jueves, 8 de julio de 2010

CARTA A UNA PUTA DESCONOCIDA



La tarde suena como siempre con esa melodía sin gracia, el olor suave del café caliente deja una estela agradable a calor, a brisa, a sonrisas, a labios frescos. Sí en pocas palabras, deja tu olor que viaja en un río innavegado. ¿A qué vienen estas palabras? Te preguntarás, la verdad no lo sé, pero si la respuesta más certera me fuese dada la escribiría para calmar tu inquietud y tranquilizar tu alma de mujer. Esa alma que despiertas cuando yaces sumergida en ese océano de frases absueltas que se pierden en el espacio intangible que nos separa, en tus sueños líquidos, en tus labios ardientes, en tu horno de vida.
A veces cuando te observo a través del espejo y te posas sobre mí, como una sombra con peso y olor, como un ritmo primario del edén desconocido, quiero tomarte por las caderas, levantarte como un cáliz sagrado y ofrecerte a Dios antes de consumirte. En esos momentos entonces me pregunto: ¿qué somos tú y yo dentro de los cánones sociales? Y aunque con esas cavilaciones poco profundas por cierto, termino alejándome de ti, retorno a tu mirada como el hijo pródigo para disfrutar de tu compañía, para observar cada vez que cierras y abres los párpados y dejas ver tu pupila, ese pequeño universo que son tus ojos, mientras tus manos y las mías juegan a encontrarse en los caminos invisibles de nuestros cuerpos. Hay momentos en los que hablamos y en otros el silencio mágico revela la insignificancia de las palabras para instantes como ese, la poesía no existe, los filósofos se esconden, los sacerdotes oran, las secretarias se masturban con papel de imprimir, los gerentes se suicidan con cifras y números.
Pero volviendo a que somos, creo que los dos somos una casualidad dentro de las casualidades, hay una razón sin razón que nos lleva a citarnos y perder unas horas juntos. Considero que esa casualidad me lleva a una necesidad que tu logras satisfacer, eres mi necesidad. No sé si el cuerpo tenga necesidad del alma o viceversa, sin embargo, hay horas en las cuales tengo necesidad de oírte, de olerte, de saberte, de saborearte, de mirarte, de poseer tu piel, tus aromas, tus líquidos y todo lo que eres. La causa de todo aunque parezca paradójico es un profundo temor de oírte, de olerte, de saberte, de saborearte, de mirarte, de poseer tu piel, tus aromas, tus líquidos. Como puedes ver tengo necesidad y temor de vos.
Ahora el instante se torna tangible y demasiado concreto, la fábula de los días continúan fraseando los hechos, el recuerdo plasma tu retrato sobre mis sueños, y tu voz es un tatuaje en mis oídos. Cuando te recuerdo me pregunto por vos y esas imágenes que tengo de vos y de las cosa que desconozco de tu vida, cuando nos encontramos hacemos de todo menos conocernos. Tu temes que llegue a conocerte y te escondes en ese caparazón que siempre usas, y yo, bueno, resulto tan difícilmente fácil de conocer, que no asombro nunca a nadie, en cambio vos sos asombrosa desde tus pies a los cabellos, cada cosa te pertenece, eso es irremediablemente tuyo, te perteneces tácitamente, y me gusta que seas así, con todas tus máscaras, tu realidad y tu fantasía, con tus sueños escondidos en quién sabe qué lugares, qué tópicos, qué hemisferios. No puedo hacer nada, vivo construyendo espacios sin lugares para vos, una habitación donde sólo cabe la uña del dedo gordo de tu pie derecho, que por cierto, es más grande que la del dedo gordo del pie izquierdo. Edifico columnas para levantar tu forma y tu figura, últimamente he construido con pedazos de madera una cajita para guardar el sonido que emites mientras hablas. Que pobre soy, al final lo único que tengo son unos cuantos billetes y unas monedas, es la única forma que tengo de poseerte.
Adiós, es posible que mañana cuando abras la puerta esté yo ahí. Y después de un tiempo repitamos el adiós cotidiano del alma y el cuerpo.

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