La relación que en el mundo tiene el cuerpo en su estar ahí, en el desenvolvimiento de la vida, acompañado de otros cuerpos que se acercan y se alejan, permite revisarlo como un discurso que construye y se construye a partir de dimensiones éticas, políticas, económicas y morales, que conllevan a las particularidades a un todo que es la vida de la persona. Este es el caso de lo que en este escrito queremos abordar desde la obra de Laura Restrepo, titulada La novia oscura.
Empecemos diciendo que el discurso es un fenómeno práctico, social y cultural. De tal manera que un enfoque del discurso como acción social permanente se concentra en el orden y la organización (Cf. Van Dijk, 2005: 21). El discurso como acción nos permite entonces observar cómo se ordena y organiza la vida social de una comunidad, por lo tanto, crea unas jerarquías y unos elementos de diálogos que en la pretensión de organizar genera exclusión y diferencias marcadas. Veamos cómo se presenta en la obra este orden y esta organización:
Para no generar malentendidos con el asunto de las tarifas internacionales y para que el personal masculino supiera a ciencia cierta a qué atenerse, se impulsó la costumbre de colgar un foco de color diferencial en cada casa, verde para las rubias francesas; rojo para las italianas, tan temperamentales; azul para todas las de frontera; amarillo para las colombianas, y blanco común y silvestre –bombilla Philips de la vulgar- para las indias del Pipatón, que sólo aspiraban al mendrugo de pan para sus hijos (Restrepo, 2010: 15).
Aquí en el discurso que se construye en la Catunga se ve claramente ese orden y la organización del espacio, y además, de manera implícita encontramos la diferencia entre cada una de las mujeres, el valor o la cotización de sus cuerpos de acuerdo al color de las bombillas. Las extranjeras no sólo eran las más bonitas sino que eran las más costosas, por lo tanto, la relación de poder hacia las demás era evidente. Por su parte, las de la frontera y las colombianas eran el término medio, las accesibles para aquellos cuyo salario no les alcanzaba para ir donde las francesas o italianas, y por último las Pipatón, el escalón más bajo de esta cadena donde la miseria era la que rondaba donde ellas.
El discurso aparece aquí para estratificar los cuerpos, éstos se realizan por medio del discurso, se hacen discurso. En este sentido se puede hablar tanto de la intencionalidad de la acción como de su contexto, teniendo en cuenta a Van Dijk. En el primer caso, encontramos que la intencionalidad de la acción se remonta al qué hace un sujeto, en este caso las mujeres se dedican a la prostitución, son reconocidas como actores sociales, es decir, como putas. Pero queremos aclarar que el cuerpo al cual hacemos referencia no se reduce únicamente al femenino, sino también al masculino el cual se encuentra en el mismo estado de prostitución, es vendido para realizar una labor. Es el caso de los empleados de la petrolera por ejemplo.
En el segundo caso, la relación cuerpo prostitución constituye lo que Van Dijk denomina la estructuras de las propiedades de la situación social que son sistemáticamente relevantes para el discurso (Cf. Van Dijk, 2005: 33). Es decir, el lenguaje a través de la obra se manifiesta de manera continua dentro de una construcción donde impera precisamente el tema de la prostitución relacionada con el quehacer diario no sólo de las prostitutas sino también del mismo pueblo, de su cotidianidad. Este recurso discursivo da forma a una subjetividad: Sayonara, en ella encontramos como el discurso de la Catunga, que tiene como agente a Todos los Santos que configura la subjetividad de Sayonara para incorporarla en una lógica discursiva propia.
Veamos la configuración de esa subjetividad por parte de Todos los Santos con su aprendiz:
No es juego, niña –le dijo-. Las prostitutas, como los boxeadores, no pueden permitirse una debilidad, porque las noquean. Una cosa es la vida y otra distinta es la poesía; no vuelvas a confundir la mierda con la pomada (Restrepo, 2010: 39).
