precisamente en esta posesión negativa del cuerpo, en la medida en que existe un amo que domina a un número de hombres que si bien, les han cubierto su dimensión humana son sujetos, sujetos cosificados, que como apunta Foucault, en esa relación de poder se hacen ontológicos, pero es una ontología creada desde el dominio, es decir, una subjetividad. Por lo tanto, ésta es una ontología construida por medio del discurso al servicio de una ideología específica. Bien sea la de la petrolera o la de la Catunga, Tanto Sayonara y las demás prostitutas al igual que Sacramento y los obreros de la petrolera son subjetividades construidas, que en su agenciamiento consideran como natural aquello que hacen y que denotan como su dimensión ontológica.
Existe entonces en el dominio un abuso de poder, pero es que en la manifestación real del poder no se está exento del abuso, precisamente porque el cuerpo en su corporalidad o como manifestación de un discurso ejerce un dominio que somete a otro. Las putas con la belleza de su cuerpo o los poderes políticos con las necesidades que le crean a los ciudadanos los someten a una serie de abusos que podríamos denominar simbólicos pero que no dejan de ser abusos de poder. Y lo son debido a que imperan sobre otro no en una relación dialéctica, sino, en una relación agonal donde quien es dominado no llega a superar esa condición.
Es el caso de Sayonara en su experiencia con el amor hacia el Payanés fue dominada y no pudo salir aunque la obra queda abierta a la posibilidad de que lo haya o lo pueda hacer, en lo fáctico de la obra, no en la posibilidad de la misma, la mujer quedó atrapada en el circulo, su cuerpo y su discurso escindido se perdió en la ideología imperante del amor, no usó la salida de las otras prostitutas que se enamoraron: el suicidio. Por su parte, los obreros aunque se fueron a la revuelta tampoco salieron de ese dominio, de la opresión y del abuso, sólo les camuflaron la condición creándoles necesidades que hasta entonces no habían tenido en cuenta. Entraron en el orden de la familia, la casa, el trabajo.
El cuerpo discurso realiza y se realiza en la construcción de los imaginarios mentales que dan forma a la comunidad. Este discurso transmite la ideología de la producción, del progreso, donde los Otros son excluidos de los espacios sociales y se tienen en cuenta sólo dentro de una inclusión de uso. El cuerpo como discurso existe y se hace fáctico en las relaciones cotidianas, se manifiesta en la exploración de los cuerpos como textos de lectura, que permiten leer las configuraciones del discurso en la piel. El discurso de la concepción mercantil de la vida y los cuerpos como potencia vital, en la producción de riqueza o felicidad.
En conclusión la posesión negativa y positiva del cuerpo – discurso contiene las dimensiones éticas, políticas y morales que dan forma a la cultura y la sociedad, generando unos lenguajes propios que usan los agentes y los pacientes en sus relaciones diarias. Ese lenguaje lleva implícito estructuras de agenciamiento que dan como resultado la subjetividad productora, y reproductora del discurso.
Por otra parte, en la dimensión positiva y negativa se pierde la identidad ipse que despliega la narración del discurso. El discurso lleva la institucionalidad que produce la legalidad del mismo. En el caso de la Catunga, Todos los Santos se torna esa institución, maneja el discurso e incluso construye desde él. Como todo discurso lleva implícito una ideología y ésta configura la forma como los individuos se relacionan en esa posesión negativa y positiva de los cuerpos, afirmando o negando la vida de los hombres en tanto manifestación de una existencia humana.
BIBLIOGRAFÍA
Butler, Judith. (2010). Al lado de uno mismo: En los límites de la autonomía sexual. En deshacer el género. Barcelona: Paidós. pp. 35 – 66.
Van Dijk, Teun. (2005). El discurso como interacción en la sociedad en: Teun A. van Dijk (comp). El discurso como interacción social. Estudios del discurso II: una introducción multidisciplinaria. Barcelona: Gedisa. pp. 19 - 66
Restrepo, Laura. (2010). La novia oscura. Bogotá. Punto de lectura.
Ricoeur, Paul. (2006). La identidad personal y la identidad narrativa en: Sí mismo como otro. México. Siglo XXI.
Deleuze, Gilles, Guattari, Felix. (2006). Qué es la filosofía. España. Anagrama.
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