Todas las cosas tienen su tiempo,
Y todo lo que hay debajo del cielo
Pasa en el término que se le
Ha prescrito.
Eclesiastés, cap. 3-1.
Detrás del tiempo…
¿Estoy al final o al comienzo de una travesía?, siendo así en ¿cuál de los dos vórtices me hallo?, pues todo principio tiene en su centro el orden de las cosas que han de suceder, por tanto no sabré dar una respuesta en este preciso momento, a tal interrogante, lo cual me obliga iniciar este viaje en busca de un tiempo y un espacio en la vida, en los hechos y personajes de la novela las olas: “, dijo Neville, La gota que se ha formado en la techumbre de nuestra alma cae. En la techumbre de mi mente el tiempo, formándose deja caer su gota. La semana pasada, mientras me afeitaba, la gota cayó. Estando en pie, con la navaja barbera en la mano, me di cuenta bruscamente de la naturaleza meramente habitual de mi acto (esto significa la formación de la gota), y felicité a mis manos, irónicamente, por perseverar en él” [1983:158]:
El tiempo inocula el espacio, lo forma, lo constituye, lo articula como una rueda que gira sobre el carácter de las cosas, de los actos. Vemos como el tiempo que es ese río, se aleja, se desvanece, se devuelve en su fuente misma a ser, otra vez principio: origen.
Principio y fin, extraña maravilla, una gota que cae del los instantes eternos desde todas las ocasiones dadas, puestas, y superpuestas como el limite, como lo siempre único y abismal, es la gota de la vida, un algo que cae desde nuestra conciencia hasta la playa. Hasta la orilla donde están las cosas, allí donde están encallados los barcos y los remeros con él. Remeros que somos todos nosotros, embuidos como moscas que zumban detrás de los cristales, pero no lo sabemos: es la tragedia del tiempo y el espacio. Lo trágico radica en estar vivo, en caminar, en dormir, en levantarse, en ir al trabajo, en comer, en vestirse para parecer menos bestia cornuda, en tener amigos que mueren mientras nosotros dormimos.
Entonces el tiempo se convierte en la fosa donde caemos silenciosamente, vamos de camino a la muerte, al olvido, a la nada, pero ello no constituye algo corporal, sino que: “La caída de la gota antes dicha nada tiene que ver con la pérdida de la juventud. La caída de esta gota no representa más que el tiempo adelgazándose hasta formar un punto”. La tempestad del diario vivir forma un todo, un ovillo, las situaciones giran como manecillas de un reloj imperecedero. Los humanos se sueñan siendo dioses, pájaros de interminable vuelo, entonces la noche vuela para desterrarnos de la vigilia y soñamos lo que somos en verdad: polvo y pensamiento. De ahí que: “El tiempo, que es un soleado prado en el que baila una luz, el tiempo que es tan ancho y llano como un campo al mediodía, comienza a formar una pendiente. El tiempo se adelgaza hasta formar un punto del mismo modo que la gota cae del vaso con un denso sedimento, cae el tiempo” [1983:158], y se convierte en ese abismo que nos hace recocernos como humanos y sobre todo mortales.
Α la pregunta hecha al principio de este recorrido, me queda como respuesta el sólo hecho de que:” Estos son los verdaderos ciclos, éstos son los verdaderos acontecimientos. Entonces como si toda la luminosidad de la atmósfera se retirara, veo el fondo desnudo. Veo lo que las costumbres ocultan. A tono, guardo cama, días y días. Ceno, y después me quedo con la boca abierta, como un bacalao. No me tomo la molestia de terminar las frases y mis actos, por lo general muy imprecisos, adquieren mecánica exactitud” [1983:159]; son los recorridos de la existencia, de la realidad del mundo, de los seres vivos tratando de escapar de un tiempo y un espacio interior o físico; Huyendo como Orfeo y Eurídice.
Woolf Virginia, Las olas, oveja negra, Bogota, 1983.
Bergson Henri, Memoria y vida, Altaya, Madrid, 1994.
No hay comentarios:
Publicar un comentario