En este párrafo, se encuentra la forma en la cual el discurso de poder que establece el agente, tiene como fin establecer una distancia entre la realidad y la fantasía, de allí que la alusión a la poesía donde impera lo fantástico es clara. La vida es contundente, se requiere enfrentarla con fuerza, la debilidad no tiene cabida, más cuando esa vida que llevará estará marcada por la venta de su cuerpo, lo cual la hace un objeto que se comercia. Por lo tanto, en el mercado de los cuerpos no cabe ninguna posibilidad de sentimientos.
Pero la configuración de esa subjetividad continúa, como todo discurso se requiere ser constante y utiliza el lenguaje de distintas formas para la construcción de la subjetividad:
Para salir adelante, una mujer pública debe desempeñarse además como costurera, vivandera, adivina, enfermera y no hacerle el asco a ningún oficio que le imponga la vida, por humilde o difícil que resulte (Restrepo, 2010: 43).
La actividad pública de la mujer se torna aquí legitimadora de la prostitución, iguala cualquier actividad con ésta. De tal manera, que el hacer en la vida es una manifestación pública del cuerpo, las actividades realizadas por el cuerpo para la manutención o el goce del mismo, lo llevan a dar forma a la condición social y política que se despliega como eje de las actividades que se realizan. La existencia del cuerpo y del individuo está en relación con el hacer. De esta manera: «El cuerpo tiene invariablemente una dimensión pública; constituido como fenómeno social en la esfera pública, mi cuerpo es y no es mío» (Butler:41)
La construcción de Sayonara es constante después se le afirma: «…Si va a vivir de su cuerpo, al menos que lo sacuda y lo disfrute… (Restrepo, 2010: 59). Ya con toda la conciencia puede afirmarse en su nueva condición, esa subjetividad que la ha ido formando:
Zorras ahora sí, tomando plena conciencia de ser putas, como es torero el torero sólo en el momento en que pisa la arena, o el sacerdote cuando ofrenda el sacrificio en el altar (Restrepo, 2010: 132).
Ese es el instante del ser, se torna una presencia radical del estar y el ser ahí. La experiencia completa de lo que es. Aquí la prostitución o cualquier actividad ya no es un hacer sino un ser. Se pierde o se difumina el qué en el quién del que habla Ricoeur. Se da la construcción de un carácter, debido a que en esa conciencia el sí, es un carácter construido que el personaje al ser una subjetividad confunde con su ser.
En la medida en que el cuerpo propio constituye uno de los componentes de la calidad de mío, la confrontación más radical debe cotejar las dos perspectivas sobre el cuerpo, el cuerpo como mío y el cuerpo como un cuerpo entre los cuerpos (Ricoeur, 2006: 129).
Esta relación que tiene la propiedad del cuerpo con los cuerpos que le rodean, permite visualizar precisamente la pérdida del carácter singular de la ipseidad en tanto, el cuerpo es conducido a ser tomado como un cuerpo más entre los otros, en el mercado de la prostitución en su forma radical los cuerpos se confunden y esto sucede debido a que hacen parte de un mismo discurso que mantiene una ideología. El cuerpo de Sayonara y de cada uno de las prostitutas a simple vista puede manifestarse como singular, sin embargo, la singularidad se pierde en la exposición comercial de lo corpóreo.
El cuerpo es expuesto y se hace no sólo visible, además se vuelve vulnerable, la vulnerabilidad del cuerpo se haya condicionado al discurso del otro, en este caso, al discurso de Todos los Santos. El cuerpo se hace ese otro, pero que como apunta Deleuze es un yo mismo:
Efectivamente, si lo identificamos con un objeto especial, el Otro ya no es más que el otro sujeto tal como se me presenta a mí; y si lo identificamos con otro sujeto, yo soy el Otro tal como me presento a él (Deleuze, 2006: 26).
