viernes, 12 de noviembre de 2010

¿HACÍA LA RECONCILIACIÓN NACIONAL O LA RETALIACIÓN ESTATAL?


El conflicto armado de nuestro país ha tenido diversos bemoles, ya hemos visto, que la falta de reconocimiento a otros grupos por parte de los partidos tradicionales, ha enmarcado el crecimiento del conflicto. Sin una reforma agraria clara, que reparta la tierra de un modo más equitativo, las luchas por ganar espacios y territorios en donde trabajar, la consecución de la paz será un espejismo.
Fenómenos como el del narcotráfico, que ha permeado la sociedad colombiana desde mediados de los años ochentas, ha intensificado con más fuerza el conflicto del país, pues prácticamente el narcotráfico se convirtió en la forma en que los grupos armados ilegales patrocinan sus formas lucha. Gracias al fenómeno del narcotráfico, las guerrillas fueron consiguiendo recurso por el cobro de un impuesto a los cultivadores de coca, los grandes capos financiaron grandes escuadrones de seguridad que con el tiempo se convertirían en el problema del paramilitarismo que se expandiría por todo el país. Así como el incremento de otras figuras delictivas que se añadirían al conflicto colombiano.
Los gobiernos desde Belisario Betancur que empezaron una lucha radical en contra de este flagelo, se vieron muchas veces maniatados por la injerencia del poder de los narcotraficantes en las altas esferas del estado y de las fuerzas militares. Es una época del país se llegó atribuir que los grandes problemas del país eran debido al narcotráfico y en especial a la figura de los capos Pablo Emilio Escobar Gaviria y José Gonzalo Rodríguez Gacha, pues todo lo que sucedía en Colombia tenía que ver con ellos.
Desaparecidos estos dos capos de la escena nacional, el país se sigue consumiendo en una violencia indiscriminada, sólo que ya no están las figuras de Escobar y Gacha, para atribuirles las culpas. Con la excusa del narcotráfico una clase política corrupta aprovechó para empobrecer las arcas del Estado, pues parece ser que el progreso de la nación es lo que menos interesa. Miles de colombianos se continúan muriendo de hambre ante la indolencia del Estado, que en una clara posición neoliberal ha ido privatizando todo cuanto esté a su alcance con la premisa de hacer un estado menos burócrata y más ágil. Varios gobernantes han ocupado el solio de Bolívar desde que se desencadenó la violencia, cada uno llega con unas expectativas esperanzadoras acerca de la reconciliación nacional, pero las políticas bipartidistas truncan ese anhelo, pues parece que la suerte del país pasará únicamente por sus manos.
Con la constitución de 1991, se abrió el espacio para que todos los grupos interesados en una propuesta democrática fueren escuchados, pues por primera vez las minorías tendrían un escaño en el congreso colombiano para ser escuchados y general propuestas. Pero los apetitos personales, así como la ambición que produce el poder, hicieron a muchas caer en prácticas clientelistas y a ser absorbidos por fuerzas políticas más fuertes que callarían sus voces. Sin embargo nacieron propuestas políticas interesantes que con el tiempo han consolidado su envergadura, es así como en principio el Polo Democrático, encabezado entonces por el ex sindicalista Luis Eduardo Garzón, se presentó a la contienda electoral del año 2002 obteniendo una muy buena posición. Tras ganar la alcaldía de la capital en 2004, el Polo Democrático ya se consideraba una opción con gran validez en el plano político, para las elecciones de 2006 el Polo Democrático se fusionaría con el partido Alternativa Democrática que liberaba el ex magistrado Carlos Gaviria Díaz, pasándose así a llamar con el nombre que hoy se conoce el Polo Democrático Alternativo, y que ocuparía el segundo lugar con más de dos millones de votos.
El nacimiento de nuevos partidos de los cuales el Polo es un ejemplo a seguir por la seriedad con que han tomado en su conformación, esto da una esperanza para que quienes no eran escuchados por tener otras corrientes políticas fueran por fin reconocidos.
Pero, con la llegada al poder de Álvaro Uribe Vélez, en agosto del año 2002, el país acostumbrado a nombrar políticos de centro en la mayoría de las ocasiones, le apostó derecha radical. Supuestamente la figura bipartidista por fin había sido derrotada, Pues Uribe encarnaba la imagen del político disidente que había logrado llegar al poder por primera vez en la historia reciente de nuestra nación. Con la premisa “mano firme, corazón grande”, Uribe logró cautivar el voto de muchos colombianos que cansados de fallidos diálogos de paz, optaron por una figura represiva que se conectaba perfectamente con la efervescencia que vivía el país tras un fracasado proceso de paz con las FARC:
El proceso de paz, que jamás consiguió salir de la fase de exploratoria, fue mal planeado y pobremente ejecutado y las conversaciones sostenidas en una zona desmilitarizada al sur del país, de aproximadamente 42.000 kilómetros cuadrados no arrojaron resultados tangibles (Springer, 2005:300).
Con la premisa de recobrar la autoridad, Uribe desde el mismo siete de agosto empezaría una lucha, que para muchos analistas del conflicto, paso del plano personal al político, pues es bien conocido por muchos, que a guerrilleros de las FARC se le atribuye el asesinato del padre de nuestro ex primer mandatario. Esto hizo que de antemano se cerraran las puertas de una posible salida negociada y la esperanza de paz para Colombia quedará exclusivamente relegada al plano de una victoria militar.
