jueves, 9 de junio de 2011

¿EN QUÉ CONSISTE LA RACIONALIDAD HUMANA DESDE LA SUBJETIVIDAD NEOLIBERAL? Parte II


PARTE II

Ese neo hombre que se forma en las instituciones educativas, es con los paradigmas de la subjetividad económica, un productor, que está dado a partir de parámetros legales que los Estados legislan en beneficio de los intereses de la economía. No en vano, el Estado es una idea burguesa que pone fin a las monarquías. En este Estado y sobre todo cuando se le denomina democrático, la legalidad se supone a partir de un consenso entre representantes del pueblo, con lo cual, se genera la legalidad y la aceptación de la norma. Esto indica que la subjetividad que se construye en la población es una subjetividad consentida, aceptada por la mayoría. Lo que implica que el hombre empresa al igual que el hombre fábrica es la meta a la cual la razón humana guía a los hombres, desde la visión de los Estados Modernos. De esta forma:
El homo oeconomicus es la subjetividad que se constituye en las formas biopolíticas avanzadas del neoliberalismo. La producción de esta subjetividad desde las técnicas gubernamentales del liberalismo supone entonces la emergencia de una forma vital productiva que no sólo está regulada por las leyes del mercado, sino que ahora convierte todo un modelo social capturado por la “empresa”. Sociedad empresa cuya principal técnica consiste en generalizarse, en apoderarse del todo tejido social, en gestionar al sujeto ya no como riesgoso sino como competitivo (Martínez, 2010: 58).
La subjetividad neoliberal que ha cambiado todo los entornos de la vida del hombre y de la sociedad, lleva a que el individuo sea competitivo. Los roles de competencias implica que cada uno tenga una concepción individual, donde se propende por el bien particular, en la medida en que la producción que se realiza por la corporalidad de la fuerza vital es siempre individual y busca satisfacer las necesidades individuales. Término como competencia contienen claramente rasgos del lenguaje económico empresarial.
De allí, que en una democracia donde los que dirigen los destinos del Estado se halle en manos de esa subjetividad del homo oeconomicus, quien produce el capital, no se puede esperar que los hombres tengan un verdadero compromiso con el mundo en el que viven y comparten con otros. En este tipo de Estados sus programas de gobierno están encaminados a forjar en sus individuos las herramientas humanas, o lo que es lo mismo, el capital humano para la industria. De allí que no es el hombre culto, sino el técnico, la figura característica de nuestro tiempo, con lo cual se opera un cambio en el campo de los valores, porque el criterio por el que se mide el producto del técnico es su funcionalidad; a esto Aristóteles lo llamó poiesis, para diferenciarla de la praxis, actividad legitimada por criterios o valores éticos (Cfr. Camps, 1996: 106).
La existencia de los hombres en la actual forma de la globalización está enmarcada por las políticas económicas mundiales, donde prima la idea de desarrollo humano, el cual está ligado a la concepción del hombre empresa que toma su vida y su cuerpo, los regula en una producción que le permita alcanzar estándares económicos más altos, y con esto se habla de desarrollo humano. Si lo tomamos desde la educación, el niño desde que entra en la escuela es visto como una empresa en formación que debe tener un cuidado de sí, para llegar a ser parte de esa sociedad empresa de la que habla el profesor Martínez.
Sin embargo, a este hombre empresa no se le puede exigir criterios éticos como apunta Camps, debido a que una empresa posee una visión de funcionalidad, y lo que importa es que aquello que se hace funcione, sin ser relevante las consecuencias que pueda tener. La biopolítica es completamente técnica, de allí, que la validez de sus acciones esté determinada por los buenos resultados. Precisamente porque: «El sujeto moral que se constituye en este discurso, es decir, la insistencia en que la vida del individuo es una gestión de orden empresarial llamada “proyecto de vida”, implica la captura de la vida misma para la producción del capital» (Martínez, 2010: 142). La producción es un hacer, es lo que Aristóteles denominaba poiesis, la cual no precisa de valoración ética, de allí que la sociedad empresarial que se construye a partir de la subjetividad neoliberal, carezca de una posibilidad ética, o en otro caso será necesario repensar ese carácter ético.
El hombre ha perdido esa esencia que antaño se pensaba tenía. Si bien, Kant pensó en su tiempo que el hombre tenía un fin moral que alcanzaría bien por medio de su propia razón o llevado por la naturaleza, ese fin moral donde alcanzaría a ser perfecto, fue ajustado a los procesos que la sociedad disciplinaria y ahora la sociedad de control, han venido desarrollando a partir de ese discurso de saber-poder, de la biopolítica y el biopoder que encausan la vida en todas sus dimensiones a los fines de las dinámicas económicas.
Precisamente la captura de la vida por el biopoder lleva a al cuerpo a perderse en los riscos de la producción de capital, de allí que el profesor Martínez diga: que las capturas de las posibilidades creativas para resolver problemas, bajo el término de innovación, es la ampliación de la reserva de la producción capitalista. Donde los aspectos cognitivos y éticos se organizan alrededor de la exigencia capitalista del emprendimiento, el liderazgo, y el desarrollo; y teniendo en cuenta lo anterior, termine diciendo que Deleuze y Foucault tenían razón cuando afirmaban que la sociedad se emprezariza (Cf. Martínez, 2010: 148).
La terminología económica utilizada en los discursos actuales para referirse a los hombres y a lo que hacen, confirma lo que los autores franceses afirmaron. La emprezarización del hombre conlleva la emprezarización del mundo y de la sociedad. Esa actividad que tiene por base la producción de capital, lleva a que lo corpóreo tenga que ser cuidado como una máquina que debe funcionar para la producción y la vida deba ser regulada y mantenida en su potencialidad productiva. Esa potencialidad productiva representa la esencia del hombre desde la subjetividad neoliberal, la existencia se desarrolla en la producción continua y constante.
En conclusión, los procesos racionales que se despliegan desde la modernidad llevan a pensar, las formas como los discursos han construido un hombre cuyo sentido se ha transformado, de tal manera que no posea una identidad propia y, que sea sólo producto de un constructo. Es decir, sea una mera subjetividad. El hombre como sujeto ilustrado es una falacia. Sólo en la medida en que se plantee como obra de sí mismo, o lo que Nietzsche denominó superhombre, se puede romper con la dinámica de los discursos del biopoder que construye la vida de los hombres como potencia de la producción de capital.
La concepción de la felicidad, o de la vida buena como máximas éticas reafirman la construcción de esa subjetividad del homo oeconomicus, que se dedica a gastar su fuerza vital en producir objetos de los cuales no puede independizarse. Esa unión del hombre con lo que hace lo reduce a la cosificación de sí mismo. A ser un producto que produce continuamente en ese espacio social emprezarizado en el cual existe como producto, de allí, que su esencia sea la producción.

BIBLIOGRAFÍA
Martínez, Posada, Jorge, Eliecer. (2010). La universidad productora de productores: entre biopolítica y subjetividad. Bogotá. Universidad de La Salle.
Foucault, Michel. (2007). Nacimiento de la biopolítica. México. F.C.E
Arendt, Hannah. (1974). La condición Humana. Barcelona. Seix Barral.
------- (2002). La Vida del Espíritu. Barcelona. Paidós.
------- (2007). Responsabilidad y Juicio. Barcelona. Paidós.
Camps, Victoria. (1996). El malestar de la vida pública. Barcelona. Grijalbo.

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