Hay entonces una relación recíproca entre el agente y el paciente en este caso. Sayonara como constructo del discurso de Todos los Santos, es una manifestación de su vida en la aprendiz. Todo discurso es un reflejo propio en otro, debido a esto el cuerpo como discurso - acción se hace patente en un contexto social y lingüístico que lo hace propio de un colectivo hablante. El cuerpo en su fisicalidad, en su componente sexual reproduce el lenguaje del discurso, lo hace manifiesto en la dinámica del hacer que se desarrolla de la mano con un discurso visible y otro invisible contenido en el mismo cuerpo.
Pero es a través del cuerpo que el género y la sexualidad se exponen a otros, que se implican en los procesos sociales, que son inscritos por las normas culturales y aprehendidos en sus significados sociales (Buttler, 2010: 39)
Precisamente en la Catunga se desarrollan las normas culturales que las mujeres que se dedican a la prostitución llevan inscritos. El hecho de no enamorarse es un ejemplo de esa normatividad, la cual se despliega en una serie de significaciones sociales, en las cuales son tenidas como mujeres incapaces de amar. Su cuerpo es significado como un objeto de uso por los imaginarios sociales. De tal manera, que en la actividad de la prostitución el cuerpo de la mujer es un cuerpo para otro. «Ni mi sexualidad ni mi género son precisamente una posesión, sino que ambos deben ser entendidos como maneras de ser desposeído, maneras de ser para otro (Buttler, 2010: 38). Esta relación con el otro, no es excluyente en la medida en que existe una apropiación de parte del otro del cuerpo de uno. El otro implica la afirmación positiva de la existencia. Aclaramos, en la relación de dos cuerpos en la actividad de la prostitución sexual.
En este sentido el cuerpo está dividido, en lo que respecta al amor las mujeres poseen una dicotomía con su soma. La división del cuerpo se constituye en que el cuerpo es además de un objeto, algo capaz de amar. Las dos dimensiones de lo corporal.
Con frecuencia se enamoran de algún hombre y entonces incorporan el conjunto de su ser al acto sexual, pero por lo común se comportan como seres escindidos: de la cintura para arriba está el alma y de la cintura para abajo el negocio (Restrepo, 2010: 190).
La apropiación aquí se puede dar en las dos dimensiones: el amor y la parte que se ofrece en el mercado sexual. La escisión implica la dualidad no sólo del cuerpo sino también del mismo discurso. La aparición en el espacio público de un cuerpo escindido es al mismo tiempo la percepción de un cuerpo que es poseído en parte, no en su totalidad. Ahora bien, aquí podemos decir que el discurso del cuerpo está también dividido y que sólo el hombre del cual se enamora la prostituta conoce las dos dimensiones del discurso. Es decir llega a conocer la vida humana de la mujer que ha hecho de su cuerpo objeto de mercadeo sexual. El discurso en tanto cuerpo tiene dos manifestaciones donde, la una queda subsumida por la otra, a la prostituta la identifican por el discurso contrario a la moral establecida, su discurso es inmoral. Su cuerpo es inmoral.
En primer lugar, no quiero dar a entender que el criterio psicológico tendría una afinidad privilegiada para la ipseidad, y el criterio corporal para la mismidad. Si la memoria tiene para la ipseidad una afinidad sobre la que volveré más tarde, el criterio psicológico no se reduce a la memoria; […]; ahora bien, hemos visto que el hecho del carácter es lo que más inclina a pensar la identidad en términos de mismidad. El carácter […] es el sí bajo las apariencias de la mismidad (Ricoeur, 2006: 125).
Lo anterior deja claro que lo corpóreo implica la mismidad en tanto presencia fáctica la cual es limitada por lo corporal, debido a que en esa existencia espacio temporal de la prostituta se encuentra escondido el criterio del amor, el carácter dentro del criterio psicológico, lo cual quiere decir, que la puta pierde ese ser dual donde la mismidad y la ipseidad coexisten y se relacionan sin negarse, ambas terminan afirmándose en la presentualidad de la existencia.
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