Sin sentido…
Ahora, cuando ya he terminado al menos en mi parecer la lectura de la novela Al faro, la tarea de exponer al menos el sentido, y la forma como esta novela se fue imbricando, es para mí una tarea de alto contenido descriptivo, pues, como es sabido la autora teje y desteje armónicamente los trazos que se hacen de cada personaje, por tanto para este ejercicio fenoménico, si se me permite el término, lo haré dirigiéndome hacia el personaje de la señora Ramsay, cuya existencia es el tronco de un árbol que yace plantado en medio de la vida y los quehaceres, tanto cotidianos como intelectuales con sus ocho hijos y un esposo que a pesar de tenerlo siempre a la mano, se desdibuja a veces cuando ella lo supera en sus monólogos interiores. La señora Ramsay es además la unión entre todos los que circundan el hogar de los Ramsay. Por tanto el significado de ser mujer vuelve a ser el tema central de la novela en Virginia Woolf, ella va siempre en pos de esas corrientes interiores que mueven el espíritu de la mujer al menos Inglesa. Pero desde su toma de postura cualquiera que se sienta dentro de la esfera de su feminidad, se tiene que reconocer al menos como siendo parte de ese universo al cual el hombre, sólo se acerca como si este fuera un objeta inanimado:
“Allí de pie junto al peral, aparentemente transfigurada, las impresiones sobre aquellos dos hombres le fluían a raudales, y seguir su pensamiento era como intentar seguir una voz que habla demasiado deprisa para el lápiz que toma notas, y aquella voz era la suya propia diciendo, sin que nadie se las dictara, cosas tan evidentes, perdurables y contradictorias, de modo que incluso las grietas y salientes de la corteza del peral estaban irrevocablemente marcados allí por los siglos de los siglos. ” [pág. 35]
La señora Ramsay después de pasar algunas décadas al lado de su familia y de aquel hombre del cual tuvo varios hijos, empieza a reconocer su postura frente al mundo, ese mundo donde los hombres sólo gorgojean, ese limbo epistemológico donde el ser hombre se enraíza, por el hecho de tener una mujer, unos hijos, unos bienes, y una posición social, y en el caso del señor Ramsay, una vida intelectual activa. Pero la vida no es sólo ese deambular, o ese despeñarse por los vaivenes de la realidad, sino que hay otra cosa: “Al pensar siempre se le truncaba el pensamiento, pero la escudriñaba, tenía la impresión de sentirla claramente allí, como una presencia real, como algo muy suyo que ni con su marido ni con sus hijos podía compartir” [pág. 79].
La señora Ramsay fue descubriendo un cúmulo de sentimientos que la anegaban hasta el inconciente, hasta desbordarla en una especie de plenitud total. Allí en el valle de la calma, de la soledad, y después de muchos años de solipsismo, la autora descubre que la grandeza, de la señora Ramsay radica en la belleza o mejor aun en su soberanía: “Ahora no tenía que pensar en nadie. Podía ser ella misma, existir por sí misma. Y de eso se sentía cada vez más necesitada últimamente: de pensar, bueno, ni siquiera de pensar, de estar callada, de estar sola. Todo su ser y su quehacer, expansivos, rutilantes, alborotados, cómo se iba reduciendo a sí misma, a un núcleo de sombra que se insinuaba en forma de cuña, algo invisible para los demás”; [pág. 82-83]; el mundo para ella, es después de todo voluntad, fuerza, entrega, valor por las cosas que hay más allá de su entorno, es decir, ella encuentra el flujo y el río que la hace sentir plena en mitad de un desierto de hechos y acontecimientos históricos, tanto en la vida como en el acontecer diario.
Vemos entonces que el ejercicio de la autora consiste en resaltar el sentido de lo bello. Esta belleza se realza al hacer un seguimiento detallado y minucioso de la vida que envuelve a la señora Ramsay: “La encontraba tan reservada y distante en su belleza, en su melancolía. La dejaría en paz. Y cruzó por delante de ella sin decirle una palabra, aunque le dolía notarla tan alejada de él, reconocerse incapaz de alcanzarla, de hacer algo por venir en su ayuda” [pág. 86]; el mundo interior que es incapaz de ser resuelto por el señor Ramsay, es el claro ejemplo del monologo que está siempre en ejercicio por parte de la señora Ramsay, la interioridad de su esposa esta por encima de él; pues simplemente él se sume en ese letargo que con los años una mujer va construyendo alrededor de su esposo: “Eso es el matrimonio –pensó Lily-: un hombre y una mujer mirando a una niña que juega a la pelota. Algo así debió ser –reflexionó- lo que intentaba decirme la otra noche la señora Ramsay” [pág. 96].
Tal intensidad de la vida, solo se puede intelegir cuando existe una crítica feroz por parte de quien padece y sufre el silencio de su humanidad. Por ello, la autora siempre sigue su propio péndulo, su voz interior para hacer hablar a sus personajes aquello que los acongoja. Puesto, que el hecho de estar en el mundo de la vida, es ya un jugársela, una apuesta que siempre esta ahí, como el momento oportuno para decidir si estamos solos o en compañía, nos dejan de cierto modo en la intemperie: “[…] incapacitada para moverse ante la intensidad de aquellas sensaciones que dejaban su propio cuerpo, su propia vida y los de todas las personas del mundo reducidos para siempre a la nada” [pág. 100].
En ese sentido la vida, deja de ser un simple hecho milagroso, pues, el estar en medio de una familia como la suya, la señora Ramsay, se pregunta todo el tiempo, cuál es su papel, en medio de tantos istmos. Tantas islas a su alrededor, pero había algo que la sumía en una lucha feroz aun peor: “Y de nuevo volvió a sentirse sola ante la presencia de su vieja antagonista: la vida” [pág. 104]; el mundo de la señora Ramsay, a pesar de ser una mujer completa desde de una mirada racional, y estética si se quiere, ella tenía bajo su propia piel, demonios y fantasmas que la circundaban hasta hacerla sentir lastima por su esposo, ella se veía ya, por fuera de aquella realidad llena de acantilados, donde los sueños se bifurcan y donde los elementos que quizás la unieron en tiempo remotos al señor Ramsay ahora sólo era una simple mirada hacia el pasado. Pues, él nunca tuvo el valor de volar hasta sus cumbres más altas, él simplemente se limitó a tejer su propia historia, dejando por fuera a su otra mitad.
Quizá, sea eso lo que finalmente le aterró al señor Ramsay, pues, nunca tuvo él el valor de reconocer, que era un hombre fracasado, insulso y grosero. Por tanto el sentimiento que me queda es que detrás de esta mujer llanada Ramsay, había todo un universo interior donde cabían, una casa, unos hijos, una biblioteca, un esposo, una pintora que nunca supo cual era su verdadero infortunio, si ser pintora o solterona, un mar inmenso, un faro, y unos amigos imaginarios que le sirvieron de compañía hasta el día de su muerte: los libros, y todo lo que ellos guardan. Tal vez, la única que estuvo viva todo el tiempo fue ella, mientras los demás simplemente discurrían en ese laberinto de cosas, que se articulan, que convergen, en un átomo llamado familia.
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