Uribe abrió diálogos con las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), proceso cuestionado por diversos sectores de la sociedad nacional, que han visto este proceso como una cortina de humo para disipar los rumores de nexos del ex presidente con los paramilitares, esto ha trajó consigo procesos tan discutidos como infames, como el de verdad justicia y reparación. Porque prácticamente se dió una absolución a todos los crímenes cometidos por estos grupos irregulares así como la búsqueda de narcotraficantes de evitar ser extraditados a los Estados Unidos, “Con su entrada en las negociaciones, los paramilitares han buscado utilizar su poder militar como moneda de cambio para evitar ser extraditados, conseguir la impunidad para sus crímenes en Colombia y una seguridad política para sus bases” (Springer, 2005: 315).
El país se ha sumido en una polarización que se torna peligrosa, por los calificativos que daba el gobierno cuando alguien se atrevía a controvertirlo o piensaba de una manera distinta, el camino que le espera a Colombia lejos de ser reconciliador parece el de una constante retaliación. Pues muchos colombianos no han tomaron conciencia que el triunfo del presidente Uribe lejos de ser el fin del bipartidismo, es el esplendor de éste. Nos seguimos enfrascando en batallas fratricidas, no reconociendo el espacio democráticamente ganado por la oposición por parte del gobierno, que tilda a quien no esté de acuerdo con lo que dice como –terroristas-. El ex presidente lejos de ser una figura de reconciliación nacional se ha convertido en una causa más de la polarización, no reconoce los triunfos de una izquierda propositiva que le ha apostado a la democracia a pesar de la falta de garantías existentes para ejercerla de una manera correcta. En cambio no se pronuncia de los turbulentos manejos que hacen los jefes paramilitares encarcelados en la democracia de sus regiones.
El país no se puede sumir en otra guerra civil patrocinada por el Estado, que en la figura de un gobierno que quiere dominar todos sus estamentos desconociendo el verdadero sentido de un Estado social de derecho. El gobierno de Uribe que se decía era demócrata y reconocía la meritocracia, fomentó la corrupción en su mayor expresión, pues de esa manera pagaba los favores a los políticos con el fin de reformarle articulitos a la carta política colombiana.
Ahora con Juan Manuel Santos en el poder, parece que se ha vuelto a la antigua fórmula del frente nacional. A pesar que ha calmado el lenguaje, y que ha buscado formulas para una reconciliación, su política durante las elecciones que lo llevaron al poder en junio pasado dejó mucho que desear. El gobierno de la unidad nacional aumentó la carga buricrática del Estado, con la creación de nuevas altas consejerías, parece que Santos está pagando los fvores de esa unidad nacional, que parece resumir, que tanto liberales y conservadores sólo se unen en torno a los puestos, que es lo que finalmente pone los votos. Esperemos que la muy mencionada reforma agraría devuelva las tierras a su verdaderos dueños, que la ley de víctimas de un poco de paz y de reparación a tantos que sufrieron de frente el rigor implacable de la violencia.
Pero la solución no la da un sólo hombre, y menos cuando es de la estirpe de los mismos que han estado manejando al país en el último siglo. Si Santos quiere pasar a la historia de Colombia, como su ego y el país se lo reclaman, debe apaciguar las aguas de muchos que aún se expresan con apelativos siniestros hacia la oposición, debe dar el reconocimiento a tantas comunidades olvidadas en las que las palabras progreso y calidad de vida parecen sacadas de la ciencia ficción.
Además sólo cuando el pueblo se concientice de los graves problemas sociales en los cuales se sumerge el país, dejará esa idea de algunos políticos de apostarle a un discurso autoritario de seguridad; acaso ¿qué hay que cuidar? Si no se hace una reforma agraria los problemas en el campo persistirán, ya que el gobierno seguirá repartiendo las tierras expropiadas a sus amigos que le siguen el juego a sus intereses. La figura del bipartidismo no ha terminado, aun hay voces que no han sido reconocidas y son tildadas de insurgentes, sólo porque piensan de una manera distinta, que vengan con propuestas renovadoras a los problemas del país, y rescaten la dignidad de ser colombianos, porque sin una verdadera justicia social no habrá reconciliación nacional, ni prosperidad democrática y nos seguiremos consumiendo como caníbales en medio de esta jungla indiferente que en ocasiones parece convertirse nuestra amada Colombia como una maldita secuela de la dictadura civil que con el paso de los años continuamos viviendo y parece que a la mayoría de los colombianos no le importase porque no hace nada para cambiar esa realidad y recordaremos una vez más las palabras del poeta nadaísta Gonzalo Arango:
Yo pregunto sobre su tumba cavada en la montaña: ¿No habrá manera de que Colombia, en vez de matar a sus hijos, los haga dignos de vivir? Si Colombia no puede responder a esta pregunta, entonces profetizo una desgracia: Desquite resucitara, y la tierra se volverá a regar de sangre, dolor y lagrimas”.

BIBLIOGRAFÍA

ARISTIZÁBAL, José (2006). Metamorfosis: guerra, Estado y globalización en Colombia. Ediciones desde abajo.

SPRINGER, Natalia (2005). «La reconciliación activa». En: Desactivar la guerra. Aguilar.

ZULETA, Estanislao (1987). «La violencia política en Colombia». En: Revista Foro.

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