sábado, 6 de noviembre de 2010

LENGUAS DE ALGODÓN



Cometas de a pie
Viajamos a veces como un corcho suspendido sobre los deseos que flotan en esta atmósfera de tuberculosis existencial, nubes de piedra se descuelgan deseosamente hasta ahogarnos el corazón de piedra indomable, de silencios que torturan el ojo, la boca, el final y el principio de los muertos tragados por las estadísticas. Se viaja cuando el hambre de muerte se asoma por los pasillos a pies descalzos y sin demasiados reproches que el ansía de robarnos un pájaro de hielo para aburrir los deseos infames de la tarde soleada, en los parques, en los cementerios de cosas enchufadas a diestra y siniestra. Viajar es calentarse las manos que soportan nuestro mundo de imágenes difusas, como faroles enterrados en los miembros artificiales de las cornejas. Tomar la decisión de emprender el camino de las águilas, o de los muertos, o en el mejor de los casos de los elefantes, es tentarse a estar despierto, a discutir con Dios sobre los vicios de la oscuridad, a jugar con tu amor al cambio de piel antes de que amanezca: viajar es un poco de eso, y de razones sobre el tiempo y la soledad.

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